Vivimos muchas cosas al día. Al levantarnos se atisban los detalles del cuarto, la forma como quedaron los zapatos al quitárnoslos en la noche. Vemos las fotografías en el buró, algún cajón abierto, la forma como cuelgan las cortinas. En el baño, de reojo, notamos el color de los azulejos, la forma como nuestro rostro aparece frente al lavabo. Alguien se rasurará, otros mirarán sus labios. Ya el día es un desfile interminable de imágenes, alguna mujer que se pinta la boca, la sonrisa cínica de un hombre que quiere dar vuelta en U enun lugar prohibido, la fila de autos en el tráfico. Más tarde, vivimos el aroma de nuestra comida en el plato, el sol sobre nuestros cabellos, el bullicio afuera de una escuela. Al día vivimos, olemos, sentimos, probamos todo un mundo y lo perdemos. Constamente lo estamos viviendo y lo perdemos. Se nos olvida, desaparece ante el siguiente acto inmediato. Nunca más volverá esa mujer que nos miró de reojo al pasarse un semáforo, nunca más ese otro señor que nos trajo una rebananada de pizza a la mesa y se alejó hacia el olvido. Nacimos para perder imágenes. Llevar un registro de nuestra vida, de los pensamientos que nos zurcan es un ejercicio de lo inútil, pero a veces, es la única forma de ver, en el instante perdido, que hemos estado ahí. Una vida de reojos es la nuestra.