Voy en el carro a la altura de Insurgentes y Río Rhin cuando escucho las explosiones. Pienso, ¿coheteros a esta hora? Pero no hay nada en el aire, ni nada en el tráfico y cuando da la luz verde avanzo con la tranquilidad de siempre, doblo en Marsella hasta Dinamarca y es ahí cuando empiezo a escuchar a las patrullas. De la nada avenida Chapultepec se convierte en un desfile de granaderas y patrullas que avanzan torpemente entre el tráfico. Cuando llego a la casa don Rafa me dice que si escuché los bombazos. Asiento pero en ese momento, no sé porqué, en lugar de entrar a la casa vuelvo caminando hacia Avenida chapultepec y trato de ir hacia el lugar del siniestro. Un helicóptero sobrevuela el área y el sol cae de manera dócil sobre el pavimente. Chapultepec ahora sí está detenida. Los autos esperan con el motor encendido y atrás de ellos aparecen un par de camiones de granaderos que avanzan pesadamente sobre el asfalto negruzco.
Conforme llego al metro insurgentes encuentro gente afuera de la entrada y me digo que es imposible entrar ahí así que sigo por Puebla, paso una sex shop, a la gente que habla sobre la bomba, con sus palabras estiradas entre el las torretas de las patrullas. Finalmente llego a Monterrey pero ahí todo es un caos. Los cuerpos de granaderos han hecho una valla y los camarógrafos se pelean con ellos. Desde ahí nada se puede ver pero escucho el parte de boca en boca, un parte de guerra que se engrosa con cada mirada, con cada ángulo distinto, "se llevaron a varios", "se cayeron unos anuncios panorámicos" "hay un muerto" "que va a venir los antibombas", "se rompieron los vidrios de mi negocio". Las palabras, el olor a incertidumbre en el aire, el sol, el aire suave que mueve las copas de los árboles, los camarógrafos y las miradas ausentes de los policías que rompen y se congelan en la tarde, se dispersan en los cláxones de los autos varados en Monterrey y Chapultepec. Alguien dice tras de mí; fue un ataque terrorista, pero apenas si alcanza a arrancar un risueño en todos. Me quedo todavía unos momentos más ahí y emprendo luego el camino de regreso a casa. Llevo las manos dentro de la bolsa del pantalón. La tarde sabe a torretas que vomitan su sonido estridente. Un perro cruza entonces la avenida. En un puesto de tacos, un chamaco, tal vez como de unos 16 años se asoma al cazo donde se cuece el suadero y creo escucharlo cuando dice: deme tres, campechanos.
1 comentario:
Si hubiese sucedido el 14 de Febrero, bien podría haber significado una salida fácil.
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