jueves, marzo 22, 2007

Apaxco

Es un largo camino para llegar a Apaxco. Zumpango y otros pueblos con harta ascendencia náhuatl aparecen en el camino. Desde camiones con forraje hasta una sex-shop a un lado de una iglesia, el camino se torna macondiano, pero también rulfiano: árboles inmensos y roquedales se extienden lejos del asfalto. Vengo a Apaxco de Ocampo a presentar Dejaré esta calle. Me parece sorprendente hasta dónde me ha llevado la escritura de ese libro. Lo sorprendente es ver, a un lado de la presidencia municipal, una inmensa estructura de cemento y vidrio: el Museo Arqueológico de Apaxco. ¿Hay un museo aquí? me pregunto. Sí, sí lo hay. Rojo, cuadrado de dos plantas, el Museo se enseñorea sobre la colina donde se levanta la ciudad. A lejos nos llega la visión blanca de las fábricas de la cementera. Me cuenta Ignacio, quien me lleva y me trae por las calles y fondas de la ciudad, que hubo una huelga muy importante y ahora, menos apaxqueños trabajan en la empresa.
Sin embargo, la presencia alba de las torres da muestra de la solidez de la empresa. ¿Sale muy cara la noche en Apaxco? No, no, saldrá en 100 pesos. Y me arma el tour: los viernes se pone el mercado, a veces hay concursos de bailables regionales, a 45 minutos de distancia se encuentran las pirámides de Tula, y hay aguas termales en una ladera. Una ocasión perfecta para el turismo. Apaxco, Ixtapan, todas esas poblaciones a las que nunca pensé llegar. ¿Por qué ese cuento tiene mucho sexo?, me pregunta una alumna del CBT al que fui a leer. No sé qué contestarle, tal vez lo básico: es que todos somos sexo, y a la edad que tienen, es más sexo que nada. Pero la chica hace un mohín y el resto de la charla se la pasa abúlica, se muerde la uñas, le toma las manos al novio que está al lado y que, al igual que ella, sólo se le ve el apuro para que termine la charla, mientras los otros compañeros se ven animados y me piden que les lea otro cuento. Cuando termino tengo hambre. En un rato más, sigue la otra presentación.

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