Y corrió la noticia de que algunas tardes era posible ver al hombre pájaro planear muy cerca de uno de los cañones del cerro. Se decía que tenía alas inmensas con las que podía abrazar a más de nueve hombres y que en sus garras podía cargar los cuerpos indefensos de varios recién nacidos. Algunos dijeron que debían de batir las cuevas y vigilar las salientes. A lo mejor, con algo de empeño y suerte, se podría capturar al hombre pájaro y llevarlo a algún museo o disecarlo y vender sus alas a la ciencia o tal vez ponerlo en algún circo. Y de todas las frases que comenzaron a correr la única que hizo mella fue en don Justino, el cirquero. Y se frotó las manos al pensar en ese poderoso hombre pájaro, mas fiero que cinco leones, con más garbo que cualquier caballo amaestrado. Y se frotó las manos. Él iría por ese formidable animal. ¿Pero, era animal? Sólo tuvo esa vacilación pero después volvió a mirar el cielo. No importaba, si el hombre pájaro estaba allá, iría por él así y hablara un lenguaje de hombre, así y se le llenaran los ojos de lágrimas al contemplar la luna: sería cazado.