Siempre he querido escribir sobre el vendedor de periódicos del metro Zapata. El vendedor de periódicos del metro Zapata tiene su lugar abajo, cerca de los torniquetes de salida. A veces lo atiende una mujer, a veces lo veo devorando trozos de pizza de esas que cuestan a quince pesos ya con el refresco incluido. El vendedor de periódicos pone sus diarios en unos atriles y coloca las portadas de todas las secciones, las fotografías maravillosas o infumables y mientras los vende, cuenta las monedas, mira a la gente, se rasca la naríz, se tira un pedo escupe a un lado. No sé, cosas que hacen todos los vendedores de periódicos y quienes no venden los periódicos. Lo que me sorprende de este hombre, es que tapa todas las letras de las notas con cartoncitos color café. Oculta toda la información para que nadie se detenga a leer las notas. No le gusta que nadie lea el periódico. Que lo compre, pero que nadie lo lea ahí. Por eso tapa las notas. Su puesto es un mosaico de fotografías, encabezados y cuadritos color marrón. Pienso en todo el tiempo que le lleva sentarse a gozar de su avaricia para cortar los cuadritos de la forma exacta para que no escape ninguna palabra. Y luego se sienta a vender, a comer, a mirar abúlico a la gente y no sé si venda periódicos pero yo nunca, lo tengo claro, le he comprado.