Rulfo hubiera firmado, sin dudarlo, la autoría del guión de El violín. Ubicada en una zona de la tierra caliente, la ópera prima de Francisco Vargas es un agudo análisis de la naturaleza humana pero también, un vivo retrato de las relaciones entre el pueblo y el gobierno: representados estos mediante los hombres alzados, las mujeres huidas y el ejército mexicano. Y digo que Rulfo hubiera firmado la autoría del guión porque la película es una síntesis casi de la obra del jaliscience. El campo, las pasiones humanas en su estado más puro de dolor, indiferencia, jodidez y gandallismo son las que aparecen a lo largo de este largometraje de apenas 98 minutos. La tensión narrativa es un sustento imprescindible en toda película y El violín, desde su inicio contudente hasta la gran frase de :"se acabó la música", parece llevar con nota el manejo de la tensión: siempre ocurren cosas, siempre está uno al acecho de qué ocurrirá.
El violín, es, a mi juicio, la mejor película mexicana de los últimos diez años, sólo comparada con El laberinto del fauno que, si bien pertenecen a géneros distintos, en ambas la naturaleza de los hombres y las relaciones de poder (que siempre estamos envueltos en relaciones de poder, ya sea para incrementar la nuestra o para quitarnos las del otro), aparecen con todos sus embagues, traiciones y espejos. Una película que nos hace pensar en dónde están las lealtades, si en determinado momento tomaremos las armas o dejaremos que otros nos sigan pisoteando. Porque este país, por mucho premio óscar, por mucho automovilismo y equipos de futbol, por mucho Montecristo y Starbucks en cada esquina y por mucho premio literario, sí, está siempre a la deriva.
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