miércoles, enero 31, 2007

¿Unión insólita?

1.- A la vecina que espera a sus hijos en la puerta de la casa.
2. A hombres y mujeres que caminan hacia el metro.
3.- A un mecánico subiendo la cortina metálica de su negocio.
4.- Al escritor Mario Bellatín en la banqueta, con un jugo de naranja en la mano.
5.- A esta soledad descarriada, basta, acostumbrada.

martes, enero 30, 2007

Visitar a la casa

Cada que vuelvo a mi colonia y camino por sus calles me es imposible no llegar a casa de Kenia. Estuvimos juntos el tercero de secundaria. La recuerdo con una sonrisa franca, la recuerdo porque ya no tenía padres y vivía con su tía. Y su tía me daba la impresión de ser la mejor tía del mundo. Después, con los años, dejé poco a poco mi casa, mi colonia, más tarde mi ciudad y no supe nunca más de Kenia. No supe si se casó. Si vive aún en esa casa a la que siempre dirijo mis pasos. No sé si su tía aún es soltera, si juntas comparten la calidez de esa casa a la que siempre me asomo con la timidez de un puberto, para ver si encuentro tras las rejas, algo de vida en alguna bicicleta solitaria, en la pesada sombra de un boiler. Tal vez me pregunto esas cosa sobre Kenia con la esperanza de que alguien, más allá de mis fronteras, de mis silencios y embagues burdos de hombre, recuerde a ese Antonio que fui hace mucho tiempo cuando las palabras tenían sólo la importancia que daba a las piedras, al camión urbano, a una bandera rasgada. Tal vez, con la esperanza de que alguien, también, pase frente a la casa de mis padres y se pregunte qué fue de ese muchacho que era asmático, que jugaba muy mal al futbol y al que no le gustaban las bromas ni los bromistas. Y al no saberlo, simplemente diga: espero que esté bien. Y se aleje por la calle con su simiente de nostalgia echando raíces en su cuerpo.

miércoles, enero 24, 2007

Islas

Me pregunto porqué se organizan lecturas en voz alta ante públicos, la mayoría de las veces, abúlicos. Me pregunto también porqué queremos ser leídos. O por qué escribimos libros sobre otros libros que después serán fuente de apoyo para la escritura de otros libros. Por qué escribe cada quien lo que escribe, esa pequeña ínsula de obsesiones que a veces se agotan, tragados por el mar o a veces crecen y forman continentes. Ser lenguaje es una actividad que agota. Ser lo que se escribe también. Cuando voy a talleres literarios siempre estoy con la duda de qué hizo la vida con tal o cual persona para que le dieran ganas de escribir sobre las guerras mundiales o sobre las costas tamaulipecas o sobre el terror, o la ruptura del lenguaje. ¿Vale en realidad algo para que sea escrito? y en sí, ¿por qué escribir?
Hace un par de meses un amigo me invitó a dar una charla en un auditorio de la Feria del Libro Infantil y Juvenil. En realidad, yo no era más que el tercer sustituto de esa charla. Un primer escritor había dicho que sí y luego, que no. Otro segundo escritor dijo que sí, y después que no y entonces aparecí yo. Dije que sí. Cuando llegué a la FILIJ busqué el auditorio. En el mapa de actividades venía el nombre de ese primer escritor. En el autorio, estaba el nombre de ese segundo escritor. Cuando me presenté tuve que decir que yo no era ni uno, ni el otro, tal vez, ni escritor. En realidad, me molesta el nombre de "escritor". Lo escucho y vuelvo a ver a todos lados como si dijera: ¿yo? ¿me hablan a mí? ¿en serio me escogieron a mí para jugar en el equipo?
Mi amigo dijo: que se vea que sí te gusta escribir. Los escritores que vinieron en lunes, el martes y el miércoles terminaron diciéndoles que si querían hacer algo productivo con sus vidas, mejor ni se les ocurriera tomar la pluma. Nada más asentí. Y busqué ese gusto por escribir. Creo que pasan los años y las certezas desaparecen. Se queda uno sólo con la superficie del deseo, con la vaga sensación de que dentro del cofre del tesoro están los doblones. Y lleva el cofre, por lo mismo, a todas partes. Cuando te publican o alguien te dice que sí le gustó lo que escribiste, ves el cofre y dices, ok, está bien, ahí tengo mi dinero. Pero curiosamente, al agitarlo, no se escucha nada. Entonces se tiene miedo de abrirlo, de saber que has andado por la vida intentando ser algo que no eres.
Me dirán los optimistas: el tesoro es el lenguaje: el tesoro es la imaginación: el tesoro es...
Me dirán los pesimistas: ¿a quién le importa todo esto?
Esa respuesta es la que me gusta. Aunque no deja de parecerme curioso ese saber porqué escriben los demás, esas insulas golpeadas por el mar de la indiferencia.

