Bonitos comunicadores tenemos en Monterrey. Ríen ante cámara más de lo que deberían de criticar. Cuando tienen las visitas de los peces gordos no les hacen las preguntas que deberían. Nos tienen a pan y agua (pan la violencia regiomontana a todo lo que da, agua, las tonterías de lo que hace Konan Big y Emily, la de Recta).
Hoy por la mañana, Mario Castillejos se aprestó a decir, con singular alegría, que ya era merecido que el futbol nos hiciera olvidar la violencia y que la ciudad está ilusionada con el triunfo de 8-5 sobre el Guadalajara. Para quienes no son de Monterrey y llegaran por azar a este blog, debo de decir que Monterrey es una ciudad donde sólo valen tres cosas: tener dinero, beber Carta Blanca y que ganen los equipos de futbol.
Si bien, hay algunos despistados a quienes les gusta el arte y la cultura o piensan que existen otras maneras de vivir (vean el blog de cartones de Cindy la regia para otra crítica sobre la ciudad), hay una inmensa mayoría para quienes las declaraciones de Castillejos son, algo así como la oración sacerdotal.
Sí, Monterrey ganó, pero intentar que eso nos haga olvidar que el hermano del gobernador se está acabando las reservas naturales protegidas para hacerse de un jugoso dinero, o que los alcaldes del área metropolita decidieron que siempre no habrá policía bancaria o acaso olvidar que Madero dejará una alcaldía endeudada (y lo que falta, aún falta la mayor desviación de recursos en la alcaldía regia, recursos que se utilizarán para apoyar la candidatura de Madero a gobernador), es simplemente hasta cosa de mal gusto.
Eso es lo que pasa por endiosar una cosa de lo que hace la gente u otra gente. Uno tiende a quitarle a su vida sus cotos, sus opiniones, para hacer una teoría unificada de la vida. Para muchos regios, esa teoría unificada de la vida es el futbol, carta blanca y tener dinero. Para Castillejos... pues quien sabe.
¿Tenía una buena intención Castillejos la recordarnos que debíamos de olvidar? Tal vez, eso es lo único que es aplaudible y, como dice el comercial de, y la cheyenne, apá, habría que preguntarse, ¿y la ciudad, apá?