Ella era una mujer que había pasado ya de los 40 años pero tenía en la mirada y el habla, la juventud que sólo puede dar la escritura. De pelo rizado y tez aperlada, Rosario iba, junto conmigo y otros, al taller de narrativa que Eduardo Parra tenía en la vieja Casa de la Cultura en Monterrey. Sus cuentos eran breves, chispas de luz, cerbatanas venenosas que hacían al lector crisparse no de terror, sino con esa chispa suave que provoca un buen texto. En sus cuentos había una visión nostálgica del campo. Sus relatos olían a pan de maíz, sabían a miel, tenía el profundo aroma de la tierra barbechada.
No pocas veces la corregimos, pero ella siempre volvía desde su casa lejana, en Marín, Nuevo León, todos los sábados hasta la casa de la Cultura a mostrarnos sus textos. Su esposo no la dejaba ir a veces y esos sábados el taller transcurría con su ausencia. De sonrisa fácil, recibía las críticas con pena, y también con pena recibía los elogios cuando llegaban. Se disculpaba por sus textos, pero todos los sábados volvía con un nuevo.
Recuerdo uno en especial, sobre el descubrimiento de la sexualidad de un chico en el campo. Después de ayudar a su abuela a desgranar el maíz, se va a una troje a traer unos ganchos y ahí, en la frescura de la troje, olorosa a tierra, café, maíz y miel, descubre una revista con una mujer desnuda, envuelta por una red de pescar y bajo la foto, la frase: "desata uno a uno los nudos que me rodean". La forma como Rosario logra ese texto habla de una ternura hacia la vida inexplicable.
Rosario murió un sábado de esos que iba al taller. Venía de la casa de la cultura y se detuvo en Soriana la fe a comprar el mandado. Al salir, un camión de la ruta 122 se iba a llevar a su hija pero Rosario saltó. Su hija se salvó pero ella no. Nunca he querido imaginarla en ese asfalto. Prefiero recordarla apenada porque alguien le decía que su texto era muy bueno. Prefiero recordarla cuando se reía en el taller o defendía sus ideas. Cuando se alejaba de la casa de la cultura para tomar un camión que dos horas y media después la dejaría en su casa donde ahora, tendría que preparar la cena.
Como bien dice Ofelia en su blog, ninguna mujer debería de ser olvidada. Yo, por Rosario, escribo esto, recordándola.
1 comentario:
Es una entrada muy triste.
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