A todos nos habitan nuestros mitos fundacionales: aquellas historias que nos reafirman como personas, que nos dan momentos de fe y esperanza, que nos dicen quienes hemos sido o qué hemos sido. Y la rápida mirada a esa historia nos permite reconocernos, pero también es importante querer ver. Estos meses, ya largos meses en los que he estado a la deriva. Porque esa es la palabra. Tampoco he sido una víctima, quiero aclararlo. También he empuñado las armas y he hecho mal a personas amadas, supongo que producto de la misma tiniebla. Bueno, pues en estos meses he buscado cierto refugio en estas páginas, en esta escritura, pero también en la memoria. Creo que, en el futuro, seré el único lector de estas páginas y sin duda me harán bien. Bueno, el caso es que entre esos mitos fundacionales de mi vida hay uno que mi madre recuerda cada cierto tiempo. Y sí, hoy, marzo del 2025, mis padres están vivos. Papá duerme de costado, apaciblemente, en el pequeño cuarto con la ventana que da a la casa de Florinda y mamá me ha hecho el desayuno y luego me ha contado la vieja historia de siempre. Cuando yo tenía 20 años, una tarde, regresé derrotado a casa: mi pareja de ese entonces me había dejado por otro, el empleo que ansiaba tener, en el gobierno, iba para rato que me dieran una plaza y ya llevaba cuatro meses trabajando gratis en la secretaría de transporte. Por mi mano pasaban las altas, bajas y cambios de placas de taxistas. En la escuela me iba mal, estaba harto de vivir en casa, durmiendo en un cajoncito de madera porque no había más sitio para mí. Esa noche me asomé al puente que cruza por debajo de Ruiz Cortines y Pino Suárez y vacilé en tirarme. Cuando llegué a casa me puse a ver la televisión. Mamá estaba con mi hermana pequeña y me dijo que fuera a orar con ella, pero le dije que no. Pero, mientras ella oraba, algo en mi corazón se conmovió (como esta mañana) y me acerqué a ella y la acompañé en oración. Creo que dije al señor: estoy cansado, ya no puedo, me entrego a ti. Luego volví a ver la tele, más tranquilo. Porque orar ayuda. Revelar que no podemos también. Lo curioso es que tras ese día todas las cosas empezaron a cambiar para bien. Ahora, pues sigo a la deriva, pero también veo pedacitos de costa a lo lejos. En fin, solo quería contarme esto hoy. Estoy seguro que lo que haya, allá adelante, será digno de vivir.
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