En 1926 ocurrió un terrible crimen ¿alguno no lo es?, en la calle de Aramberri, en Monterrey. Gabriel y Emeterio Lozano, junto con un par de familiares de las víctimas, entraron a la casa con el número 1026 y asesinaron a dos mujeres, a la más joven también la violaron. El crimen llenó de indignación a la ciudad. El detective Inés González fue el encargado de llevar a cabo las pesquisas que concluyeron con en ajusticiamiento de los criminales en la carretera a Zuazua y su posterior exhibición de cadáveres en las afueras del hospital González.
La gente se acercó en tumulto a ver los cadáveres de los asesinos, como ahora se sigue acercando cuando hay un accidente vial. Este crimen marcó, de alguna manera, el inicio de las hostilidades en Monterrey. No porque no hubiera habido antes otros, sino porque estos fueron en especial brutales.
Sí, somos una ciudad que cuando mata, mata muy bien. No hay que olvidar luego el asesinato de la niña Nasar a manos de su amigo y su cuerpo enterrado en el patio trasero hasta que lo descubrieron y ni qué decir de Diego Santoy Riverol y los dos niños muertos a martillazos. Esto sin contar o mencionar los crimenes en las periferias, de padres contra hijos. ¿Asusta? No.
Por eso la ola de asesinatos en meses pasados, no creo que en realidad conmocione a la gente. Y vendrán muchos más asesinatos tal vez con más saña de los ya vistos. ¿Al final, qué puede conmocionar a Monterrey para que finalmente alguien diga ya vasta? Quien sabe. E incluso, cuando eso ocurra, tal vez terminaremos saliendo a las calles para ver los cadáveres de asesinos y asesinados y recordaremos levemente a Aramberri, levemente acaso.