Hace un par de semanas fui a la UAM a dar una breve charla sobre literatura infantil. En algún momento, dije que la literatura infantil es el negocio de los negocios, tanto para autores como para las editoriales y que libro que entra en el programa de Los libros del rincón ha garantizado mucha felicidad monetaria tanto a editores como a autores. Vaya, sí, el negocio de los libros infantiles. Al final, en la sección de preguntas, un chico alzó la mano y dijo que le molestaba que dijera que la literatura infantil era un negocio, que la literatura tiene que ser algo más que dinero... que incluso, le parecía vil ese punto de vista. Yo nada más callé. ¿Por qué siempre caemos en la tentación de pensarque el arte es la Madre Teresa de Calcuta, cuando, una vez terminado y en cuanto llega a un agente-galería-productor, etcétera, siempre es algo más parecido a Lindasay Lohan y Paris Hilton? ¿No quería ser publicado Cervantes, ni Kennedy O Toole, rechazado en vida, publicado en muerte? ¿No quería Pollock vender sus cuadros una vez terminados? ¿No quiere un escritor en ciernes, ser publicado en Tusquets? ¿No nace la frustración de muchos creadores, cuando otro recibe dinero por pintar, diseñar, danzar o escribir? Dice Lizalde que le aconseja a los jóvenes que no escriban poesía, porque la poesía no da dinero. Me pregunto: acaso Lizalde nunca ha recibido dinero por escribir? Va, que el arte es una cosa, pero, una vez terminada, como cualquier cosa hecha por el hombre, cae en la ley de la oferta y la demanda. ¿Para qué entonces andarnos con sentimentalismos? La obra buena, salta a la vista, buena o barata. La obra mala también.