Ayer me di cuenta de algo: esta casa, la rapidez con la que intento terminarla, es la medida, no de mi avance, sino de mi tristeza. Donde todos ven salud, yo solo veo tiempo de frustración, de ansiedad, de desesperación, callar las voces a punta de martillo, taladro, escoba, trapeador, pintura, albañilería. Estoy sin ni un quinto y lleno de deudas, pero sin poder dormir aquí. Y los perros no ayudan. Son voces en la madrugada, cuando ladran con desesperación. Hoy, en la madrugada, me despertaron. Bajé de la otra casa, caminé hasta afuera de la otra, sin animarme a entrar. Así estuvieron cinco, siete minutos más, los cuatro en un coro infernal. A lo mejor encontraron un ratón, porque los hay y se pelearon por él. O entre ellos. Que viven en guerra. En fin. No queda más que continuar. Un día a la vez.
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