sábado, junio 21, 2025

 Al final cada día estás vigilándote, como si todo el tiempo pudieras hacer algo que ya no deseas hacer. Como quien recae en la enfermedad, en esa enfermedad invisible que son a veces nuestros actos.

lunes, junio 09, 2025

Estoy muy orgulloso de mamá. No es porque antes no lo estuviera, pero agradable cuando también descubres en ellos, en tus padres, que aprenden cosas nuevas, que adquieren nuevas actitudes ante el mundo. Todos tenemos una imagen de nuestros padres que no suele cambiar mucho. Es decir, conocemos sus límites, entendemos sus acciones, sabemos hasta donde pueden ir o llegar. Y, cuando dan un paso más para allá no lo dan solo ellos, sino que también te llevan consigo.
Y algo así pasó estos días. En la calle donde viven mis papás y ahora yo también, suele ponerse un mercado los viernes por la noche. Una de las vecinas se dedica a vender fayuca y artículos de segunda mano y se pone frente a su casa y usa la banqueta de la casa de mis padres para poner tendederos y mesas y tener más metros de venta. A cambio, mi mamá puede tender la ropa en el techo de la vecina, porque ella no tiene manera, la casa cuenta con un cubo de luz nada más, y también tiene derecho a una ventana que da al mismo techo y por ahí se cuela el aire que en temporadas de calor es una bendición.
Pero no sólo eso: entre ambas ha habido una complicidad de años, vecinas al fin y al cabo de toda la vida, pero también ha habido un encaje: la vecina casi casi utilizaba a mamá para todo: que le pedía que recibiera paquetes, que le diera algo de comida, que le pasara la luz cuando se la cortaban, que llamara por teléfono, etcétera, todo a cambio de tender la ropa y también, de la ventana.
Todo se empezó a terminar desde hace meses, cuando mi hermana dejó su carro frente a la casa y la vecina no podía ponerse en la banqueta ni colocar más mesas de venta. Poco a poco su enfurecimiento crecía, hasta que terminó por increpar a mi mamá quien reculó y le pidió a mi hermana que se llevara el coche para que la vecina pusiera su negocio. En la familia nos quejamos, pero tampoco nos interesamos demasiado.
El viernes pasado finalmente la bomba explotó y puse de mi parte para que eso ocurriera. Salí de la ciudad y dejé mi coche frente a la casa, ya que en la otra está demasiado lejos y preví que si algo le hacían al coche no habría nadie enfrente para escuchar lo que fuera que le hicieran, así que dejé la camioneta en el despiadado y solicitado lugar. Así que el viernes, cuando la vecina vio que nadie iba a mover la camioneta explotó en furia y le prohibió a mi madre volver a tender en el techo de su casa. Sorprendida y triste, todavía pidió permiso para subir a quitar los tendederos. Se lo dieron. Cuando bajó, enojada aun, la vecina fue a increparla a la casa. Un cuñado vio eso y salió a hablar con ella, que esas no eran formas de tratar a alguien que, dicha la verdad, la ha apoyado toda la vida. La vecina escuchó todo delante de su hja mayor, mi cuñado no fue violento, solo dijo lo necesario y sin alzar la voz. La vecina, creo, esperaba apoyo de su hija mayor y, al no obtenerla, fue con su hija la menor y le dijo que mi cuñado había intentado golpearla.
Bueno, ahí empezó el desaguisado que terminó con gritos en la calle entre la hija menor de la vecina y mi hermana menor, y al final, indignación, muchas palabras, muchas amenazas de partirse la madre y mi madre con una crisis de ansiedad que la llevó al hospital. Mamá ya está mejor, y ya sabe que debe poner sus límites y hoy que llegué a verla encontré que había puesto sus tendederos en el patio. Me dio mucha ternura y fui y la abracé y la felicité. Puso límites!! Y al hacerlo, caray, también me enseña incluso a esta edad, a ponerlos.

