miércoles, noviembre 28, 2007

Que miedo este... tener tantas historias y tan poca vida para escribirlas. A veces pienso que cuando la muerte me alcance, primero me alcanzará la impotencia de que no lograré escribir esa última historia de mis días entonces, ya, viejos.

Jova

Jova Gregoria, así se llamaba la hermana muerta de Homero Aridjis. Y al leerlo, pienso en qué será del recuerdo casi incorporeo de los niños muertos a los días de nacidos, de las semanas. ¿Envejecerá con uno? ¿Se volverá más grande y al mismo tiempo más etéreo? ¿Será un dolor sin geografías pero con un punto al que siempre retornar? Pienso en esos niños que no crecieron.
Digo Jova Gregoria como puedo decir cualquier nombre. Digo Jova Gregoria como puedo decir también los otros nombres secretos.

Madonna en camino a la ciudad de México

No me había dado cuenta pero la música me duerme en los autobuses. Esta noche del lunes y del martes viajé a Guadalajara. Me puse ls audífonos y escuché Hung up de ida y de vuelta. Madonna me durmió. Iba la noche afuera inmóvil pero yo iba escuchando a Madonna. Y escondido en el sillón del autobús sólo pude pensar en música, notas, Madonna, Madonna de camino a la ciudad de México: qué experiencia.

Ya lo compré...

Sí, ya compré el nuevo libro de Minerva Reynosa: La íntima de las cosas

Hay edades
vidas
vicios

Yo
ayer
un día
cualquiera
crei
pensé
supuse
que el tránsito
los puntos
el suspenso a respirar
valían
y daba aspereza y esperanza
y tomaba intenciones y colores

Anden, búsquenlo en Mantis Editores

domingo, noviembre 25, 2007

Kala... editorial

Se llama Kala editorial y es un proyecto de chicas regiomontanas y chicos peruanos para buscar entre los bloggers, una nueva serie de escritores o escritores seriales. El proyecto es ambicioso: llevar a bloggers a ser escritores, publicarles libros, crear un nuevo puerto editorial y literario dentro de la internet. César y Claudia se encargan de él. Kala editorial tiene una frescura interesante, tiene energia y sobre todo, está abierta a muchos tipos de expresiones artísticas y gente de todo el mundo. En este primer número hay chicos y chicas de Argentina, centroamérica y México. Los invito a su página www.kalaeditorial.com
Encontrarán muy buenos textos, pero sobre todo, una casa y una puerta abierta para la creación, que es al fin de cuenta, lo que une a bloggers y escritores: el placer llano por escribir.

Reincidencias, Eduardo Zambrano

"Fui el otro Midas con esa terca obsesión
Todo lo que toqué se volvió literatura."

Hace mucho que no escribo sobre libros, pero estos días tuve la oportunidad de conocer Reincidencias, del poeta regiomontano Eduardo Zambrano. He leído su libro por fragmentos y lo llevo siempre en la mochila. A veces lo ojeo en el metro o bien, mientras espero que me traigan la cuenta en algún restaurante y aprovecho en esos momentos muertos para abrirlo y decirle a O algunos de los versos:
"Sólo cuando me veo a punto de renunciar
entro en el agua helada.
Es entonces que puedo maldecir
a mis anchas... y destrozar el jabón
como una franca advertencia
para ahuyentar a esas hienas
que ahora rondan la carroña de mi destino."
A veces, algún poema del libro no me dice nada, pero a la vuelta de la hoja me encuentro con algo que dice algo profundamente de Eduardo Zambrano, pero es tal su manera de decir, que es como si yo lo hubiera pensado. Creo que la poesía tiene muchas formas de ser y de compartirse con los otros. Yo tomo la idea del plagio: esa poesía que te gusta porque te arrebató lo que tú querías decir.
El libro, Reincidencias, está lleno de apuestas, de confirmaciones de ser algo o alguien. Es un callado canto al optimismo que nace después de estarse mucho tiempo callado, mucho tiempo con ganas de decir algo. Con un lenguaje franco, sencillo, mas no por ello menos poético, Reincidencias, de Zambrano, sigue en mi mochila. A veces me pregunto por qué lo sigo cargando. No me sé responder, pero espero que, cuando salga de mi mochila y entre al librero, me haya dejado todas las ganas de volver a él, de reincidir en sus palabras.