Esos otros escritores

Voy con un amigo por la calle. Hace sol y el tráfico en Universidad y Félix Cuevas está detenido. En cualquier dirección se ve la ristra de autos que se estiran sobre el asfalto. Mi amigo y yo hablamos de escritores, de literatura, de la concepción de la escritura. Repasamos nuestros inicios, las metas alcanzadas, las no alcanzadas. Los libros que nos gusta leer. Y hablamos de las becas con cierto rubor. Ese detalle de las becas es un tema que nos gusta. A mí, más bien, me da un poco de escozor. Pienso en ese momento en escritores como Kapuscinski, o Lobo Antunes, Pessoa, Juan Vicente Melo, pienso en esos autores hechos a la refriega diaria, sin ese enviadiable espacio para escribir. Mi amigo y yo cruzamos la calle y llegamos a la entrada del metro Zapata. Una vendedora de películas piratas fuma, aburrida, en medio de las copias de Apocalipto. Por eso aceptamos más a los autores que se hacen sin becas y sin premios, le digo a mi amigo y éste nada más asiente. Claro, se hacen al fragor de los chingazos, contesta. Eso es lo que admiramos. Miro hacia atrás donde la calle sigue igual, ajena a cualquier cosa y antes de entrar a la boca del metro le digo a mi amigo: sabes qué, tú y yo, ya nos fregamos, ya no seremos esos otros escritores. Y nada más asiente. Así es.

Cansada de besar sapos

Ana Serradilla. Me declaro fan de Ana Serradilla. Cuando entre amigos, o compañeros de escuela, me preguntaban qué actriz me gustaba yo no vacilaba en decir: Ana Serradilla. Entonces, mis amigos ponían cara de ¿quién es ésa? y yo, ruborizado por mi gusto por una actriz sin leyenda, les decía sólo un par de novelas donde había trabajado. Pero Ana Serradilla, impasible ante mi desventurado gusto, como todas las actrices, siguió trabajando. Hizo un par de buenas telenovelas, compartió crédito en una película rara como lo fue "Un mundo raro" y ha hecho teatro, sólo por mencionar algunos de sus logros. ¿Ha menguado mi gusto por Ana Serradilla con el paso de los años? No. Pero como cualquier persona que se admire o agrade, ha pasado a ser tan sólo un gusto moderado, uno de esos que sabes nunca se van a cumplir. No creo que nunca vaya ni a cruzar palabra con esta actriz mexicana.
Después de esta breve introducción, entenderán mi emoción por ir a ver "Cansada de besar sapos", película mexicana donde Ana es la protagonista. Pero, "Cansada de besar sapos" es una mala copia de las comedias románticas norteamericanas, del estilo de: "Cómo perder un chico en diez días", con Kate Hudson, o de Jennifer Garner en "13 going 30". Ana interpreta a Martha, una exitosa diseñadora de interiores que tiene un novio, Roberto, interpretado por Bernal. La trama es simple. Los eventos son esperados. De Tavira interpreta a un aspirante a actor que se enamora de Martha.
No quiero excederme en la trama pero ésta se desarrolla con los patrones esperados: Martha rompe con Roberto, Martha sale con muchos hombres con la decisión de ya no enamorarse. Se enamora de De Tavira, De Tavira descubre el secreto, parte a Barcelona donde lo contratan como actor (inverosimil en el mundo del teatro) y Martha va tras él. ¿Cómo termina la película? Imagino que lo saben.
Cansada de besar sapos, sin embargo, tiene sus buenos momentos: por ejemplo con la secretaria que tiene encuentros sexuales divertidos o escabrosos y los intentos por hacer de la ciudad de México una ciudad fílmica, casi neoyorquina. Claro, hay que soportar otra vez el escaso plano actoral de Miguel Rodarte quien sabe otra vez como homosexual, el desentono de ver en pantalla, otra vez, a Miguel España, quien cree que actuar es hacer muecas y hacer más chilona la voz. Es tan predecible la historia que en te otorga esos pequeños placeres de ir por más palomitas sin perderte de nada o incluso, perder tantito el tiempo frente al espejo del baño. Espero, Ana, que nunca leas esto, y si lo lees, bueno, sólo soy uno más dentro de la gran ciudad.

