martes, enero 21, 2025

700 post

 Inicié este blog hace tantos años que leerlo es como entrar a un espacio de la ficción; sí, de la ficción de nuestras propias vidas. En esa época los blogs surgían como un espacio real de intercambio y como buenos exploradores toda una generación nos fuimos a colonizarlo. No nos conocíamos entre nosotros, pero conocíamos nuestros blogs. Nos acompañaba nuestra escritura como un daemon que nos reflejaba mejor que cualquier libro que pudiéramos leer. Había, y eso no existe en las redes sociales que surgieron después, una honestidad rabiosa. Era fácil al hablar de ti, salirse de la máscara. Es decir: éramos como éramos. Mostrábamos lo que éramos. No había medias tintas. No existía la cultura del filtro como lo existe ahora. Escribíamos para ser, no para mostrarnos como otros. La escritura, aunque mentira, está compuesta de la verdad. Se asoma lo que somos aunque no lo queramos. Los videos no, acaso los podcast sean lo más cercano a esto. Escribo esto porque este post es el número 700. De aquí surgieron amigos y complicidades, incluso un libro del que ahora reniego. Era otra época. No sé si más clara o más ingenua. El primer post de este blog fue un cuento de una pareja que está por separarse. El atardecer se despliega ante ellos con su sonora belleza, pero donde él ve esperanza mientras lo contempla, ella mira inacción y poca decisión en él. Al final cada quien se va por su lado. Supongo que incluso ahora, esa diferencia de miras ha regido mi vida. Donde yo he visto algo, mi ex pareja miró otra cosa. Y así. 

En enero del 2005 mi vida era otra. Vivía entonces en un cuarto en el depa de una dentista de la que no sé nada al día de hoy. Trabajaba en el ILCE. Todas las mañanas salía del edificio y caminaba un kilómetro y medio para tomar el micro que me dejaba en las torres Zafiro, frente a TV Azteca. Compraba una torta de jamón o un sándwich y un atole con una señora que ponía su puesto al salir del elevador y me sentaba ocho horas a trabajar en la edición de libros digitales de la SEP. Cerca estaban todos los del proyecto de ENCICLOMEDIA del gobierno de Fox y de algunos me hice buen amigo aunque más de mis compañeros del ILCE. Fuimos a beber varias veces, a Six flags, organizamos fiestas espectaculares. Total, todos teníamos 26, 27 años. Yo aún no me enamoraba de con quien estuve brevemente a mediados de ese año. Y vivía en una soledad inquieta. Veía chicas y me emocionaba, pero nunca lograba dar el primer paso. Me concentraba en escribir. Creo que estaban por darme una beca, de las más significativas que he tenido y gozaba de otra en ese momento, de hecho escribia el que a la postre fue mi segundo libro, pero en ese 11 de enero aun no. Así que nadaba en el dulce trabajo de escribir, de leer, de trabajar. 

A las tres de la tarde hacía el camino a casa. Abordaba un micro -a veces comía unas quesadillas en un mercadillo cercano, o carnitas en un puesto antes de cruzar el puente de Periférico-. A veces llegaba a Perisur, al cine, o para comer en la zona de restaurantes, o leía en el Sanborns. Luego llegaba a casa, subía los cuatro pisos, me encerraba en el cuarto, leía, miraba televisión, escribía por las tardes. En ocasiones iba con la dentista a casa de sus padres, porque su familia me había adoptado, o salía con ella y su novio, un tipo del que no era tan fan. Quién sabe qué se habrán hecho, en dónde estarán de su camino en este momento. A lo mejor se acordarán de mi en ocasiones.

Ese año la casa en la que estábamos tenía una cocina con repisa y puertas y ventanillas de madera. A veces, cuando salía, al volver cenaba tacos de pastor en un puesto junto al centro cívico o miraba televisión antes de dormir. O tal vez ya me había enamorado. Sí, creo que fue justo el año anterior que tuve una relación con una mujer mayor, que no tan sutilmente decidió terminar la relación cuando era ella quien la había iniciado. pero claro, era un mocoso de ¿27, 28 años? Iba al taller de escritura los miércoles. Contaba con algunos amigos defeños. Y escribía mi segundo libro. Y pensaba que era un tipo genial, tímido, sí, pero genial.

