A menudo escucho a los escritores responder, ante la pregunta del porqué de su escritura, una respuesta que parece arrebatada de bocas y y mas bocas: "Porque la literatura y la escritura salvan". Lo dicen con la certeza de ser rescatados. También dicen que, al escribir, ordenan el mundo de una forma que a ellos les parezca la correcta y si no la correcta, al menos la más clara para entenderlo. Yo también he dicho esas respuestas cuando me preguntan porqué escribo cuando en realidad, la respuesta debe de ser: "no sé".
Pero, está bien. La respuesta parte, estimo, de la sinceridad compartida del creador. Entre los creadores debe de existir cierta empatía espiritual a pesar de sus amplias diferencias. A los escritores los salva la palabra, la literatura. Abrazan la literatura de manera generosa. Pero, ¿quién nos salva de ella? A veces es como un desgarrarse. Escribir es el paso de Calais: esocger entre Caribdis y Escila. El creador no sale indenme. No porque se ordena el mundo se ordena uno como ser humano. ¿Quién nos salvará también de la literatura?
Cada cuento mal escrito: la primera boca de Escila. Cada novela que se pierde en el cajón por mala: la segunda boca de Escila. Cada estilo que se atrofia: la tercera boca de Escila. Cada vez que te das cuenta que algo tuyo no logró conmocionar: la cuarta bca de Escila. Leer novelas sorprendentes y forzosamente compararte a la negativa: la quinta boca de Escila. Toda una vida escribir y escribir con el miedo oculto, pero presente de tus textos carecen de vida: la temible sexta boca de Escila.
¿Quién nos salvará también de la literatura?
Las vidas de los escritores son terribles también. No conozco a uno que se haya sentido confuso, terriblemente decepcionado cuando el texto no logra mostrarse como él hubiera querido. Aunque también hay quienes desdeñan a todo el que no entendió su texto por no ser un lector a la altura de su escritua (siempre magnánima, luminosa, llena de símbolos, puertas falsas, pasadizos psicológicos para afianzar personajes y acciones), la mayoría no soportamos una crítica demoledora. No es ya la visión de: "si falla mi texto fallo yo como persona", sino, la vuelta a la realidad de lo inacabado del trabajo.
Ulises era un genio, dice la mitología griega, un genio para salvar a su tripulación en el paso de Mesina. En el fondo, todo el que toma la pluma, calladamente en la mayoría, queremos ser esos genios. Nombres como Faulkner, Carver, Quevedo, Rulfo, García Márquez, Borges, Cortázar, Bocaccio, Jelinek, etcétera, son aspiraciones y también lozas. Es muy difícil ser original. El escritor siempre está peleando contra esas seis cabezas del monstruo.
¿Quién nos salvará de la literatura que a su vez nos salva del caos del mundo?
No encuentro la respuesta. Sólo atino a que es una lucha constante. Y sólo los más constantes, no los más fuertes, no los más inteligentes, no los genios, sobreviven. Más que talento para escribir, se necesita talento para sobrevivir.