sábado, enero 20, 2007

La princesa Masai

"¿Qué vi de tu padre al momento de encontrarlo en la barandilla de ese barco que cruzaba el río? No lo sé. Vi su apostura, su gallarda disposición a ser mirado, el orgullo que sólo tienen los guerreros masai. Llevaba al cuello un grueso collarín con colores estridentes pero que, al constrastar con su piel negra, se volvían mansos, lumisosos. Traía las orejas perforadas con redondos huesos y su larga cabellera naranja le caía a la espalda con el mismo orgullo con que el él miraba el río." Imagino. Sólo imagino, que tal vez, algún día, Carola le contará esto a su hija, cuando ésta la pregunte por su padre, un guerrero sumburo de Kenia.
La princesa Masai, película de la directora Hermine Huntgeburth, narra la vida de Carola, una empresaria suiza que en un viaje a Kenia se enamora de Lemalia, un guerrero masai. La película narra como, al contacto con esa mirada, Carola abandona al novio en turno, a una exótica Suiza y se va al lado de su amado.
Sin embargo, La princesa Masai no es ficción, de esa por la que pagamos 50 pesos en el cine o 200 por el libro. Más que ficción, es realidad. La película se basa en la vida de Corinne Hoffman, una empresaria de moda que en un viaje a Kenia ve en un barco a Letinga, el guerrero Masai. Corinne abandona todo y durante cuatro años vive en el poblado de Letinga, comparte al guerrero con las otras esposas del mismo, vive en chozas, asiste a los complicados (y al mismo tiempo naturales) ordenes religiosos y civiles de los masai hasta que al final, cansada y agobiada por la patologia celosa del guerrero, decide poner fin a esa aventura de una manera insospechada, acaso natural.
La princesa Masai es una película donde el golpe entre dos mundos sólo crea grietas que ni el amor es posible de cambiar. Claro, siempre le damos al amor posibilidades insospechadas pero ante el mundo real a veces, no basta. Actualmente la hija de Corinna está por conocer a su padre, el guerrero. ¿Qué ocurrirá del encuentro entre esos dos mundos nuevos? Es acaso el tema de otra película, acaso una historia que iniciaria cuando la hija la pregunta a su madre: ¿Qué fue lo que viste de mi padre y ella le contestaría, imagino, claro, sólo imagino: "Vi su apostura, su gallarda disposición a ser mirado, el orgullo que sólo tienen los guerreros masai."