sábado, noviembre 24, 2007

Lentejuería

Fie a mi género sexual, odio todo lo que tenga que ver con mercerías. Ese mundo de cositas bonitas, listones, cosas brillantes y olanes me produce lo mismo que una cruda. No entiendo esa pasión por la lentejuela, la casi perversa fascinación por los hilitos o las cosas cute que se pueden apilar por docenas en cajas de cartón. ¿Han visto cómo a veces, se pierden valiosos momentos de la vida tratando de meter un hilito por el ojo de una aguja? ¿Qué placer puede existir en chupar el rabito del hilo, ensalivarlo, cerrar con perfecta sincronía el ojo para ajustar el espacio y finalmente, meter y sacar el hilito por el hoyito hasta que quede?
Creo que odio las mercerías y las mercaderías desde que en la infancia, mi abuela me sometió a tardes rigurosas de compras de olanes, rellenos y patrones para hacer muñecos de peluche. Los plástico, lo brilloso, los cute, esas pequeñas campanillas o florecitas que a veces picaban se metieron en mis nervios hasta casi hacer palidecer mi nostalgia.
Cuando paso por las mercerías le agradezco tanto al lóbulo izquierdo de mi cerebro por imponer la razón sobre mi lóbulo derecho. Si no, ya vería yo esa arquitectura de lo bonito y chafa y cursi en esas montañas de cositas plateadas, de flores e hilos e hilazas y listones y pelusitas doradas o color plata. A, mi lóbulo izquierdo.
Por eso, cada que paso por una mercería debo contener el vómito, el desgano. Y espero y espero ya sea a mis hermanas, a O o a mi madre que hacen filas, emocionadas con hilos, campanelas o botones o prendedores o incaibles o.... bueno. Esos momentos agradezco ser hombre. No batallamos, escogemos la cerveza entre tres tipos de marcas, o es carne de res, cerdo o pollo. Son estos pantalones y ya.

jueves, noviembre 22, 2007

Extraño eso, que iba a la secundaria y a la hora del recreo mi máxima felicidad era comprar una coca-cola bien helada, unos nachos y sentarme en el piso, recargado en alguna pared y ver cómo los maestros entraban a la sala de maestros y mis amigos contaban chistes y las chicas... y las chicas... ah, aquellas chicas...

Ropa vieja

Qué ridículo es a veces, ese tiempo que dedicamos a vestirnos, esa elección sentimental de la ropa del día a día, como si estuviera en ella el optimismo diario o la desgracia de la tarde. Frente al espejo, es imposible no entrar al terreno de la incredulidad o de la cursilería. La ropa nos hace. Procuren tener un espejo de cuerpo entero para detener morosamente, la mirada, en esas imperfecciones que nos hacen y nos construyen.

martes, noviembre 20, 2007

Tengo miedo. A veces tengo un miedo que me engarrota los dedos y las piernas. A veces el mundo se me cae encima y sólo puedo ver el terror al que me acerco, el que me vaticinaron en horas felices. Mi instinto se adormece. Sólo es posible, entonces, vivir el terror, ese miedo de las películas que a veces no necesita de monstruos malignos o seres fantasmales. Basta una mirada distinta en alguien querido, basta cierta obsesión que terminará por volver al pánico tan temido, al pánico que ya sabíamos que iba a ocurrir.

sábado, noviembre 17, 2007

Madedito

Madedito no puede decir Monterrey, dice Montedey.
Madedito entiende los chistes a la media hora, me dicen.
Los tránsitos de Madedito andan todos nerviosos, alborotados.
-Ya están buscando su aguinaldo para ellos y para sus jefes -escucho por ahí.
El viernes a mi hermano lo detuvo un tránsito, le pidió para las cervezas
y luego le dio una clave: 35.
35 significa: a este huey ya me lo chingué, déjenlo pasar.
Así que, 35, repitió mi hermano más adelante con otro tránsito y sí, nos dejaron pasar.
Madedito no podría decir 35. Diría: teintacinco.
Todo mundo lo dice: los tránsitos de Monterrey andan nerviosos, perros.
-Es que ya quieren pagar el costo del FORUM -repite alguien más por allá.
Son bonitas las nuevas motos de tránsito de Monterrey: espectaculares, diría yo.
Tansito de Montedey, podría decir Madedito si le preguntaran cual es la organización municipal de la que se siente más orgulloso: tansito de Montedey, creo, debería decir.
Sí, basta un día para darse cuenta de eso: los oficiales de tránsito en Monterrey andan nerviosos, como con un hambre larga, otoñal, como si mañana fueran a quitarles las placas.
Lo peor es que, sí, Madedito buscará la gubernatura.
Lo peor es que, sí, los regios se la van a dar.

Perdón, Norman...

