Pocas veces se encuentra uno como persona, ante los grandes escritores, acaso ante los bondadosos escritores, aquellos que miran la literatura desde la vitrina de la juguetería y no desde la vitrina de la botica. Marco Antonio de la Parra vino a la Fundación y dejó con su sonrisa y la mirada bonachona, algo que él mismo dijo al terminar la charla: "después de esta plática, me dieron ganas de escribir." ¡Qué regalo cuando alguien te conmina a la escritura." Poco serio, pero con una intuación de vida o muerte para escribir, el dramaturgo chileno nos dijo: "No creo en los dogmáticos. En una obra mía, una persona dice: "Cuando me encuentro a un ecologista, me dan ganas de matar a focas blancas."
La charla discurre entre los recuerdos de infancia del dramaturgo, su gusto por las mujeres, su gusto por el futbol. "Lamento decir que soy heterosexual", dice entre bromas y más adelante. "Y tampoco he consumido drogas." Y aún más adelante, agrega: "y no fumo y no bebo demasiado. ¿Dios, qué cosa soy?." De una sola frase concluye y abre pasiones: "Hay en todo el que escribe esa tristeza cuando termina algo, la tristeza que da saber que no se escribió lo que uno quería, sino una aproximación." Eso recuerda, lejana y cercanamente, una frase de Pessoa: "Cuántas veces he sido, en la ensoñación, Verlaine, Rimbaud, pero al ponerme frente a la máquina todo ha desaparecido."
¿A qué género se parece más la dramaturgia?, le preguntan. No duda en decir: "a la poesía. O a la danza. Los narradores sí la tienen difícil." Y luego compara y llega a una sabia conclusión: porque con los dramaturgos vemos al público, lo olemos, el poeta se recita, pero los narradores, pobre, se la pasan encerrados en su casa esperando a ver si les llaman para avisarles que se ganaron el Rómulo Gallegos. Los narradores viven ignorantes de sí mismos." Y pasa el resto de la charla comparando una cosa con la otra, habla de Mélope, de Sabad, de Esquilo, compara a Borges con Maradona, nos cuenta de una excelente novela de Petronov, una novela anti comunista, escrita durante el régimen de Stalin. Cuando Stalin la leyó, dice De la Parra, escribió a una orilla una sola palabra: "canalla."
"Soy un gran lector de temas religiosos," afirma antes de decir otra sentencia, para rematar lo que experimentó cuando estrenaron una obra suya en "la colina", el gran escenario francés. "Tanto tiempo para alcanzar el éxito y una vez que ocurre, me quedé con cara de: ¿es esto? Y entonces, recordé esa frase del evangelio de San Felipe: "Para resucitar, hay que aprender a bien morir."
Todo fue una charla de más de dos horas y media pero el tiempo en realidad, fue breve. Al final no puedo olvidar esa tristeza de la que habla De la Parra, de que no logras nunca, en realidad, transmitir lo que querías hacer. Me sucede lo mismo con esta crónica, escrita un poco con tristeza porque es imposible transmitir en realidad, a detalle, la gran alegría de ver a un escritor como estos, que mira la palabra como un juguete (un juguete rabioso, a la usanza de Arlt), pero juguete al fin y al cabo que toma de la vitrina y sale a jugar con é sin importar que escrito, en las instrucciones diga: "frágil, no agitar." Y allá se va el juego rebotando, como todas las palabras.
1 comentario:
Mi estimado Toño. Escribiré también una crónica y agregaré:
"Terminó la charla con el dramaturgo chileno, entonces fui al baño y al regresar no había nadie en la sala. Aquel silencio me puso tristísima. Al salir de la FLM, alcancé a distinguir la silueta de Antonio Ramos. Lo vi perderse en la oscuridad; llevaba las manos en los bolsillos y con seguridad iba pensando en lo mismo que yo: escribir no sirve de nada. Y, sin embargo...
Publicar un comentario