Y me dije, voy a escribir cuentos cortos en este blog. Y lo hice. Escribía en la oficina, en los cafés internets de su tiempo, tan bulliciosos, tan comunitarios, tan emblemáticos. Eran como la otra versión de los Arcade Club. Decenas de personas ante su computadora, en los chats room, en los blogs, en sus mails, con el messanger en su época dorada. Me dije, escribiré. Tendré un blog sobre escritura y cuentos y me aficioné tanto que terminé haciendo tres, el segundo con escritos más personales. Uno tercero, con reseñas de libros.

Y ahora, 20 años después, llego al post 700. Me pasé por 11 días de celebrarlo bien, en su vigésimo aniversario. Larga vida a mí, claro, para poder seguir escribiendo en este blog que ahora no pretende volveremos escritor, sino solo darme tinta electrónica para recordarme, porque ahora solo escribo para recordar.

miércoles, enero 15, 2025

Si una casa no tiene el concepto "estar" no es una casa. Una casa es la cama, pero también el sitio donde te acomodas a comer frente a ti mismo, haya televisión o no frente a eso, una mesilla para colocar un libro que se lee a mordiditas, mientras se lleva la cuchara a la boca con algo caliente. Pienso que eso es lo que le falta a mi casa, el concepto "estar en casa". No sé si es la falta de puertas, que evitarían el vendaval jaurío en mi recámara y en el sanitario, o la falta de agua caliente. Alguna vez me mudé y, sin agua, sentía que le faltaba sangre a la casa. Ahí estaban los ductos, las mangueras, pero secas. Esta casa tiene agua, luz, pero le falta el sitio en donde me pueda acomodar. Dormitar. Oír música. Eso. De mi vida personal, ya mejor ni comento. 

domingo, enero 05, 2025

Hay muchas cosas que no entiendo en mi presente, pero las acepto. No voy a luchar contra ellas. Simplemente voy a fluir con responsabilidad sobre lo que me corresponde resolver o vivir. Intentando, en el proceso, no hacerle más daño a nadie. Ser claro con lo que quiero, con lo que puedo ofrecer, con lo que deseo obtener. Hoy hablé todo el día con A. Empezamos a las once de la mañana en un café en la zona del Obispado, en Monterrey y terminamos bebiendo cerveza en el Barrio hasta que nos corrieron. Con mucha naturalidad nos pusimos al día, hablamos con una franqueza inédita, puesto que en el pasado habíamos intercambiado solo saludos de cortesía y necesidades editoriales por resolver. Creo que, en suma, no habíamos hablado entre nosotros más de 20 minutos en total, en nuestros encuentros previos, aunque esos minutos sin duda eran significativos. Pero hoy fue como un evento catártico para ambos. Ella contó lo que deseaba contarme de su vida y los últimos días de I, yo hablé de mis procesos de duelo y el intentar hacer un mapa claro de ambos. En algún punto me dijo: es que yo no tenía solo un proceso de duelo, eran como siete al mismo tiempo, y me dije, caray, pues entonces yo llevo muchos más a cuestas y no me había dado cuenta: el de dos futuros, el de dos parejas, el de dos casas, el de una familia, en fin. Uno responde, dijo A, como mejor puede al calor de los sucesos, con al menos sentir que lo hicimos lo mejor que pudimos debería bastar para no ser tan duros con nosotros. pero mejor no pensar en eso. O más bien, sí pensar en eso, pero acomodarlo como mejor se pueda hacer. Al final llegamos a la conclusión de que solo resta crecer, aprender sobre lo vivido, que la gente no tiene ninguna obligación por estar con nosotros, y que, cuando se van, hay que agradecer su paso por nuestra vida. O cuando los dejas ir. O cuando los dañas. Porque uno también hace daño. Uno también tiene la culpa. Sin duda hay dolor en el proceso. Yo intento ser empático la mayoría de las veces, pero siempre se puede.  Algún día escribiré, sin duda, el resultado de mi vida en estos meses pasados. Y la vida de I y A, y las relaciones opresivas y dolorosas, y la esperanza, y el terminar relaciones de muchos años y el dar o no dar segundas oportunidades. Será mi otra novela de mi vida: la que tal vez sólo mediane la ficción pueda al fin responder y dejar atrás, como la anterior. Que tuve qué escribir todo mi dolor en esas 220 páginas hasta que saqué toda la podredumbre que traía. Yo siempre digo eso: escribo porque tengo preguntas que solo una historia puede decirme. Sin embargo, ahora mismo sigo muy involucrado. Y tal vez será así, cuando lo haga, como una charla entre dos personas que se cuentan las zonas más difíciles de su vida y cómo, al calor de la cerveza, pueden tener el ánimo de seguir adelante.