miércoles, enero 17, 2007

Recordar a nuestros muertos también puede ser un ejercicio de indiferencia. Pero hay días cuando es imposible ser indiferentes, cuando la llaga sí se abre, cuando inclinas la mirada con la verguenza del llanto que no se detiene. Los volvemos a enterrar como ese día. Nos vuelve a dar el golpe de su ausencia, se nos traban las palabras como al momento cuando nos dijeron de su muerte. El resto del día es imposible quitarse la sensibilidad de los cementerios, el golpe frágil en la nuca. La muerte se siente en los dedos, en la saliva, se extiende con pesadez de nuevo en nuestros zapatos, detiene nuestros movimientos.
Pero a veces recordamos a nuestros muertos con la indiferencia del amor de rutina, con la indiferencia con la que llamamos a un compañero de oficina para que traiga el último reporte. Hoy recordé un muerto. Mi único muerto. Qué desfile de lágrimas. Qué disfrute también de la vida. Otro poco, pensé, le he llorado. Qué bien me he sentido por llorarle, por saber que aún sigue siendo en su muerte, todo lo importante que fue para mí en su vida.

Yo también quiero una avioneta

Saca hoy el diario El Universal, parte de las declaraciones patrimoniales de nuestros diputados y servidores en el gobierno capitalino. Alejandra Barrales, ex-líder del sindicato de Aeroméxico declara tres autos, dos departamentos y una... avioneta. Me pregunto de dónde sacó Alejandra Barrales, azafata con un sueldo que no es por mucho, mejor a muchos salarios de oficina, para comprarse tres departamentos, tres autos, un terreno y una avioneta. No lo sé. Tal vez soy ignorante del poder de la gente para construir con el sudor de sus manos su mini emporio personal.
Actualmente en el distrito federal, los departamentos son unos de esos bienes preciados que cuestan igual que el agua en el desierto. Tan sólo un departamento en la colonia Villa Panamericana, a un costado de Ciudad Universitaria; un departamento modesto, claro, de 80 metros cuadrados, se vende en la friolera de medio millón de pesos. No quiero saber dónde tienes sus departamentos la diputada, pero no creo que sea en la colonia Guerrero o en Ciudad Azteca.
A estas alturas, de la avioneta mejor ni quiero enterarme. Pero, yo mismo me retracto, estoy mal. No debo de cuestionar a los que se hacen de mucho dinero. Es su trabajo. Es su habilidad para mantenerse a flote. Y los políticos, menos. Ellos qué culpa tienen de servir a la nación con su inteligencia, su diplomacia, su don de gentes, su... Bien por la avioneta de la diputada Barrales. En el futuro, cuando la revista H para Hombres la vuelva a invitar a posar en fotografías sugestivas, con toda seguridad debería de salir la diputada con un escote provocador y una minifalda poderosa mientras nos muestra, al más puro estilo de edecán de Chabelo, la cataficcia número dos de donde saldrá, claro, su avioneta.

lunes, enero 15, 2007

El libro de Josué

A veces tengo una nostalgia inexplicable por el libro de Josué. Extraño leer las batallas que libraban los hebreos contra hebronitas, moabitas y los de Jerico. Admiro con extraña sinceridad a los embajadores de la ciudad de Gabaon que cambian sus vestidos por harapos para ir a solicitar una alianza con los bárbaros israelitas. Batallas, asedios, exhortaciones, altares junto al Jordan hay en este libro pero nada de eso es lo que me produce esa nostalgia inexplicable. Es otra cosa: hecho de menos ese tiempo cuando leía ese libro y me maravillaba. Y no éste donde al pensar en el libro de Josué veo la trampa oculta en la cosas, la duda vacilante entre la realidad y la ficción.

El único lector

Julian dice que el camino es ir hacia la televisión como los músicos, que sí han logrado sobrevivir con su música gracias a la televisión. Tiene mucha razón. Lo curioso es que hablando de materia literaria existe una regla no escrita que la mayoría de los escritores paracen aceptar salvo raras excepciones: a mayor número de lectores, menor prestigio literario. Por ende, a menor número de lectores, mayor prestigio literario. King, Brown, Funke, Zafón, sólo por mencionar un número, son malos en la medida de sus grandes cantidades de lectores y ventas. Así que busca tu único lector: él te garantizará el éxito que sólo tienen los consagrados.

