Llamenme sentimentalista, si quieren, llámenme ingenuo, si quieren, tonto, futil, poco realista, pero hay días en que Monterrey me duele sinceramente, me duelen sus políticos carentes de empatía, sus policías hambrientos, sus tránsitos, su televisión tan llena de gritos, tetas y nalgas, sus jóvenes onbubilados por las luces del barrio antiguo. Me duele saber que los sicarios acaban con una vida y que ante el horror, la propia vida nos presenta algo más para resecar aún más la garganta, como este Ricardo que asesinó a un bebé de veinte días para vengarse una presunta infidelidad y luego huyó, huyó en una camioneta blanca, él con las manos tan rojas. Es toda una sociedad que se esconde y lastima, que tira la piedra, que, como dice la canción del cartel, nada más está viendo de qué convers salen más estrellas sin importar cualquier otra cosa. Dirán, es cosa de todos los días y tienen razón, ya es cosa de todos los días, ahora, la abulia. Remarco, la indiferencia. Gente que se rasga las vestiduras ante las noticias y después le cambia al canal de la televisión.