jueves, enero 02, 2025

un día voy a "destruir" mi cuerpo.

Eso pensaba hace años, cuando me aparecían de imprevisto en la tele rostros y cuerpos esculpidos por el gimnasio. Sería bueno, pensaba entonces, en un día iniciar mi fase de destrucción de mi cuerpo, amoldarlo a lo que los músculos bien tonificados pueden decir de mí. Pero no lo hacía, claro. Pasaba de largo, porque, qué flojera hacer ejercicio, ir al gimnasio, tener una rutina de pesas, cardio, peso muerto. Así que seguía en mi natural estado de paz sedentaria. Pero era más joven, claro; 33, 36 años. Mi cuerpo reaccionaba en paz a la ingesta de carbohidratos, grasas, al caminar pausado, al estar frente al televisor, al subir las escaleras. Pero los años continuaron. La pausa también. El sedentarismo. Tuve mis escapadas inesperadas de picos altos de demanda física, como caminar kilómetros y kilómetros en viajes a ciudades europeas donde nunca sales de un amplio cuadrante, como cargar cajas de libros en ferias, pero no era lo mismo. Luego, una tarde me caí y mi rodilla resintió el golpe. Desde entonces, subir escaleras era un poco más complicado. Pero no cambié. Y seguí en mi ingesta normal de comida, saturado. Subí un montón de kilos, los bajé, los volví a subir. 
De pronto, el año antepasado, dos ideas y un hecho me hicieron considerar algo más. Las ideas, una, apareció en tik tok, dicha al parecer, por Sócrates -cosa que dudo mucho-, y que decía, palabras más, palabras menos, qué lástima que un hombre no sepa nunca cómo podría haber sido su cuerpo trabajando con la disciplina del acondicionamiento físico. La segunda fue: la gente puede comprar lo que quiera, menos un cuerpo bien trabajado. Y el hecho fue que, acostumbrado a tomar aviones, no siempre los abordo por las puertas tradicionales, en ocasiones debo subir escalerillas. Y fue una temporada de subir penosamente las escaleras que me dije, no puede ser que, a mi edad, esté batallando con estas cosas. Realmente era lamentable. Subía escalón por escalón, un pie primero, aferrarse al pasamanos para que el otro pie no resintiera la subida. La respiración agitada. No podía seguir así.
Así que hace un año me inscribí en el smartfit. Entré con 125 kilos y la peor condición física de mi vida. En la elíptica no podía ni dar un par de pedaleadas sin que mi rodilla se resintiera. En la caminadora, aguantaba 10 minutos a velocidad lenta, tal vez por cierto acondicionamiento por mis años como corredor en mi juventud. Todo lo demás, en lo mínimo. Me subí a la bicicleta y me estaba desmayando. No lograba hacer ni una sentadilla, tenía que sentarme en un cuadrado y aferrarme a una columna. Extensiones de femorales, trabajo de tríceps, espalda, todo me causaba escozor.
Poco a poco tomé fuerza, mis músculos se adaptaron, pero seguí comiendo confiado en el hecho de que hacía ejercicio. Iba tres días a la semana, cuatro cuando mucho. Esto no va a funcionar si no hago dieta, me dije, cuando descubrí que sí, estaba más fuerte, pero había subido tres kilos. Al principio O me acompañaba, pero dejó de ir a los meses, pero me mantuve. Después, cuando decidí hacer dieta también, M me acompañó todas las noches por mensajes. Era como el momento para hablar con ella, aunque todo el día lo hacía, pero me acompañaba en esa hora y media de ejercicio. Eso me impulsó a ser más constante, porque de pronto, a mis deseos iniciales, se sumó también el espacio de diálogo y el tener a alguien con quien compartir ese tiempo.
Luego, a partir de octubre, que todo cambió, también dejé de ir al gimnasio a diario, y cuando iba ya no lo hacía por el ejercicio en sí, sino para respirar, para mantenerme cuerdo, para sentir que había algo de estabilidad en mi vida. Fue duro, además, volver en silencio a los equipos. Y aunque ahora ya no vivía a cuatro kilómetros de la sucursal a la que iba, sino a 28, aun así recorría media ciudad para hacer ejercicio con la misma gente, con el mismo entrenador. ¿Cuándo terminará esto?, me preguntaba, pero me puse una fecha para ir soltando. 
Hoy fui a mi nuevo gimnasio, frente a Cintermex. Hice pierna, justo eso que no podía hacer al principio. De julio a octubre, bajé 18 kilos, subí algunos en esta recta final del año, pero no volví a mi condición original. Pero ahora puedo hacer ejercicio con mucho más peso, casi 100 sentadillas, 70 kilos con el femoral, 50 con la extensión de pierna -al principio no pude hacer ni dos flexiones, sin peso añadido-.
Estoy decidido a terminar lo que inicié el año pasado. Por salud, por retrasar las enfermedades de la vejez, por dignidad propia, por, como dijo falsamente Sócrates, ver cómo podrá ser mi cuerpo en su mejor condición. Ahora estoy solo también, mejor para saber cuál es mi verdadera fuerza de voluntad.
Al terminar caminé un poco por Cintermex, a oscuras, con algunas personas que salían a esta hora del parque. Les tomé fotos a lo lejos. Las luces navideñas parpadeaban en los árboles y la luz bien valía esperar. Me gusta el nuevo gimnasio, aunque el nuevo yo aun no alcance a gustarme, pero todo se irá acomodando.