La velocidad en la escritura

Óscar de la Borbolla viene a la Fundación a dar un curso. Nos habla en una primera hora sobre el oficio del escritor y sobre cómo escribir para estos nuevos tiempos. Hay un poco de malestar en el grupo ante sus opiniones donde casi no pide que escribamos para lectores tipo MTV. Nos da un ejemplo de velocidad en televisión al decirnos que los encuadres en cualquier programa de TV no pasan de los tres segundos. ¡Tres segundos!, nos dice asombrado. ¿Pero, cómo se puede escribir con un encuadre de tres segundos!. No lo sé.
A la hora de la sección de preguntas y respuestas son varios los que deciden afrontar sus ideas. ¿Escribir con una receta es literatura? ¿Escribir de forma que a los demás les guste, es literatura? Geney dice que en realidad, escribir siempre ha sido un arte de resistecia, resistir ante la generalizada indiferencia de la gente hacia el libro, hacia la lectura. Y Óscar de la Borbolla asiente a todas las críticas. Julian dice que deberíamos de hacerle como los músicos que han logrado partir hacia la conquista de las masas gracias a la televisión.
Pero, me cae bien De la Borbolla. Su preocupación por sacar los libros de las catacumbas se le ve honesta. Catacumbas: todas las editoriales independientes, a todos los autores no conocidos que publican sin reconocimiento y sin lectores. De lo que difiero con De la Borbolla es que él busca plazos, busca una acelaración en el ritmo de los lectores y de la entronización literaria. La literatura, para el creador, carece de cualquier tipo de plazo. La literatura para el creador es en realidad esa casa que se tarda en pagar más de 20 años y cuando la terminas de pagar le ves todas sus costuras, las tejas caídas, los drenajes tapados.
Pero claro, De la Borbolla tiene razón en una cosa: la velocidad en la escritura ha cambiado en su concepción. Antes los autores lo sabían: es un proceso lento para escribir y para tener reconocimiento -sólo Donoso tardó más de 20 años en terminar El obsceno pájaro de la noche. Ahora, nosotros lo olvidamos: queremos todo rápido: amigos escritores, contactos, publicaciones, cuentos que salen en un día, reseñas, traducciones, mafias, hasta enemigos se buscan gratis y rápido. Ojalá pudiéramos volver a ser tortugas y no conejos. No Santiagos Roncagioglos, ni Mendozas, ni Neumans que consiguen todo con una velocidad pasmosa. Tortugas. Ahí está el verdadero paso de los escritores.

jueves, enero 11, 2007

Extraño esos libros que son tan buenos y que, al terminarlos, es tanta tu felicidad que sólo te queda una cosa por hacer: decir salud y emborracharte del gusto. ¿Dónde estan en estos días esos autores que nos provocarán las grandes borracheras de nuestras vidas?

martes, enero 09, 2007

Corrección de texto

Me corrigen un texto. Es el capítulo de un novela a la que aún no le encuentro ni edad ni nacionalidad. Me corrigen el texto. Habría qué hacer un género literario de las correcciones. Tal vez de esas correcciones es posible imaginarse el texto y también, imaginar sus fallas. Ese sería el genial aporte de este nuevo género literario: Correctiva literaria.
Mi texto generó las siguientes piezas literarias que en conjunto, creo, forman una historia:
"Poner el nombre al aprendíz y al hijo muerto puede predisponer al lector al respeto a la relación entre el mascarero y el recuerdo respecto del aprendíz. El lector podría buscar siempre eso sin que te lo hayas propuesto. Efectivamente, es un riesgo, pero uno interesante que te da para jugar todo el año."
"Letra times"
"Muy García Márquez."
"Creo que tu capítulo está funcionando bien. Podrías incluso reforzar la tension que genera la muerte del hijo, la rápida aceptaciòn de la muerte del niño, que luego desemboca en una insatisfacción profunda y permanente."
"Incluso, con éste puedes empezar. Profundizar en la dureza. Eso podía dar una historia poderosa, como un flujo de una historia de inocencia y violencia soterrada que sucede con frecuencia en los pueblos."
"La cuestión de la distancia cuando el niño está muriendo puede resolverse si la mujer le pide que vayan al hospital y él, con la sabiduría popular, sabe que (por ejemplo) el hospital está a 5 horas y el fecto del veneno es de dos horas."
Creo, a grandes rasgos, con esto, se puede construir una historia y también su revisión de este nuevo género literario. Digo, si hay alguien que dice que los mensajes de texto en celulares son arte, por qué esto no. Da idea, presenta líneas generales de imaginación y sobre todo de insatisfacción. Que también se lee para no estar contento.
¿No se cansan de las ambiciones personales?