sábado, junio 07, 2025

 Qué curioso cuando encuentras un libro que parece que está escrito para ti, cuando en realidad, está escrito para algo que nos es tan humano: que todos hemos pasado por decepciones amorosas. Por vidas que quisimos asir y se nos fueron o bien, las desgastamos hasta que se volvieron otra cosa, pero no amor. O al menos, ya no ese amor que es fuego, emoción, esperanza, descubrimiento, complicidad. Y hoy encontré ese libro para mí y en él, una frase escrita por Faulkner en Las palmeras salvajes, curiosamente mi novela favorita de él; pero lo más sorprendente es que esa frase se reproduce en una carta que Faulkner le escribe a su amante, Meta Carpenter: "entre la nada y la pena, prefiero la pena". Y sí, claro, yo también lo prefiero. Ese dolor o esta pena que arrastro desde hace meses es mejor que la nada. La pena también nos salva. Nos recuerda que hemos vivido. He tenido mucha pena y dolor desde octubre por distintas cuestiones y han sido distintas también: una pena por un amor de años que encuentra su fin tras años de desgaste y una pena por un amor de meses que encuentra su fin cuando se nos olvidó a ambos que el amor no puede encadenarse ni aplicarle tantos registros y demandas. Dos dolores de distinta graduación y gradación, que van atemperándose con el tiempo. Sí, prefiero la pena, ambas penas; y aquí después, viene la salvación que el libro propone: que también estas penas están habitadas por días perfectos: esos días en los que amamos sin reservas, sin miedo, con entrega, donde todo sale bien, donde hay un cansancio por estar vivo que es más bien un júbilo, esa felicidad, además, que no sabemos que existe en ese momento, pero es. Y caray, claro que tuve mis días perfectos en ambas penas. O, sí, vaya que sí. Y saben, que no siempre podemos decir que tenemos esos días, no están hechos para todos, afortunados quienes los tienen; esos momentos en los que estamos más vivos. Y con M tuve mis días perfectos, no pienso en los otros, que también los hubo, pero sí tuve mis días perfectos. Esos los guardaré, con la pena, claro, para que, cuando esté viejo y el corazón necesite más, poderlo sacar a relucir con su poder de que han sido vividos. Y también tuve mis días perfectos antes, con S, pero ahora se trata de buscarlos conmigo mismo.

domingo, junio 01, 2025

 Algunas cosas han cambiado esta semana para bien. Y M tenía razón, mucha, soy un narcisista de mierda. Está bien. Ahora al menos lo veo y veo lo que he hecho sufrir a ella y a otras en ese trance. Pero no crean, poder mirarme de esa manera me da tranquilidad porque ahora al fin lo veo. No hay victimización, sino llana aceptación. También esto he sido, claro. Y la extraño mucho, pero sé que no volverá. Pero me ha dejado este regalo que no voy a desperdiciar. Es decir, O también me lo había dicho, pero al ver el patrón al fin pude observarlo. En fin, se tenía qué escribir.

miércoles, mayo 28, 2025

Al fin uno entiendo las culeradas que ha hecho. Y no descansa, pero al menos ya las puedes ver y eso es ganancia. Perdón.

