Me sorprende la vitalidad, el buen humor del poeta Guillermo Fernández cuando llega al salón de los espejos de la FLM. Guillermo es un hombre que pasa de los sesenta años pero hay una vitalidad en su mirada, en la forma como sonríe cuando dice que no sólo ha traducido a Ungaretti, a Montale y a Luzi, sino también a Berlusconi. Lleva en la bolsa del pantalón un pañuelo azul que extrae cada que va a limpiarse las narices. De la bolsa de su camisa sobresale un estuche para anteojos.
Es jueves y un aire frío pasa por la ciudad y se adhiere a las ventanas. Hernán Bravo le da la bienvenida a las instalaciones y después cede la palabra a Luis Jorge Boone, quien tiende un puente entre nosotros y el poeta al hacer alusión a su trabajo como traductor, a su voz poética al decir: "Máximo traductor de la literatura italiana a nuestra lengua, coordinador de talleres, rendido lector de Cernuda, poeta no de culto sino oculto, Guillermo Fernández escribe poemas porque, afirma, es lo más cerca que puede estar de crear música."
Poeta de culto porque su poesia aunque no subterránea, se encuentra dentro de ese registro al que sólo llegan los poetas duros del lenguaje, aquellos que constriñen la palabra hasta darle a su poesia un sentido total, poeta oculto, porque Guillermo Fernández vive oculto de los medios literarios, cercado en la ciudad de Toluca a la que llegó, como bien dice: "hace doce años, tres meses y tres semanas."
Cada que alguien dice algo de mí, me quedo confuso, dice al referirse a las palabras que Boone ha dicho de su obra, y a veces pienso que el hecho de escribir versitos sirve para algo. Me alegra por un lado pero me lastima por otro. Prefiero leer los poemas de mis libros cuando hay público. Es algo especial para mí.
Y nos lee. Le da una fumada breve a su cigarro, lo deja con delicadeza en el cenicero mientras el humo se eleva fragil hacia su nariz. Y Guillermo nos lee: "(Yo sé que la piel tiene palabras de idiomas húmedos/ y extraños todavía,/ láminas de sangre en un tambor oculto/ y espigas bajo el sueño no infinito.)"
Y "a los primeros pasos aprendió/ que los muertos bajo tierra/ hablan de cosas menos tristes que nosotros;/ que quien vive tan sólo paar el sueño/ se convierte en un sueño que camina".
Y: "Soy el último resto del naufragio/ Voy a esperarte diez minutos más/ en esta esquina del Oceáno Atlántico."
Mientras nos lee, Guillermo hace pausas, fuma, lanza la mirada al recuerdo y nos relata de sus viajes a Venecia, de la tarde que conoció casi por accidente al poeta Montalde. Montalde lo vio y le hizoun juego de palabras y Guillermo, hábil, se lo devolvió. Entonces el poeta, que era chiquitito y gordo, nos dice Guillermo, sonrió y me dijo: es usted un Florentinaco, que era más o menos como un florentino de mierda. Cuando Guillermo le preguntó, ya en otro tiempo de la charla, qué poeta mexicano había leído y le gustaba, el italiano respondió: Jaime Torres Bodet. El resto de la charla pasa enter las lecturas de las traducciones de Ungaretti. Un poeta que a los 2o años ya había escrito libros portentosos, dice.
A ratos, Guillermo suelta frases como: "Nuestra poesía ha estado marcada por el PRI" y "Para mí, Cernuda es el poeta más grande en lengua española desde este joven, Quevedo, pues." O "Frente a la palabra siempre tengo una gran desconfianza. Cuando tengo al fortuna de decir o de encontrar una idea que explotar es fabuloso. El vocabulario no aparece porque no hay idea." "Cuando nos quedamos a medio camino de la escritura del poema... eso no se lo deseo a nadie."
Al finalizar la charla Guillermo nos dice su teoria sobre la proliferación de nuevos poetas. Son como los batracios, dice, en agosto salen como ajolotes, para septiembre ya publicaron su primera plaquette. Para noviembre ya tienen su primer premio y en marzo, son funcionarios culturales.
Nos reímos todos pero al terminar la charla queda en el aire esa sensación de naufragio cuando el poeta parte, cuando nos deja con la sensación de estar en la hora y el sitio cuando la poesia se ha marchado.