Ayer atropellaron a un viejo. Un tsuru se lo llevó después de dar la vuelta violentamente. Nada más vimos cómo cayó. El chofer intentó huir pero una patrulla lo detuvo. Yo sólo vi al viejo, detenido en la acera, como muerto. Y después vi al chofer del tsuru. No sé porqué, pero sentí más el embrollo del chofer del tsuru. Era un tipo gordo, con gastado traje de oficinista, corbata mal ajustada y de un color plomizo. Se bajó del coche con aire preocupado ante los policías, como queriendo engañarlos de que no había visto al viejo. Se fue corriendo tras de ellos hacia donde el viejo había caído, hacia donde el viejo con su sueter verde y pantalones de algodón yacía en el suelo. Así, en un instante, por descuido o por gandallez, habían unido sus destinos.
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