Me parecía un poco estúpido de mi parte hablar sobre la muerte de Norman Mailer, sobre todo teniendo en cuenta los tantos muertos en Chiapas y los miles de damnificados en Tabasco. Me parecía un poco ciego u obtuso de mi parte, claro, hacer un breve recuento de la obra de uns de los autores, creo yo, emblemáticos de la literatura norteamericana. Y recordé ufanamente, claro, aquellas páginas en "Los desnudos y los muertos", que me provocaron tremenda alegría y frustración al reconocer esas grandes páginas. Alegría por aquella buena escritura, gozosa, machista, frustración al reconocer las obvias diferencias entre ellas y las que yo escribo. Pero después pensé en Tabasco y en Chiapas y en este país donde cincuenta matones rescatan el cadáver de un pistolero muerto o este país donde la aduana deja pasar un tráiler lleno de cocaína pero en cambio, no dejan entrar al país un convoy de agua, colchonetas y ropa para los damnificados de Tabasco.
Así que Norman Mailer y su muerte, bueno, tendrán que esperar un rato más a que pueda sentirme un poco menos fuera de lugar, o un poco más animoso para hablar de literatura y esas cosas que nos gustan mucho a todos los que nos gusta de literatura: sus autores y los chismes de estos autores.
Perdón, Norman, perdón, por esta verguenza social que me da al hablar de tu muerte o no.

jueves, noviembre 15, 2007

Nuevo León

Observo, por primera vez, lo que es Nuevo León. Nuevo León es esas carreteras viejas, llenas de baches y boludas, son los pueblos pequeños, con plazas sin árboles y negocios de venta de pan de elote, carne seca y gordas de harina. Me gusta este Nuevo León con sus casas silenciosas y las calles absurdamente limpias en General Terán y Melchor Ocampo, o esa suciedad de carretera que parece meterse en China y en Zuazua.
Estos días he andado Nuevo León y he descubierto sus páramos resecos y olvidados, a los vendedores de naranjas y de miel en Allende, los escasos ríos y puentes, el cauce ligero y terroso del río en Los Herrera y las secundarias pequeñas en Doctor Coss. Hemos salido, gracias a Jaime, al encuentro de casi un centener de chicos de preparatoria y secundaria. Algunos bostezan cuando les cuentas un cuento o escuchan un poema, otros, los menos, tal vez los que importan, asienten sorprendidos ante las palabras. Hacen preguntas, se aglomeran a nuestro alrededor. En Pesquería una araña colgaba del techo mientras yo hablaba de insectos, en China las chicas y chicos compraron libros de Eduardo Zambrano y míos.
Es curioso este Nuevo León ante los ojos de cualquier regio que no ha salido de la ciudad, que sólo conoce las carreteras camino a MacAllen, las carreteras camino a Saltillo. No han tenido, ni tienen o se dan, la oportunidad de conocer las huertas silenciosas, las paredes de adobe y sillar colmadas de sol y vapor. La gente hace gorditas, pan de elote, atoles, empanadas de tomate. Me está gustando mucho este Nuevo León de pueblos tan grandes como una mano, pero de raìces profundas. En Melchor Ocampo hablan de la batalla de Río Seco, en Montemorelos nos cuentan de las fuentes de agua que dan en realidad, jugo de naranja.
A cada pueblo al que llegamos pregunto en voz alta: ¿Cuánto costará una casa aquí, llámese Congregación Anahuac, Cercado, Cerralvo o El Carmen? A cada pueblo al que voy me voy quedando, me voy quedando. En realidad, en cada pueblo donde lees algo de tus palabras algo se queda de ti, algo tomas, al menos un recuerdo de sol y de adjetivos.

miércoles, noviembre 14, 2007

Dice mi amiga Elida que este blog se ha puesto, decididamente, aburrido. También dice que no cumplí mi palabra de no volver a escribir aquí. Y ahora ya volviste, me dice entre hiriente y divertida. Voy a pensar cómo hacerle, Elida, te lo prometo. Te lo prometo solemnemente.

