Soñé con un Monterrey con mar. Las aguas lamían los muros cálidos de las casas a orillas del barrio Antiguo. En el pequeño reloj a orilla de Constitución la espuma de las olas dejaba estelas que mojaban las bancas de madera. Las casas viejas habían recobrado su señorío, las avenidas tenían golosas palmeras. Todo lo que era la Fundidora, Guadalupe y San Nicolás había desaparecido bajo las aguas y no muy lejos se recortaba, fresca y verde, la pequeña bahía donde el cerro del Topo Chico hacía un resguardo de las olas. En muchas de las calles empedradas la gente salía a vender pescados, cornetas, libros, discos, mangos y papayas y el sol bañaba todo aquello con su luminosa pesadez regiomontana. En el sueño veía aquel mar casi verdoso que entraba por la ciudad, la contenía, la sitiaba al mismo tiempo y varios viejos, a un costado del palacio municipal, hablaban de viejas aventuras, de los grandes barcos que antaño llegaban y de lo joven que se podía ser al subir al carajo de una carablera y avistar desde ahí con la nostalgia, loscerros que no estaban, los horizontes montañosos que tal vez sólo residían en la imaginación y a los que se le ponían nombre: De la Silla, Chipinque, Cumbre tal vez.