-¿A dónde vas?
No supe qué contestarle. En la casa no había nadie y encima de la mesa estaban las pastillas. Eran muchas. Sentí un dolor en el brazo y luego el dolor fue bajando hasta los dedos. Era como traer dentro un montón de clavos.
-Que a dónde vas?
Luego, lentamente, arrastrando su largo vestido se puso de pie y asomó el rostro por la alacena. Un tufo amarillento me envolvió con su paso.
-Pues voy contigo -le dije.
-Bah, tú no sabes nada. Ustedes nunca saben nada. He visto una boca negra que sólo crece y crece y crece.
Me sentí incómodo entonces, como si no deseara verla ahí, con ese aire de fastidio y de relajamiento.
-No te pareces a como te imaginé -le dije y ella simplemente se volvió y me mostró su rostro, esa boca negra que empezaba a crecer y crecer y crecer. Yo me sentí atraído por ella. Lentamente dejé mi cuerpo y el dolor en mi brazo se hizo de nada. Luego caí pero ella me levantó.
-Ustedes no saben nada -fue lo último que escuché y ella luego cerró la boca y me quedé a oscuras, comenzando a ser devorado por los gusanos.