Mis zapatos. Qué gastados se encuentran mis zapatos. El talón ya está casi hundido por mi peso de todos los días, una orilla del tacón ha dejado su lustre en banquetas y caminos. Procuro limpiarlos, pero ya es imposible sacarles brillo alguno. Pero, por alguna razón, no cambio estos zapatos. Los veo, los veo, los guardo bajo la cama. Son tan míos, tan yo: un tanto desastrados, como con un viejo brillo de nuevo. Cuando los compré no me quedaron y fue necesario amoldarlos con las semanas. Me hicieron ampollas. Cada que veo zapatos pienso en otros, los zapatos muertos de mi tío Roberto, la forma como los encontré a los días del entierro. Estaban tristes, sucios de polvo y cemento, escondidos en un buró de herramientas. Los tomé con cuidado y entonces me dolió ver el estado en el que se encontraban, la manera como también a ellos los alcanzó la muerte. Mi tío Roberto y sus zapatos viejos son un recuerdo, un alfiler de dolor durante todos estos años. Y cada que veo mis zapatos sucios, no sé porqué, pero intento saber de nuevo la vida de Roberto Revillas. Lo escribo. Escribo su nombre, recuerdo sus ideas tan llenas de locura y religiosidad, de esa falsa esperanza en los otros pero al instante veo de nuevo sus zapatos viejos, tan terrenales que sólo puedo llegar a una conclusión: los zapatos muestran lo que somos. Siempre, muestran lo que somos.
1 comentario:
Sí, los zapatos muestran algo de nuestra grandeza...por eso una vez almoldados a nuestros pies es difícil que se amolden a otros pies.
A mi no sé porque pero me dan tristeza los pies descalzos, jajaja.
Te dejo una invitación a mi blog,
hasta pronto,
un saludo desde Virginia USA.
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