Para saber porqué Cuauhtemoc Blanco importa tanto a los mexicanos simplemente hay que remitirse las películas de Pedro Infante. El jugador del América e ídolo de muchos, odiado por otros tantos, es la reencarnación viva del compadrito que sí la hizo, de todo aquel que, aparentemente sin hacerla, la hizo. Cuauhtemoc hace una cuauhtemiña ante el pueblo cada que aparece rodeado de una Galilea Montijo o Liliana Lugo en alguna portada de revistas. Cuauhtemoc Blanco hace una cuauhtemiña cuando se tiende como la vítcima de un proceso maldito para no llevarlo a la selección mayor de Futbol.
¿Por qué Cuauhtemoc Blanco es el ídolo de las multitudes? Por que sabe mover la fibra del pueblo, esa masa amplia donde las ideologías se pierden y sólo queda lo básico: tener mucho dinero, ser gran futbolista y salir rodeado por mujerzotas, estilo las que pueblan los Sensacionales de Mercado o el Así soy y qué. Para el jugador del América, es como un metáfora el decir: "Es que éra bien cabrón". Mueve con esa frase muchas fibras de todos los que han o hemos sido unos bien cabrones. Logra empatía.
Su cualidad como jugador, sus cambios de juego, la forma como se ha trepado a muchas bicicletas para meter goles, sus celebraciones de perritos o de águilas calvas, son parte del personaje: un gran jugador de futbol, un tipo extraído de los barrios bajos (Pepe el Toro tendría problemas frente a él, Cantinflas no, él pertenece a otro panteón): un personaje que es del pueblo. Y al pueblo, a los medios, eso es lo que llama.
Llega un momento en el que, óbice de todos los momentos, Cuauhtemoc ha dejado de ser sólo un jugador de futbol para convertirse en nuestro pípila, en el sacrificado, también en aquel que a pesar de llevar el anillo durante una larga travesía por la Tierra Media, habrá de fracasar ante la fuerza de los otros. Cuauhtemoc Blanco es ya un héroe, el martir que toda selección necesita para justificar sus fracasos o no. No debería Cuau de estar triste en estos momentos. Si la selección mexicana fracasa en el Mundial de Alemania (Y fracasará, porque lo dicta la historia, porque hay panes que se inflan mucho y luego se caen, con Cuauhtemocs o no en los ingredientes), el jugador de América será ese hubiera que tanto nos gusta como ruta alterna a los mexicanos. Ese hubiera que ha sido ya Colosio, muerto en Lomas Taurinas. Ese hubiera que habría sido el poeta José Carlos Becerra o el narrador Parménides García Saldaña si no se hubieran muerto tan pronto. Ese hubiera que es Rockdrigo al morir en los temblores de 1985.
Ese hubiera que todos somos siempre.
No, Cuau, cariñosamente te escribo, no deberías de estar triste ni enojado. Como personaje ya cumpliste bien tu primer función: lograr empatía con la masa. Acabas de ser, ante los ojos de todos, enjuicido y mal enjuiciado. Y, espérate, en tres meses la frase más sonada será: si hubiera ido Cuauhtemoc Blanco habríamos pasado. Para entonces tú ya serás otro santo más en nuestra larga lista de los personajes del hubieras, los verdaderamente capacitados para cambiar el destino de lo que nunca cambiará.