Tengo miedo. A veces tengo un miedo que me engarrota los dedos y las piernas. A veces el mundo se me cae encima y sólo puedo ver el terror al que me acerco, el que me vaticinaron en horas felices. Mi instinto se adormece. Sólo es posible, entonces, vivir el terror, ese miedo de las películas que a veces no necesita de monstruos malignos o seres fantasmales. Basta una mirada distinta en alguien querido, basta cierta obsesión que terminará por volver al pánico tan temido, al pánico que ya sabíamos que iba a ocurrir.
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