Inicié este blog hace tantos años que leerlo es como entrar a un espacio de la ficción; sí, de la ficción de nuestras propias vidas. En esa época los blogs surgían como un espacio real de intercambio y como buenos exploradores toda una generación nos fuimos a colonizarlo. No nos conocíamos entre nosotros, pero conocíamos nuestros blogs. Nos acompañaba nuestra escritura como un daemon que nos reflejaba mejor que cualquier libro que pudiéramos leer. Había, y eso no existe en las redes sociales que surgieron después, una honestidad rabiosa. Era fácil al hablar de ti, salirse de la máscara. Es decir: éramos como éramos. Mostrábamos lo que éramos. No había medias tintas. No existía la cultura del filtro como lo existe ahora. Escribíamos para ser, no para mostrarnos como otros. La escritura, aunque mentira, está compuesta de la verdad. Se asoma lo que somos aunque no lo queramos. Los videos no, acaso los podcast sean lo más cercano a esto. Escribo esto porque este post es el número 700. De aquí surgieron amigos y complicidades, incluso un libro del que ahora reniego. Era otra época. No sé si más clara o más ingenua. El primer post de este blog fue un cuento de una pareja que está por separarse. El atardecer se despliega ante ellos con su sonora belleza, pero donde él ve esperanza mientras lo contempla, ella mira inacción y poca decisión en él. Al final cada quien se va por su lado. Supongo que incluso ahora, esa diferencia de miras ha regido mi vida. Donde yo he visto algo, mi ex pareja miró otra cosa. Y así.
En enero del 2005 mi vida era otra. Vivía entonces en un cuarto en el depa de una dentista de la que no sé nada al día de hoy. Trabajaba en el ILCE. Todas las mañanas salía del edificio y caminaba un kilómetro y medio para tomar el micro que me dejaba en las torres Zafiro, frente a TV Azteca. Compraba una torta de jamón o un sándwich y un atole con una señora que ponía su puesto al salir del elevador y me sentaba ocho horas a trabajar en la edición de libros digitales de la SEP. Cerca estaban todos los del proyecto de ENCICLOMEDIA del gobierno de Fox y de algunos me hice buen amigo aunque más de mis compañeros del ILCE. Fuimos a beber varias veces, a Six flags, organizamos fiestas espectaculares. Total, todos teníamos 26, 27 años. Yo aún no me enamoraba de con quien estuve brevemente a mediados de ese año. Y vivía en una soledad inquieta. Veía chicas y me emocionaba, pero nunca lograba dar el primer paso. Me concentraba en escribir. Creo que estaban por darme una beca, de las más significativas que he tenido y gozaba de otra en ese momento, de hecho escribia el que a la postre fue mi segundo libro, pero en ese 11 de enero aun no. Así que nadaba en el dulce trabajo de escribir, de leer, de trabajar.
A las tres de la tarde hacía el camino a casa. Abordaba un micro -a veces comía unas quesadillas en un mercadillo cercano, o carnitas en un puesto antes de cruzar el puente de Periférico-. A veces llegaba a Perisur, al cine, o para comer en la zona de restaurantes, o leía en el Sanborns. Luego llegaba a casa, subía los cuatro pisos, me encerraba en el cuarto, leía, miraba televisión, escribía por las tardes. En ocasiones iba con la dentista a casa de sus padres, porque su familia me había adoptado, o salía con ella y su novio, un tipo del que no era tan fan. Quién sabe qué se habrán hecho, en dónde estarán de su camino en este momento. A lo mejor se acordarán de mi en ocasiones.
Ese año la casa en la que estábamos tenía una cocina con repisa y puertas y ventanillas de madera. A veces, cuando salía, al volver cenaba tacos de pastor en un puesto junto al centro cívico o miraba televisión antes de dormir. O tal vez ya me había enamorado. Sí, creo que fue justo el año anterior que tuve una relación con una mujer mayor, que no tan sutilmente decidió terminar la relación cuando era ella quien la había iniciado. pero claro, era un mocoso de ¿27, 28 años? Iba al taller de escritura los miércoles. Contaba con algunos amigos defeños. Y escribía mi segundo libro. Y pensaba que era un tipo genial, tímido, sí, pero genial.
Y me dije, voy a escribir cuentos cortos en este blog. Y lo hice. Escribía en la oficina, en los cafés internets de su tiempo, tan bulliciosos, tan comunitarios, tan emblemáticos. Eran como la otra versión de los Arcade Club. Decenas de personas ante su computadora, en los chats room, en los blogs, en sus mails, con el messanger en su época dorada. Me dije, escribiré. Tendré un blog sobre escritura y cuentos y me aficioné tanto que terminé haciendo tres, el segundo con escritos más personales. Uno tercero, con reseñas de libros.
Y ahora, 20 años después, llego al post 700. Me pasé por 11 días de celebrarlo bien, en su vigésimo aniversario. Larga vida a mí, claro, para poder seguir escribiendo en este blog que ahora no pretende volveremos escritor, sino solo darme tinta electrónica para recordarme, porque ahora solo escribo para recordar.