martes, mayo 13, 2025

Después de muchos días, el sábado me volvió a dar un ataque de ansiedad. Después de que mis hermanas y hermanos se fueron y volví también a la casa, me empecé a sentir triste, aislado. Me recosté en la cama. Ya había caído la noche y me quedé mirando el techo de lámina. Y entonces pensé en ti. Y ese pensar en ti se me empezó a hundir en el pecho como una lava fría. Y pensé en la vida que ya no tendré a tu lado y después pensé en la vida que tampoco ya no tendré en mi vieja casa. Y recordé a la terapeuta, cuando le decía: pero es que ya quiero estar bien con ella, ya quiero poder abrazar todo lo que me ofrece, pero no puede. Y entonces me dijo: es que estás a la mitad del camino. Y quien está a la mitad del camino sólo tiene eso: la esperanza de llegar, pero también la decisión de a) no querer volver atrás y b) querer dejar la puerta abierta para dejar lo de antes no como una huida, sino como una decisión. Pero estás en medio. Pero el sábado, de pronto, me di cuenta que estaba (estoy), justo en esa parte donde el mar no termina, donde el desierto no ofrece más que dunas. He dejado mi punto de referencia en el pasado y, a donde iba, a ese sitio al que iba contigo, desapareció, como un espejismo que te invita sólo a moverte de donde no hay más agua. Empecé a sentir la típica opresión en el pecho que antecede a la ansiedad y la angustia. Repasé nuestros momentos juntos, las discusiones, los en realidad momentos bellos que tuvimos y la ansiedad me atrapó con sus fauces salivosas, pero antes de empezar a victimizarme, recordé que fue una decisión que también yo tomé: la de irme. Y me puse en pie. Y empecé a trabajar en darle orden a todos mis papeles, que no son pocos. Y aparecieron cartas, documentos, contratos, recuerdos, que me reforzaron que aunque soy el de los últimos seis meses, no sólo soy ese. ¡He sido tantos más! En fin. Venimos a aprender y a gozar los pocos momentos cuando nos encontramos al fin con los otros. Y yo te encontré. Y me encontré en ti. Y luego nos fuimos. El chiste es saber qué hacer con esos recuerdos. No para mal. Sino para bien. Para el futuro. Una versión de ese otro que hemos sido. Que debe sumar al que viene.

viernes, mayo 02, 2025

Mi abuelo construía bicicletas de formas caprichosas. Iba de puesto en puesto, de tiradero de metales en tiradero, aprovechaba las oportunidades en talleres de bicicletas para pepenar, comprar en rebaja o rescatar manubrios, asientos, cuadros, mazas, cadenas y frenos a los que luego les daba formas caprichosas. Nunca empataba una cosa con la otra, pero esas bicicletas funcionaban para lo que se requerían. Así, de su imaginación germinaron otros recuerdos: la de mis primos y yo en busca de la bicicleta perfecta: no la que compraríamos sino la que él hiciera. Las sacaba a cuenta gotas, pero cada cierto tiempo nos entregaba una. Él me intentó enseñar a andar en la primera que tuve: una de cuadro de competencia, con manubrio de bici de entrega de pan y asiento de repartidor de periódicos. Me soltó en la calle y, como era demasiado grande para mí, no tardé en perder el equilibrio y caer. Me hice un chichón inmenso. En la cama, dolido, mientras me ponían vaporub, vi a mi abuelo en la entrada de la casa, apenado por el tremendo golpe que me había dado. Se notaba contrito y se regañaba por habersele hecho fácil soltarme así, y yo con las piernas tan cortas. A más cosas jugué con mis primos con esas bicicletas inesperadas y felices, a las que les puse el apodo, muchos, pero muchos años después, de las Franky, porque nunca sabías cómo iban a hacer. Ojalá aún quedara alguna, pero todas desaparecieron. Yo creo que están también con él, en ese cielo que forman los recuerdos y a los que podemos, de vez en cuando transportarnos, si la memoria es buena o si, como en este caso, escribimos sobre eso.

lunes, abril 28, 2025

 La gente no entiende y no debería de importarme, pero no entiende lo que estoy intentando hacer. Salvar la memoria, mi memoria, la memoria compartida de tantos años. No cortar de tajo lo que ha sido y es. Y que tiene sus posibilidades de ser. No en el mismo plano, claro, pero sí en otros que también implican acompañamiento, amor, comprensión, incluso madurez. Pero lo aceptado es que todo debe ser cercenado, destruido, puesta sal sobre el terreno donde antes hubo una casa. Y en ese lance me juego mucho, tampoco es algo obligatorio, por supuesto, pero aspiro a eso. Y como en el amor, se necesitan dos personas para que eso ocurra. Hoy, que le comentaba a la terapeuta eso, sólo sonrió y dijo: sí, casi nadie entiende. Y le decía, sé que en determinados casos el contacto cero, el corte final, etcétera, es lo ideal, pero, ¿y si existe otra forma de seguir en la vida sin esa herida? No por cobardía, sino por entereza. Incluso por responsabilidad.