miércoles, enero 01, 2025

He pasado estos días con el taladro, el desarmador, el martillo, tornillos y taquetes a mi alrededor. Limpio la casa. Paso el trapo sobre el polvo que se acumula rápido sobre los muebles. Compré uno que requerirá mucha ayuda para armarlo, el resto los he solucionado de manera propia. Pasé el año nuevo, la víspera, solo en la casa, con los perros en el sillón dormidos, aunque pensaba que estarían alterados por los cohetes que los vecinos truenan estos días. Casi a las 12 salí y me senté en la piedra cuadrada que ha estado afuera de esta casa por más de 80 años, cuando mi abuelo la mandó traer de quién sabe dónde, y miré la noche. La carnicería estaba ya con las cortinas metálicas abajo, después de despachar a cientos de personas que hicieron fila durante el día para sus cenas de año nuevo. El señor que vende fierro viejo oía música tropical y alrededor de su montón de fierros, muebles desastrados y ropa acumulada, irradiaba su luz un foco industrial que iluminaba su esquina. Entonces, ahí, en silencio, oré por mí, por quien estuvo conmigo unos meses y decidió irse, por quien estuvo conmigo por años y debí irme, por los cambios, por mis padres, por mis hermanos. Después fui a casa y abracé a mis papás quienes estaban solos, porque este año nuevo no vinieron ninguno de mis hermanos, y volví a casa a seguir trabajando en la limpieza. Hoy, todo el día he hecho lo mismo, mientras veo las tres películas de El Hobbit. Yo también quisiera hacer un recuento de todo lo que viví en el año pero me parece tan insulso. No quiero ni ponerle adjetivos. Ahora sé que, ese optimismo de las semanas pasadas de que todo estaba bien y que podía salir adelante eran como un golpe de adrenalina necesario para llegar a estas fechas y pasar de ellas, pero una vez pasadas mi reserva de adrenalina se ha vaciado y tengo que encarar el vacío y de nuevo los futuros que no serán. Y paso saliva. Un vecino acaba de tronar otro cohete de esos grandes, los perros se alteran, yo no sé qué falta de neuronas tienen en la cabeza para que crean que tronar cohetes es algo que todos disfrutamos. En fin. Feliz año nuevo.