viernes, septiembre 25, 2009

Plectros

Hubo un tiempo que estuve colaborando con una revista electrónica, Plectros. Luego, no sé qué ocurrió, nos perdimos de pista. Iré subiendo poco a poco aquellos textos que les enviaba. A ver qué les parecen.
Lucha libre
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Afuera de la Arena México se puede encontrar todo lo que sea relacionado con la lucha libre. Vendedores de máscaras de diversos tipos y calidad se conglomeran en la entrada de la calle de doctor Lucio con sus vistosos productos en el suelo, sobre mantas verdes que rivalizan en color con los tonos plateados, azules, negros, rojos y dorados de las máscaras de Místico, Averno, Memphisto, o las playeras negras de la secta conocida como “Los Perros del Mal”, liderada por el hijo de Can mayor de Nochistlán, el Hijo del Perro Aguayo.
La Arena México vive en la actualidad una época de bonanza. Después de su última cartelera que cimbró a México, la lucha máscara contra máscara entre Steel y Rayo de Jalisco Jr, el peso de las carteleras había ido en picada: una celebración de más con lo mismo. Esa monotonía cambió radicalmente desde meses atrás, con la aparición del Místico, la contratación de luchadores como El Hijo del Perro Aguayo, Heavy Metal, Damian 666 y el bien publicitado cambio de bando de Atlantis, el antes ídolo de los niños, al bando rudo (ahora es el ogro de los niños).
La lucha libre, más que deporte o teatro, —tiene mucho de ambas cosas—, es un ejercicio de la imaginación. El luchador convoca al publico que reacciona ante sus ademanes. El luchador es parte del imaginario. Sin él, está perdido. Su destreza o apostura son las verdaderas llaves con la que domina no al adversario, simple comparsa de él, sino al público. Y no existen recetas para esto: es simple carisma, es presentar una respuesta a una interrogante amplia, ambigua y casi siempre sin solución: ¿Qué le gusta al espectador? Todos los viernes, los mismos vendedores afuera de la Arena México se lo preguntan. Y ponen, para responder a ésta: muñecos, videos de luchas, máscaras, máscaras tamaño mini para colgar en el coche, pósters de los luchadores preferidos, rings diminutos de madera. A veces venden todo. A veces muy poco. Lo mismo que los luchadores: algunos duran, otros no.


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Dentro de los folletines o revistas pasionales, existía en México una publicación quincenal que alimentaba el mundo de la lucha libre: el Sensacional de lucha libre. Los folletines, casi considerados sub-literatura por algunos, por muchos ni eso, eran breves historias donde predominaba la imagen, el trazo, el dibujo como vehículo para contar la narración. Las historias tampoco eran demasiado elaboradas. Resignificaban, sólo que en otro medio, la lucha entre el bien y el mal entre los gladiadores. Se presentaba el problema, había una pequeña solución en el ring y seguía el fin de la historia. Los luchadores salían rodeados por las mujeres más despampanantes posibles: de mejores medidas al 90-60-90 y al final, se quedaban con ella. El elemento sexual era parte también de la historia. Sin embargo, el Sensacional de lucha libre dejó de editarse. Algunos luchadores como El Hijo del Santo o Blue Demon jr han tenido tentativas y publicaciones quincenales con historias donde ellos salen como protagonistas, —eliminando el tema sexual para volver la revista apta para todo público—, pero aún así, sus esfuerzos no han prosperado.
En el campo de la literatura, son pocas las novelas que tratan a fondo o caricaturizándola, a la lucha libre. Mención especial tiene la aparición de los luchadores en la novela breve de José Emilio Pachecho, “Batallas en el desierto” pero en especial la novela Xanto, de José Luis Zárate, el campeón al momento de hablar de una novela sobre lucha libre. Como bien lo dice desde el título, Xanto es un juego, un homenaje, a la lucha libre. Xanto es un luchador que debe evitar que se abra un umbral por el que entrarán a la tierra los demonios. Xanto es la caricatura en esta novela magistral, bien contada, bien llevada de este narrador mexicano. Igual que la lucha libre verdadera, la novela es un juego pero también es literatura seria, con sangre, con rivalidades que van más allá del papel y de la sangre.

