jueves, enero 02, 2025

un día voy a "destruir" mi cuerpo.

Eso pensaba hace años, cuando me aparecían de imprevisto en la tele rostros y cuerpos esculpidos por el gimnasio. Sería bueno, pensaba entonces, en un día iniciar mi fase de destrucción de mi cuerpo, amoldarlo a lo que los músculos bien tonificados pueden decir de mí. Pero no lo hacía, claro. Pasaba de largo, porque, qué flojera hacer ejercicio, ir al gimnasio, tener una rutina de pesas, cardio, peso muerto. Así que seguía en mi natural estado de paz sedentaria. Pero era más joven, claro; 33, 36 años. Mi cuerpo reaccionaba en paz a la ingesta de carbohidratos, grasas, al caminar pausado, al estar frente al televisor, al subir las escaleras. Pero los años continuaron. La pausa también. El sedentarismo. Tuve mis escapadas inesperadas de picos altos de demanda física, como caminar kilómetros y kilómetros en viajes a ciudades europeas donde nunca sales de un amplio cuadrante, como cargar cajas de libros en ferias, pero no era lo mismo. Luego, una tarde me caí y mi rodilla resintió el golpe. Desde entonces, subir escaleras era un poco más complicado. Pero no cambié. Y seguí en mi ingesta normal de comida, saturado. Subí un montón de kilos, los bajé, los volví a subir. 
De pronto, el año antepasado, dos ideas y un hecho me hicieron considerar algo más. Las ideas, una, apareció en tik tok, dicha al parecer, por Sócrates -cosa que dudo mucho-, y que decía, palabras más, palabras menos, qué lástima que un hombre no sepa nunca cómo podría haber sido su cuerpo trabajando con la disciplina del acondicionamiento físico. La segunda fue: la gente puede comprar lo que quiera, menos un cuerpo bien trabajado. Y el hecho fue que, acostumbrado a tomar aviones, no siempre los abordo por las puertas tradicionales, en ocasiones debo subir escalerillas. Y fue una temporada de subir penosamente las escaleras que me dije, no puede ser que, a mi edad, esté batallando con estas cosas. Realmente era lamentable. Subía escalón por escalón, un pie primero, aferrarse al pasamanos para que el otro pie no resintiera la subida. La respiración agitada. No podía seguir así.
Así que hace un año me inscribí en el smartfit. Entré con 125 kilos y la peor condición física de mi vida. En la elíptica no podía ni dar un par de pedaleadas sin que mi rodilla se resintiera. En la caminadora, aguantaba 10 minutos a velocidad lenta, tal vez por cierto acondicionamiento por mis años como corredor en mi juventud. Todo lo demás, en lo mínimo. Me subí a la bicicleta y me estaba desmayando. No lograba hacer ni una sentadilla, tenía que sentarme en un cuadrado y aferrarme a una columna. Extensiones de femorales, trabajo de tríceps, espalda, todo me causaba escozor.
Poco a poco tomé fuerza, mis músculos se adaptaron, pero seguí comiendo confiado en el hecho de que hacía ejercicio. Iba tres días a la semana, cuatro cuando mucho. Esto no va a funcionar si no hago dieta, me dije, cuando descubrí que sí, estaba más fuerte, pero había subido tres kilos. Al principio O me acompañaba, pero dejó de ir a los meses, pero me mantuve. Después, cuando decidí hacer dieta también, M me acompañó todas las noches por mensajes. Era como el momento para hablar con ella, aunque todo el día lo hacía, pero me acompañaba en esa hora y media de ejercicio. Eso me impulsó a ser más constante, porque de pronto, a mis deseos iniciales, se sumó también el espacio de diálogo y el tener a alguien con quien compartir ese tiempo.
Luego, a partir de octubre, que todo cambió, también dejé de ir al gimnasio a diario, y cuando iba ya no lo hacía por el ejercicio en sí, sino para respirar, para mantenerme cuerdo, para sentir que había algo de estabilidad en mi vida. Fue duro, además, volver en silencio a los equipos. Y aunque ahora ya no vivía a cuatro kilómetros de la sucursal a la que iba, sino a 28, aun así recorría media ciudad para hacer ejercicio con la misma gente, con el mismo entrenador. ¿Cuándo terminará esto?, me preguntaba, pero me puse una fecha para ir soltando. 
Hoy fui a mi nuevo gimnasio, frente a Cintermex. Hice pierna, justo eso que no podía hacer al principio. De julio a octubre, bajé 18 kilos, subí algunos en esta recta final del año, pero no volví a mi condición original. Pero ahora puedo hacer ejercicio con mucho más peso, casi 100 sentadillas, 70 kilos con el femoral, 50 con la extensión de pierna -al principio no pude hacer ni dos flexiones, sin peso añadido-.
Estoy decidido a terminar lo que inicié el año pasado. Por salud, por retrasar las enfermedades de la vejez, por dignidad propia, por, como dijo falsamente Sócrates, ver cómo podrá ser mi cuerpo en su mejor condición. Ahora estoy solo también, mejor para saber cuál es mi verdadera fuerza de voluntad.
Al terminar caminé un poco por Cintermex, a oscuras, con algunas personas que salían a esta hora del parque. Les tomé fotos a lo lejos. Las luces navideñas parpadeaban en los árboles y la luz bien valía esperar. Me gusta el nuevo gimnasio, aunque el nuevo yo aun no alcance a gustarme, pero todo se irá acomodando.

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