Con ellos van las vendedoras de cacahuates y gomitas, con ellos van filas de uniformados que reciben los gritos de algunas señoras, gritos de aliento, de burla al decir: "los azules, valientes, apoyan el contingente." Todos marchan por los carriles de una avenida Reforma ya tan acostumbrada a las marchas, los gritos, los muera el gobierno. Y van con las consignas contra Ulises Ruiz a toda asta. Van parejas con ellos, van chicas solas que se ponen rojas de la verguenza al cantar una mentada de madre contra el gobernador oaxaqueño.
Y yo camino con ellos en sentido inverso. Sus gritos se elevana sobre la tranquilidad de la avenida y el sonido de los autos y transportes de pasajeros en el otro sentido de Reforma. Un poco antes del monumento a Colón viene un grupo de estudiantes con banderas del partido comunista y me pregunto porqué sigue enarboladas cuando han caído ya en casi todo el mundo. Pero las banderas rojas con la hoz y el martillo amarillos, entrelazados, ondean febriles entre la gente. Avanzan a ritmo parejo por Reforma.
Me detengo frente a un edificio y noto los vidrios rotos del segundo y el quinto piso. Alguien ha lanzado piedras para expresarse. El dueño vocifera que hay tanto delincuente y no los agarran. Pasea de un lado a otro de la entrada principal y se enoja cuando un empleado termina por romper la ventana y los vidrios caen con estruendo sobre una carpa. Los marchistas ven las ventanas rotas y sonríen tímidamente o apuntan. Uno de los achichincles del dueño ordena que apaguen las luces naranjas del restaurante en el primer piso mientras el dueño toma el celular y grita, ordena que quiere a todo el personal reunido inmediatamente en el salón 204. Sólo sonrío cuando escucho por un altavoz de la marcha que la appo no es violenta, que la appo respeta.
Y la gente sigue pasando. La columna de gente se engrosa con las vivas a Oaxaca y las mentadas de madres a Ulises Ruiz. Van todos con banderas, con dibujos donde se ridiculiza a Ruiz y se exige la salida inmediata de la PFP de las calles de Oaxaca. Van también vendedores de elotes y niños y grupos de muchachos que gritan mueras al gobierno. Cada calle se llena de gritos similares.
Y no dejan de pasar. La gente los observa, los carros en el otro lado de la avenida esperan impacientes. La noche cae sobre la ciudad y de un lado de Reforma todo es luces y del otro, el dirección a Los Pinos sólo es gente, camionetas, autobuses que proclaman libertad, banderolas del partido comunista, seguidores de la Convención Nacional Demócrata que reparten volantes, niños en los hombros de sus padres. Los policias también avanzan con ellos en blindadas y hermosas camionetas. Es un contingente de casi doce patrullas pero a la mitad viene una suburban negra con vidrios polarizados protegida además con policias a pie.
La marcha, la marcha. Nunca terminarán las marchas, su justa o injusta necesidad. Cuando salgo de ella miro hacia el cruce de Reforma con Cuauhtemoc y sólo se ve más y más gente que en la oscuridad no da fin al grueso contingente. Aquí no hay tanquetas pero escucho cuando un último hombre con la mirada apacible, con una bandera blanca dice: "queremos libertad".