Estela Xalaltenco Atlatenco es una mujer de treinta años, con una hija de nueve años, llamada Esmeralda. Estela vive en el estado de Puebla. Bajita, morena, rostro un tanto anguloso y cabello negro y corto le sirven muy bien para ocultar el poder de sus piernas. En sólo dos horas con cuarenta minutos y un segundo recorrió este domingo 27 los 42 kilómetros de la Maratón de la ciudad de México.
Cuando pasó frente a la línea de meta alzó los brazos y miró al cielo sólo por un momento antes de ser asediada por los organizadores quienes la cubrieron con una toalla. Estela caminaba a paso lento ahora, dolidas las piernas por el golpeteo de tanto camino, de tanta prisa por terminar el maratón. Volteó un par de veces hacia la zona de prensa y sonrió pero llevaba más cansancio que nada en los hombros.
Xalaltenco Atlatenco significa "A la orilla del río" y "A la orilla del camino". Estela cuenta que su única estrategia fue pegarse a las punteras donde venía la keniana Muthoni y la medallista mexicana María Elena Valencia. "Fue una carrera muy dura", dice, pero ella siguió. Dicen quienes lo han experimentado, que a partir del kilómetro veintisiete, el corredor de fondo pierde toda conciencia. Corre en automático. Nada le produce significación más que la carrera, el seguir adelante. Pasan los edificios como barro, los árboles como nada. Sólo tiene significado que la pista no termine y mantenerse en el trote.
"Tengo una hija de nueve años, se llama Esmeralda", dice Estela y sonríe. "A ella le dedico la carrera". Hay en ella una humildad terrible y un gozo extraño. A diferencia del ganador, un keniano de nombre Christopher Kypiego, que se desplaza por la sala de prensa con una certeza distinta, aquella de quien se sabía ganador desde antes de la competencia, por la fe en sus músculos y preparación, Estela está completamente sorprendida.
Soy el primero en verla entrar a la sala y el primero que coloca la grabadora frente a su boca. Escucho con claridad y la voz algo delgada todas sus respuestas. Frente a ella está un erizamiento de grabadoras y cámaras de televisión. Estela contesta a todo, repite hasta el cansancio las respuestas a las mismas preguntas. Reporteros hacen juicios de autoridad, se sienten los amos y señores del sitio. Contrasta su orgullo con la seria tranquilidad de Estela.
No todas las mañanas se tiene la oportunidad de estar tan cerca de un campeón, pienso cuando salgo de la sala de prensa y me dirigo a la salida. La veo cuando se la llevan a la sala de doping. Avanza con lentitud olvidándose creo, al instante, de todos nosotros. Somos grises para ella. Somos alguien más borroso en esa mañana, igual al resto de las competidoras que fue dejando atrás. Afuera de la ciudad deportiva muchos corredores y corredoras abandonan las instalaciones. Se pierden en las calles. Algunos llegan a un puesto de tacos de guisado y otros se detienen en puestos de tamales y atole. A la orilla del río, significa el primer apellido de Estela y me siento a la orilla del río cuando tomo un taxi que me lleve lejos de ahí.