Qué fácil nos es la indiferencia, pensé hace unos minutos cuando entraba por la boca del metro y vi a una anciana, encorvada, casi de un metro cuarenta de estatura. Ví cómo pasaba la gente a su lado y la anciana dejaba la mano extendida, sucia, agitada por los golpes que los demás le daban al pasar. Del otro lado estaba una chica con un bebé envuelto con una sábana blanca y colgado al pecho. Qué fácil no es la indiferencia, me dije y pasé de largo pero luego me detuve. Y volví. Le di 10 pesos a la anciana y otros a la mujer con el niño. Sus ojos valieron más que cualquier gratitud y después se apuraron, ambas, a guardar las monedas. Pensé que en el fondo, todos siempre estamos pidiendo algo: ¿quién vendrá a curarnos verdaderamente de nuestra mendicidad?
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