Su auto tricolor se convirtió en una insignia, en el extranjero, de México. En circuitos permanentes y callejeros, en óvalos en Motegui o la milla de Indianápolis, Adrián Fernández ha sido un caballero de la velocidad, un amante de la adrenalina. Cómo olvidar su triunfo por milésimas de segundo en el óvalo de Chicago cuando ganó la competencia en un mano a mano a Tony Kannan. Las llantas corrían muy cercanas, casi podían tocarse pero Adrián no desaceleró y obtuvo la victoria por un margen que aún quita el sueño a los comisarios de la pista.
Y, sin embargo, la carrera de Adrián Fernández ha tenido más altibajos que bajos. Acaso su mayor triunfo en la competencia es aquel segundo lugar general en la serie Cart en el 2000, cuando ganó las carreras de Brasil y Australia y llegaba con serias posibilidades para ganar el campeonato. Y llegó la carrera en Fontana, California y Fernández llegó en quinto lugar, yéndose el compeonato a Gil de Ferrán. Y cómo olvidar su primer año en la seria Indy Car cuando ganó tres de cuatro carreras, al final de la temporada. Nadie detenía a ese Adrián Fernández. Su auto barría en la pista, sus manos lo dirigían a la victoria, a la leyenda. Ganó en Kentucky, Chicago y Fontana y obtuvo un segundo lugar en Pikes Peak.
Los medios lo endiosaron. Su nombre atraía a mexicanos y latinos a las gradas norteamericanas. Él fue el principal impulsor del regreso de la serie Cart a México, primero en Monterrey y más tarde a la ciudad de México. Y nunca ganó. Alcanzó a liderar algunas vueltas en el circuito del Parque Fundidora y, cuando tocó el turno en el autódromo Hermános Rodríguez, la mala fortuna, un accidente previo, evitó que se subiera al auto. Su coche tricolor desfiló frente a los miles de aficionados, impulsó el orgullo de capitalinos y espectadores de otras partes de la república pero él no corrió.
Sí lo hizo con la serie Nascar Busch pero la victoria quedó lejos. La única vez que vi a Adrián Fernández me sorprendió lo pequéño que era. Claro, me dije, los pilotos son como los jinetes de caballos, pequeños, pero que pilotean un motor terrible, un portento de la ingeniería. Recientemente una revista especializada lo ubicó dentro de una selecta lista de los hombres más poderosos en el deportes en México. Sin duda, este hombre que gusta de decorar casas, bucear y que hubiera querido ser cantante, tiene un lugar bien ganado. Su auto tricolor tal vez no vuelva desfilar en la pista, idéntico a aquellos años cuando arrancaba vivas y asombros. Pero nada era como ver su auto al momento de tomar las curvas a más de cien kilómetros por hora. Una saeta tricolor en la pupila. Una mitología del asfalto el nombre de Adrián Fernández.