Lo más complicado, al inicio, es comprar un libro porque, ¿quién compra un libro? Aunque sobre categorías de compradores de libros podemos hablar largo y tendido, no va hacia allá este post; sino que está más enfocado en mis hallazgos de libros esta semana que me di vuelo comprando algunos ejemplares raros en mi visita express a la Ciudad de México. Compramos libros porque solemos asociarlos con otros que ya han pasado por nuestras vidas o con los acervos que otras personas nos han confiado desde la timidez de compartir una lectura que los entusiasma hasta la inesperada acción de regalar alguno.
Hace años, cuando estuve en la Fundación para las Letras Mexicanas conocí a Rubén Bonifaz Nuño. En una entrada de este viejo blog subí que me enterneció verlo llegar en un vocho verde, a diferencia de otros escritores con su trayectoria que llegaban en coches último modelo -no crean eso de que todos los escritores pasan hambre, algunos logran muy bien jugar las reglas del juego de la vida literaria y conseguir lo que otros no-. Yo tenía, desde hacía muchos años este blog con un texto de él como bienvenida, que sigue aquí arriba.
Por lo mismo, uno de los libros que compré fue un verdadero hallazgo: una primera edición, firmada en 1957 de Los demonios y los días, de la colección Tezontle del FCE. El precio era lo de menos; pero apenas lo vi entre un montón de libros de primeras ediciones o más recientes supe que debía tenerlo. Así que lo compré sin chistar y aproveché que el mismo vendedor me ofreció un descuento sin yo solicitarlo. Uno de los poemas que viene en ese libro está además, escrito para este día que intento ponerme al día conmigo mismo en este blog, olvidado hace ya nueve años:
Estoy escribiendo para que todos
puedan conocer mi domicilio,
por si alguno quiere contestarme.
Escribo mi carta para decirles
que esto es lo que pasa: estamos enfermos
del tiempo, del aire mismo.
También compré, en el remate de libros de Ediciones Era, una novela de Miguel Tapia y de Vanesa Garnica. Por la noche vi a Parra y me dijo que ambos libros le habían gustado, tal vez más el de Tapia. Empecé a leer el de Vanesa en el avión de regreso a Monterrey. Una mujer y su hermano regresan a una vieja casona familiar en Pátzcuaro con el fin de limpiarla para después venderla. Me quedé justo ahí; porque ya veníamos aterrizando y también me estaba durmiendo.
El día anterior había ido al remate, también de libros, del FCE en la Librería Rosario Castellanos y me hice de dos libros para Orfa: uno de puntos para hacer Amigorubis y una breve semblanza con la historia de los colores. Por la mañana había comprando una novela gráfica japonesa: La mujer de al lado, de Yoshiharu Tsuge que leí hoy sábado, rápidamente, mientras intento soportar el calor regiomontano. Los trazos son escuetos, con muchas sombras, pero firmes. Las historias son alucinantes porque dicen muchas cosas de las que me gustaría escribir: la vida de las periferias, las confusas relaciones humanas, el sexo como uno de los motores de la mediocridad y la exploración y la posesión.
De las seis historias que componen el libro me agradó más Paisaje de vecindario, un brevísimo relato corto ilustrado de un dibujante que visita una vieja colonia que pronto se llevará la lluvia. Y de ahí, específicamente, una descripción del gusto por los sitios deshabitados, del autor japonés Motohiro Kajii: "No sé por qué, pero en aquella época sentía una atracción por las cosas pobres y bellas". Uno de los ancianos que viven ahí tiene un pez que guarda como un tesoro. Cuando la lluvia llega y se lleva las casas, los ancianos se marchan. El personaje principal, el dibujante, regresa y encuentra, en una cisterna natural, al pez, que ahí se ha escondido. Ahí termina la historia.
Compré otros libros, pero luego hablaré de ellos. Es bueno volver a casa, aunque ya no sea el que escribió esto.
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