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Es importante conocer la genealogía de los luchadores para comprender su éxito entre la gente. Místico, el conocido príncipe de oro y plata, es un luchador joven que literalmente, arrolla multitudes con sus lances espectaculares. El origen del Místico es la historia de todos los huérfanos que han sacado algo adelante. Al menos, esa es la intención al presentar al luchador técnico como ahijado de otro gladiador, Fray Tormenta, un sacerdote en la vida real quien peleaba para alimentar a los niños de un orfanato.
Hay familias dentro de la lucha libre, como los hermanos que conformaron hace tiempo el trío conocido como Los Brazos o la extensa familia conocida como Los Villanos, desde el I hasta el VII. O los hermanos Casas, El Negro Casas, Felino y Heavy Metal, hijos de Pepe Casas, un gran luchador en décadas pasadas. Los hijos juegan también con la tradición: el Hijo del Santo, Blue Demon Jr. Rayo de Jalisco Jr. Solitario Jr, Dos Caras Jr, Canek Jr, Hijo de Lizmark y el Hijo del Perro Aguayo, sólo por mencionar algunos. Como todo en la vida, la lucha libre también tiene su proceso de selección natural y no todos los juniors están condenados al éxito. Muchos perecerán al primer intento, otros tendrán carreras huecas, vacías y agonizantes. Se mantendrán a flote sólo por el nombre de la máscara que portan. Hay otros luchadores grandes que ni siquiera logran eso, como el Huracán Ramírez, personaje que salió del cine a los encordados y que, al igual que en las películas, firmó en la lona una carrera excelsa. Huracán Ramírez ha tenido al menos tres juniors quienes han perdido la máscara en los primeros intentos de hacerse de un nombre. La franquicia está en venta, se dice. La máscara se encuentra vacía. Muchos querrán portarla y llenarse con la gloria para, un día, tener revistas donde salgan de personajes o muñecos suyos que se vendan afuera de las arenas del país. La mayoría no lo logrará. ¿Quién sabe qué desea el público? es la pregunta que todo mundo se hace. ¿Qué desea el lector también? es una pregunta que se queda callada en los archivos de computadoras o libretas. Nadie lo sabe. Lograr la empatía es al final de cuentas el verdadero arte creativo, te llames Hijo del Perro Aguayo o Filisberto Hernández.

jueves, septiembre 24, 2009

Bienvenidos los comentarios

He vivido en el error. El error del no diálogo. Sin duda, necesitamos el diálogo. La charla. A veces es dificil encontrar buenos charladores. Una de mis últimas charlas interesantes tuvo lugar hace un par de meses, cuando conocí a un historiador del INHERM. Hablamos de Bernardo Reyes. Discutimos varios puntos, hipótesis, teorías. Hablamos de esa intensa pero estéril lucha en la que Reyes se dejó seducir para intentar suceder al dictador. Sí, se dejó seducir. Su hijo, Rodolfo Reyes, el gran instigador, era uno de los instigadores del movimiento reyista. Total, estuvimos más de tres horas hablando sobre la revolución mexicana, sobre el 9 de febrero, sobre el movimento de las tropas esa mañana. Mi problema es que, en suma, no me considero un buen dialoguista. Me gusta escuchar. Me gusta oír las ideas. Ayer que vino Carmen Aristegui a presentar la revista de Conspiratio, hubo una excelente velada. Duró mucho, pero era interesante escuchar a Jean Robert, Aristegui, Sicilia y Francisco Prieto hablar. Cada loco con su tema, como dicen por ahí, pero cada tema era interesante. En algún momento, Prieto habló sobre Alzate y su laboratorio. En otro, Aristegui charló sobre Josmar. Jean Robert, no sé porqué nos platicó sobre el uso ecológico de algunas letrinas en Vietnam. Hubiéramos estado toda la noche si no es porque alguien se compadeció de todos los que estábamos de pie (Donceles 66 estaba a reventar) y la presentación terminó. Sin embargo, me gustó el diálogo. Así que bienvenidos de nuevo los comentarios. Las ofensas también son un diálogo. Sólo que de la frustración.

sábado, septiembre 19, 2009

Un hombre toma una pistola y se cree Dios.

No hay Roal

Quería sentarme, cómodamente, a terminar de leer un cuento de Roal Dahl. Pero acabo de ver el video de la balacera en la estación Balderas, la forma como ese hombre, asesina a Esteban Robles Barrera. Me parece increíble que, de los cientos de personas en el metro, sólo uno haya intentado detener a este hombre. Y veo, veo cómo cae. Y uno queriendo solucionar el mundo escribiendo cuentos infantiles o leyéndolos: esos cuentos infantiles que es querer ser artista, comprarse un coche nuevo, entristecerse porque el vestido nuevo se rompió, etcétera, ese cuento infantil de enojarse porque a otro le va bien. Este no es un mundo, lamentablemente, para Dahl. Estamos en el imperio de Stephen King o en el mundo ácido de cualquier narrador de terror. O realista. Tal vez.

lunes, septiembre 14, 2009

Conozco con seguridad esta sensación de querer contar algo, una historia: es como prisa y como sed, como ansiedad y como deseos de soñar no sólo con la primera línea, sino con la línea final. E imagino entonces los párrafos, las líneas, los golpes contundentes de la historia, ese momento en la historia que llegará, lo sé. Sucede que antes de ponerme a escribir, ya escribo.