jueves, septiembre 28, 2006

Cine Reforma

Se quemó el viejo cine Reforma. Las llamas hundieron el techo. El techo se ahogó en el fuego desplomándose sobre butaquerías famélicas, entre pasillos mugrientos y olvidados. En la pared de atrás del cine, se ahumaron los rostro del grupo Bronco, cuando anunciaban, en ese cine, el estreno mundial de su película. El cine Reforma era el último gigante de una época. Se elevaba imperial sobre la ciudad. Desde ahí atestiguó el paso de generaciones, la construcción del metro, la destrucción de otros cines para convertirlos en estacionamiento. Desde ahí vio cuando se levantó, perezosamente, el Faro de Comercio con su rayo legamoso. Se quemó el viejo cine Reforma. Las autoridades cortaron la circulación en avenida Madero y en Zuazua y Galeana. La gente miraba curiosa los últimos suspiros de esa ballena gris y astrosa, su alta pared frontal que encima parecía hincharse a punto de dar un eructo. Decía Reforma con letras rojas y en cursivas. Y se quemó. Yo no diré de las tardes que pasé frente a sus rejas frías y me detenía a hurgar en la humedad de colchonetas rojas, amontonadas y sucias. Yo no diré de los sueños que ahí se agolparon o se desvanecieron. Sólo diré y cantaré a sus llamas, a su invicta soledad amurallada. Ese viejo cine Reforma se quemó ayer. Desde cualquier punto de la ciudad se veían sus penas negruzcas en el aire. No estuvo Bronco para cantarle. Acaso algunos viejos que entraron a su sala y se sintieron en la boca de una arca. Ayer sólo habiá miradas que registraban cómo el gigante al fin, desaparecía, engullendo las llamas un olvido anticipado.