jueves, noviembre 08, 2007

¿A quién le escribes cuando no quieres escribirle a nadie? ¿A quién le dices las cosas que no puedes decirle tampoco a nadie? Como si quisieras encontrar un lector anónimo pero comprensivo, una marca de agua que no te moje, un fuego que no te brinque nervioso en las manos y te escupa. A veces dan ganas así, simplemente, de escribir sin escribir. Tomas la pluma o el teclado y escribes y borras, escribes y borras hasta que al final, después de un largo ejercicio de escritura sólo queda una página en blanco. Pura como al principio pero de alguna forma manchada por las letras, con el fantasma de las confesiones y de las historias enterradas bajo ese secreto del delete. Sería bueno escribir de esa forma, también. Pero, no, el mundo exige historias. Las editoriales están buscando siempre autores nuevos, novelas nuevas que cumplan su ciclo de una semana, organizadores de concursos que buscan sus premios para publicarlos y cumplir con la difusión y el presupuesto, proyectos editoriales independientes para sacar más y más plaquettes de autores que llenen los diccionarios con sus biografías mínimas en el Wikipedia. Somos también máquinas. Ojalá hubiera libros blancos en todas partes, celosamente guardos, celosamente revisados por un editor o un corrector de estilo, celosamente impresos los libros blancos y después puestos en las mesas de novedades y también autores blancos, limpios de toda palabra, limpios de toda intención creadora.
Ayer atropellaron a un viejo. Un tsuru se lo llevó después de dar la vuelta violentamente. Nada más vimos cómo cayó. El chofer intentó huir pero una patrulla lo detuvo. Yo sólo vi al viejo, detenido en la acera, como muerto. Y después vi al chofer del tsuru. No sé porqué, pero sentí más el embrollo del chofer del tsuru. Era un tipo gordo, con gastado traje de oficinista, corbata mal ajustada y de un color plomizo. Se bajó del coche con aire preocupado ante los policías, como queriendo engañarlos de que no había visto al viejo. Se fue corriendo tras de ellos hacia donde el viejo había caído, hacia donde el viejo con su sueter verde y pantalones de algodón yacía en el suelo. Así, en un instante, por descuido o por gandallez, habían unido sus destinos.

martes, noviembre 06, 2007

Ternura

En suma, ¿no te podría llenar de ternura la sola idea de encontrarte con un chicuelo que a los 20 años quería ser escritor, y soñaba y se afanaba en tener al menos un texto publicado en alguna revista de la Universidad, en al menos terminar un cuento o algunos cuentos o que al menos alguien dijera que sí, que lo que escribía estaba bien o al menos prometía, no se sabía qué, pero prometía?

domingo, noviembre 04, 2007

Escribir esta noche

Anoche, después de hacer las compras del supermercado, pasé por la casa de un amigo que es escritor -en realidad no es una casa, sino un edificio de apartamentos, en realidad, mi amigo también es guionista. Una luz parda iluminaba el techo y esa misma luz alcanzaban a darle una luz percudida y tenue a la cocina. No sé por qué, lo imaginé escribiendo en esa semi oscuridad, frente al resplandor blanco de la pantalla de la computadora. Yo iba con jamón, pan, jugo de uva para la cena y en ese momento me dieron ganas de sentarme a escribir, fue apenas una semillita, un débil deseo de ponerme a escribir.
En suma, uno no puede negar lo que es aunque lo intente.
Desde entonces he estado pensando en la escritura. Desde anoche que imaginé a mi amigo escribiendo (quién sabe qué historias prodigiosas, quién sabe qué mundo inesperado), he estado con la idea de escribir. Pero no lo he hecho. Sólo le doy vueltas a las ideas, me aproximo desde distintos ángulos y nada. No escribo. Me acordé de ese adagio que todos los escritores dicen cuando los entrevistan o cuando no los entrevistas. Leer causa más placer que escribir, para escribir hay que leer, etcétera, etcétera.
Me parece una idea clara, pero al mismo tiempo, sumisa. Escribir da placer y creo que da más placer que leer. Sí, claro, los libros son inesperados, aparecen frente a tí, como lector, ideas luminosas, secciones de la realidad atípicas y dulces, pero, en el fondo, no hay como la emoción que da ponerte a escribir. Sí, saldrá algo mediocre o no, pero ah... el placer de escribir debe de estar más supeditado al del lector. Al menos para los escritores, eso creo. Un escritor que siente mucho más placer al leer, tal vez, es más lector que escritor.
Pero eso pensaba anoche, en el frío, mientras caminaba de regreso a casa. Al dar una vuelta en una esquina, pasé frente a un módulo de captación de ayuda para los damnificados en Tabasco. Los gritos llenaban las aceras y los árboles, las luces de los coches. Los aplausos festejaban la llegada de botellones de agua, las cajas repletas de colchas y mamelucos, los botiquines médicos. A un lado del centro, estaba un traíler grandísimo con las luces encendidas.
Sí, claro, pensé en la tragedia, pero después me dije: debo de escribir esta noche. Simplemente, escribirlo. Aquí estoy, al vuelo, haciéndolo.

sábado, noviembre 03, 2007

El vuelo

Voy camino a un trabajo. El taxi se detiene en una esquina. En la banqueta, un hombre sube a su hija pequeña a la parte superior de un buzón. Después, la hija salta a los brazos del padre. Hasta mí llegan los gritos en la mañana, las risas. Epa, dice el padre y vuelve a subir a la niña hasta el buzón y ésta vuelve a saltar. A un lado, la madre sólo se dedica a sonreír y mirar los saltos de la pequeña.
La niña no salta, aprende a volar.