¿Y era bonita la ciudad de México? le pregunto al taxista y éste alza la mirada y veo las pupilas cafés de sus ojos con cierto arrobo de nostalgia. Había unos trenecitos, dice, que salían del zócalo hacia revolución y se iba echos la raya. Y esta calle, nombre tenía doble sentido. Y sí, era bonita la ciudad de México. Ambos, entonces sumimos la mirada en la calle con un tráfico que se extiende por calles y calles y atrás de nosotros hay más calles y calles y llenas de autos con más autos detrás y adelante y a los lados y veo los departamentos chiquitos a un lado de Gabriel Mancera y las casitas con cocinitas, salitas, cuartitos de baño y hombre pequeños y morenos que esperan microbuses apretados sucios apretados lentos. Y había en el zócalo como jardincitos, dice el taxista, con caminos y se podía andar por ahí con toda calma. Sí, sí era muy bonita la ciudad de México. Pero lo sigue siendo, ¿no? le digo. Entonces el taxista vuelve el rostro con todos sus sesenta y un años encima y dice. Sí, lo sigue siendo, y vuelve a poner la mano sobre el volante y los dos miramos el semáforo que sigue en rojo y adelante de él otros semáforos en rojo y luego una pequeña montaña de capacetes de todos los colores que brillan bajo la luz de la tarde.