lunes, enero 08, 2007

La Mexicana

Para llegar a este sitio es necesario sortear varios peligros entre ellos el tráfico de la calle de Guerrero y el caos vial en el Mercado Juárez, además de las voces de un gritón de tienda de saldos que vende todo: ¡bara, bara, bara! Sin embargo, al llegar a La Mexicana, ese caos, ese caminar por banquetas demasiado angostas se diluye ante el espectáculo de este restaurante-carnicería que funciona desde 1934.
En La Mexicana no hay grandes platillos de gourmet ni esas carnes deliciosas que son el orgullo de los regiomontanos, sino al contrario, un platillo muy simple: tacos de canasta. Con un precio bastante accesible, la gente se forma frente a las seis canastas con tacos de: morcón, carne deshebrada, chicharrón, picadillo, frijoles y carnitas y pide los tacos que se quiera comer que rápido salen de las canastas y caen en el plato. Tras el lugar donde se despecha, un gran mural muestra un rancho con todos los animales posibles y a lo lejos, recortado en el horizonte y bañado por una luz por siempre matinal y gozosa, se encuentra el Cerro de la Silla.
¿Los tacos? Una delicia. Aún más las mesas de azulejo azul y con flores que sirve de bancas junto a una cazuela con salsa verde de la más picosa y rica con trozos de cebolla y cilantro picado. Y mientras tú comes, al fondo del local está la carnicería y en el lado opuesto de los congeladores hay toda la clase de dulces típicos del noreste como las bolitas de leche quemada, las natillas, las glorias y los turcos: empanadas de harina rellenas de carne seca con piloncillo.
Ir a La Mexicana es entrar a un tiempo perdido, uno donde la ciudad no cambia. Los preferidos son los tacos de carne deshebrada: verdadero manjar para el apetito que no tiene demasiado tiempo para comer. Y para pasar la comida, nada mejor que un barrilito o una joya de naranja, ponche, manzana, uva o durazno que sólo son posibles encontrar en Monterrey. Y platicar con los amigos, que incluso hasta esas mesas llega la charla sobre ciencia, literatura y más, mientras gente con sombrero, oficinistas apurados o madres de familia con sus tres o cuatro hijos, se apuran a comer después de un día de compras en el centro.
La Mexicana
Ubicación: Guerrero entre Arreola y Ruperto Martínez en Monterrey.

jueves, enero 04, 2007

Me pregunto
qué extraño de ella.

El agua a sus pies.

Cansancio

Me canso de escribir cosas literarias. Me canso de intentar escribir un buen cuento, un buen poema, una buena novela, un ensayo con cualidades de precisión e inteligencia. Y no lo logro la mayoría de las veces: mis cuentos se caen, mis poemas son narrativos, mis novelas fallan, hay regodeos en mis ensayos. ¡Cómo quisiera una escritura no literaria en mis textos, una escritura rara que no fuera ninguna cosa, que cualquiera dijera: no le entendí, qué basura, qué pedante, etcétera.
Hoy pensé en un libro raro donde no hay literatura sino otra cosa aunque sigo sin saber qué cosa es.