Los medios de comunicación, los futbolistas, la afición puma se siente agraviada por la penosa acción de la directiva de los Rayados del Monterrey, al prohibirles el acceso al estadio Tecnológico para el partido del fin de semana pasado, entre los alicaídos rayados y los medianos pumas de la universidad. La nota habla del racismo, de la barbarie, de la xenofobia regiomontana hacia todo lo que huela a defeño. Aficionados, directiva, jugadores son una paño de lágrimas: un aquí me tocó sufrir.
A mí me basta sólo una acción de esa afición puma, específicamente de las barras, para de entrada, no irme en contra de la directiva del Monterrey. No hablo de los desmanes en el estadio Luis Pirata Fuente, ni en el estadio Huracán. Hablo de algo que vi en un partido en ciudad universitaria, otro rayados contra pumas.
El partido va 2-0 favor los Rayados y las barras, en la zona de pebeteros, está molesta. Al medio tiempo se arma la gresca. Las familias, con niños de cuatro o cinco años, son los primeros en correr hacia las mallas que delimitan las gradas generales, con la cabecera donde normalmente se acomodan las porras de visitante. Los niños se protegen, en cuclillas, bajo las piernas de sus padres quienes miran con desesperación el pleito a mitad de las gradas. La sensación marcial se extiende cuando más policías llegan de nuestro lado y se acomodan para cubrir las mallas. Un par de aficionados pumas de barras llega hasta la barra y nos lanza miradas de enojo, de un odio frío que se siente en la espalda. Y se quedan ahí, cazando.
Cuando el partido reinicia, algunas familias se cruzan a nuestras bancas y miran el partido. Después de una jugada de peligro por parte de los ryados, una aficionada regia que viene con la porra se levanta y da gritos de emoción y al instante, los aficionados pumas le mientan la madre. Algo empieza a ocurrir. Empieza un alboroto. Al rato vienen unos policias y se llevan a la chica. La vemos cómo la sacan del estadio y minutos más tarde, aparece una pandilla de seis aficionados pumas, con su dorado puma al pecho, los pelos largos, los gorros de bolivianos puestos. El líder, del otro lado de la malla, grita: vayan por ella, madreenla. Uno de la banda dice: pero es mujer. Y el líder insiste: qué me importa, vé y madréala.
Al final, no supe qué pasó con la chica regia, ni con la banda puma que sí, efectivamente se fue siguiendo el rastro de la sangre por las gradas. Fue mi única visita, hasta ahora, al estadio de c.u. Lo cierto es que, ante esta ola de violencia, específica en "esos aficionados pumas", todos hacen sólo noticia de un día. A nadie le importa, en realidad, la seguridad en los estadios porque todos saben que el día que les impongan mano dura, esos aficionados se irán contras jugadores y directivos, tal y como ocurre en otros países. Por eso, de entrada, yo no aplaudo por completo los retenes a los camiones pumas, pero tampoco, lincharé a la directiva que claro, tiene ahorita más problemas qué atender. Ser sotanero de la general, creo, es para preocuparse.
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