-¿Y tú qué, güey? -le preguntó el asesino a uno que estaba al final de la fila, hinchados los párpados por los golpes, atadas las manos, la frente arrugada por el miedo. El hombre nada más miró el cañón de la pistola y cómo ésta se recargaba en sus sienes. Después se escuchó el disparo. No puedo olvidar esos ojos abiertos y fríos, el cuerpo que se desmorona con lentitud, resbalando sobre una bolsa negra mientras la sangre sale de la nuca y resbala por el hombro, densa y tibia.
-¿Y tú qué, güey?
Ha de ser terrible escuchar en la vida esas últimas palabras.