domingo, abril 27, 2025

Casi al final empecé a enviarte imágenes y videos de árboles que me encontraba en el camino. Creí que era algo de lo que podíamos hablar. Te mandé unas jacarandas hermosas que se veían desde la terraza del museo de arte de San Luis Potosí. Las ramas eran vastas, pesadas, llenas de flores. Al fondo se recortaba la torre de una iglesia. Luego te mandé las ramas de otros árboles enmarcados en el firmamento. Se veía al aire moverlas. Finalmente, te mandé otros árboles, sólo las cortezas, en el camino de regreso del Cofre de Perote, de la comunidad de Pescadores. Árboles. Investigué qué significan: cambios, esperanza, contacto con el mundo espiritual. Ojalá un día recabes en eso y que eso también era otra forma de decirte el amor: que sólo te mandé al final árboles hasta que ya decidiste no contestar ese último mensaje. Pero árboles: te mandaba paz. Me enviaba paz también.

jueves, abril 24, 2025

Han sido días de cierta incertidumbre, pero también de una verdad: de que no era el momento. Y de que antes debo estar en paz con alguien más. Aún así no ha sido fácil. Lo que he perdido es cierto. Ese mundo que se me ofrecía se ha perdido, por impaciencia, por inmadurez, por lo que sea, pero esa ventana ya se ha cerrado. Pero tampoco estoy huérfano. Es decir. Hay tantas cosas a mi alrededor por las cuales estar feliz y luchar. Me estoy concentrando en ellas. Y hablo. Y acepto mis errores. Tampoco me castigo de más. Han sido días de estar en casa, con mis padres y mis sobrinas y al menos una hermana. Los otros permanecen y pertenecen ya a sus otras vidas. No hay queja. Bueno, un poco sí, pero ya hablaré con ellos. Además, no tengo modo de decir o exigir su presencia cuando he sido yo el que antes no estaba. Era como vivir en el sin lugar. Como no estar en un sitio. Como si me hubiera instalado en un lugar en donde aparentaba estar, pero no estaba y culpaba a otros por esa situación. En fin. Hablo. Escribo de modo críptico. Yo me entiendo. Y saldré de esto. Ya es hora de dormir.

miércoles, abril 23, 2025

No voy a desaprender nada de lo que aprendí contigo. Y es mejor ya hacerme a la idea de que nuestro tiempo terminó. Que ni tú ni yo aprendimos lo suficiente de nosotros y del otro para estar juntos, pero que en el tiempo que nos correspondió estarnos sí nos compartimos cosas que serán parte de nuestra historia. Seguiré dándole a mis perritos aceite de lavanda para tranquilizarlos y seré más cuidadoso con lo que comparta de mí en otras redes, haré el aceite de romero para el cabello e intentaré ser ese tipo bueno que creías ver en mí. Leeré poesía con más cuidado, así, haciendo la prueba del poema. Y otras cosas que no compartiré aquí. Que tú estuvieras fue un regalo en una vida que hacía tiempo estaba dormida, no por carencia de talentos sino por abandono. Aunque no estoy en paz con mis decisiones, voy a ver a dónde me conducen. Y seguro aparecerás por aquí cada cierto tiempo, y está bien. Yo no creo en el contacto cero porque en determinados casos solo mutila lo que puede seguir floreciendo. Y lo que aprendí contigo merece florecer. Convertirse en un gran árbol que le dé sombra, frescura y belleza a mi vida.

