Perder un padre debe ser un dolor que te persigue hasta la muerte. Yo no lo sé. No lo entiendo. Veo a mis padres y me gustaría saber más sobre ellos: qué les preocupa, qué les mortifica, qué les alegra. Pero, al mismo tiempo del deseo, noto también la impotencia, el acto de eludirme. Perder a los padres debe de ser antes, un conocer a los padres porque, ¿cómo se puede perder lo que no se conoce?
Si hay personas extrañas y al mismo tiempo tan familiares, son ellos. ¡Quién fuera esos hijos que lo saben absolutamente todo sobre ellos!, que callan sus miserias, enzalzan sus triunfos, rectifican en la conciencia los hechos y también, porqué no, los cambian, los vuelven otros, los idealizan, los anhelan. Pero, ¡quién fuera un hijo que los viera con amor desde la crudeza, con amor desde el amor que se dan los padres entre ellos y que siempre es una barrera infranqueable, con amor desde la sentencia de muerte!
Hace ya semanas, tal vez un mes, que tuve la oportunidad de pasar una velada con Pedro Meyer, un fotógrafo de otro mundo y de otro tipo de corazón. Y sopeso las palabras al escribirlo. Hablamos de la muerte y hablamos también de la vida, no como pretexto, sino como lo esencial. Parece una frase obvia, inútil, falsa, pero ¿cuántas veces no olvidamos en realidad que vivimos?
Y claro, hablamos de cómo vivir con amor a pesar de todo. Y entonces, Pedro, me habló de su trabajo "Fotografío para recordar". Una serie de fotos sobre los padres de Pedro, una historia de amor hasta su fin, con la muerte de ambos.
Ver "Fotografío para recordar" no es sólo ver imágenes, es ver a tus padres. Tus padres aparecen ante tí con todas sus dudas y vacíos por llenar. A veces el arte es perturbador y debería de serlo siempre. Me quedaron muchas dudas al ver este trabajo fotográfico pero, sobre todo, me quedaron muchos deseos de conocer mejor a mis padres. Ese conocimiento debería de ser uno de los esenciales, creo, de todos nosotros.
Fotografío para recordar, Pedro Meyer