Todos los grandes tiranos, tienen, en algún momento, un instante de reflexión ante su tiranía. Aníbal, aquel que aterró Roma, ante un hoyo con cadáveres, sólo dijo, qué bonito espectáculo. Napoleón, al volver de Rusia, se limpió magistralmente el zapato sin contar las cantidades de cadáveres que la nieve había ocultado. Cortés lloró en la noche triste y Hitler se emocionaba viendo perros. Bush nos acaba de regalar unas lágrimas por un soldado muerto en Irak. Reuters lo confirma, lo difunde. Lágrimas absurdas las del Bush... dudo aún que esté arrepentido.