jueves, abril 17, 2025

Hoy me pusieron el tallador de granito, el típico de las casas mexicanas. Pero más allá de eso. El que estuvo tirado en el patio de la casa de mi abuela quien sabe por cuántos años. Décadas. Aunque no lo recuerdo en mi infancia, pero ahí estuvo. Y cuando supe que viviría aquí una temporada, me dije: debo estar mejor cuando se ponga. Y sí, hoy se ha puesto. No estoy mejor, dicho sea de paso, pero las cosas han evolucionado, y eso sólo es una buena noticia. Han cambiado. Aunque ahora recuerdo lo triste que estuve ese sábado en Madrid, que me obligué a caminar para no pensar en mi situación de ese momento. Caminé y caminé y caminé. Solo. Entre el bullicio, por el templo de De Bod hasta salir a la Almudena, luego por la calle de los coreanos hasta salir a un costado de El Callao. Mañana deberé estar mejor, pensaba, solo tengo que pasar esta noche. Y aunque al día siguiente fue peor, en fin. Ha pasado el tiempo. El tallador está instalado. 

lunes, abril 14, 2025

A mí, lo que me dieron los libros de Mario Vargas Llosa fue una disciplina lectora. No recuerdo en qué momento tomé aquel ejemplar de La ciudad y los perros, pero sin duda fue animado por la lectura de P, quien alababa, cada que podía, el inicio de la novela -Cuatro -dijo el jaguar. Con eso me bastó para adentrarme en esas tramas caudalosas de MMV. Las distintas perspectivas de los personajes, los narradores en distintos sitios, la trama entreverada, la confusión de quien hablaba y sobre todo la brutalidad en los actos de la novela me produjeron una sensación de estar en casa, es decir, de leer a alguien que iba a ser para mí. Años después, el maestro C, me lo dijo: -Tienes que buscar a tus maestros propios. Y, aunque no he escrito nada, ni por asomo a lo que MMV ha hecho, de alguna manera está en mi ideal de escritura escribir una novela que sea así, aunque no lo haya hecho ni lo haya intentado. De ese calibre aunque no se parezca a nada de eso. Por esas fechas, inicio del siglo XXI, me iba los sábados a leer a un restaurante por la zona de La Fe. Llegaba a las diez de la mañana y leía de tirón hasta la 1:30, 2:00, cuando por lo general entraba al cine en la misma plaza. Y leer a MMV fue parte de mi rutina. Sólo lo leía los sábados. Y así, tras terminar La ciudad y los perros, decidí tener mi temporada MMV. Leí, en ese año y medio, antes de irme a la cdmx, La casa verde, Conversación en la catedral, La tía Julia y el Escribidor, Historia de Mayta, Los jefes, los cachorros, Pantaleón y las visitadoras, hasta que llegué a La guerra del fin del mundo y entonces todo terminó. ¿Cómo ser el mismo después de leer esa novela ancha, amplia, profunda, esa red de narradores, esa voluntad mayúscula de escritura? Dice Capote que existe una diferencia entre escribir mal y escribir bien, pero es posible caminar ese trayecto, pero la diferencia entre escribir bien y hacer arte, es insondable. Me quedó claro, entonces, y no es una victimización de parte mía, que yo iba a intentar hacer arte, pero lo más probable es que me quedaré entre escribir bien e intentar hacer arte, que también sé que no todos lo desean, menos en estos tiempos de productos editoriales en pos de venta. Y eso me ayudó a amar más la novela. La tengo como una aspiración en mi oficio. Luego, más tarde, me leí La fiesta del Chivo y ahí terminé mi ciclo de lecturas de MMV. No he vuelto a leerlo desde entonces. Ni sus novelas nuevas. Me quiero quedar con el MMV de entonces y mi yo de entonces: un tipo solitario, callado, lector, con ciertas aspiraciones que hoy se han cumplido. Hoy lamento su fallecimiento. Poco me importaron, con el paso de los años, sus chismes literarios, su vida como persona, yo a la única que le había prestado atención era a su vida como autor. A sus novelas. Y, con sus novelas, me acompañó por años, me dio la disciplina para leer, que agradezco. Que vaya en paz, le digo. Nosotros, los lectores, también estamos en paz no con uno ni dos, sino con varias de sus obras. Es lo mejor que, como lectores, podemos desearle a quienes han escrito y, cómo lo han escrito, las historias que nos dan escena y camino en el mundo.