jueves, abril 27, 2006

La tarde de los escritores

Hay una novela de Peter Handkle que se llama "La tarde del escritor". En ella, el autor cuenta una tarde en la vida de un escritor afamado. Su rutina, la caminata, el restaurante al que va a comer en la tarde retratan una vida tranquila, lejana de todo rumor. Ese es el tipo de vida de escritor que me interesa y me llama la atención.
La escritura y la vida literaria son cosas distintas que a veces, casi siempre, se ven como lo mismo. Muchos piensan que para ser escritor se tiene que llevar vida literaria pero lo cierto es que la vida literaria, el mundillo intelectual que muchos denostan o anhelan, está lleno de actores y no de creadores. Escribir, un proceso de ciegos. La vida literaria, un proceso de vedettes donde personajes extraños te dicen que eres grande y luego van por su copa de vino. Al menos así se ve desde afuera.
Desde adentro es otra cosa porque en medio de todo aquel bloff hay que gente que trabaja, que ama la literatura y proyecta revistas, construye becas, busca autores jóvenes para publicar. Es mucha cizaña tal vez, para poca y excelente paja. Pero es tan difícil separar una cosa de la otra. ¿Qué por ciento, en el fondo, hay de gusto por ser escritor y gusto por ser conocido, reconocido y aplaudido por los otros?
La primera vez que conocí el mundo literario de Monterrey me pasmé. Todos se veían malos, soberbios, engreídos, felices con su posición. Desde lejos, ese mundo rechazaba y sigue rechazando por los comentarios que muchos jóvenes regiomotanos me dicen. Y luego, cuando se entra, el novicio rechaza a los demás, se panovea porque ya anda en las lecturas con los otros. Contaba Roberto Arlt que, cuando un joven escritor iba a verlo, en lugar de cerrarle las puertas, los contactos, los conocidos, en lugar de rechazarlos con una pose de yo soy el joven crítico de poesía y no te mereces ni mi saludo o atención, Roberto Arlt les daba la mano, los estimulaba, les presentaba a otros autores y al final, esos jovenes terminaban por orillarse, pasmados por el mundo literario.
Ahora es distinto. Mi vida literaria es exigua. Poco salgo pero hay días cuando, de la nada, me veo rodeado por escritores todo el día. Tan sólo ayer estuve muy muy rodeado por muchos escritores.
Vi a David Toscana en el MUCA y de ahí nos fuimos al festival de la palabra en el metro. En el festival estaban Oscar David López, Gabriela Torres, Eduardo Zambrano y Hugo Valdés. Toscana me presentó a Senel Paz y más tarde apareció Leonardo Da Jandra y platicamos un rato junto con Samuel Noyola. Luego, a las siete, en la presentación de Julían Herbert en Casa del Poeta intercambié unas palabras con Rocío Cerón, Marco Fonz de Tanya y Tanya Foz de Marco, conocí a Javier de la Mora, director de la revista de Voz Otra. En la otra sala de la Casa del Poeta estaban los becarios de la Fundación: Alfonso Nava, Cristhian Peña, Luis Jorge Boone, Gabriel Aguirre, Claudia Berrueto, Mijail Lamas y Eduardo Saravia. Entre el público estaba David Huerta, Antonio del Toro, Pablo Molinet, Lorena Saucedo y Oscar de Pablo, todos en una charla de Eduardo Hurtado sobre Pessoa.
Incluso ya, en la salida, mientras esperábamos Gabriela, Claudia, Alfonso y yo un taxi, a una cuadra de la Casa del Poeta, apareció María Rivera.
No fue ayer, entonces, mi tarde del escritor sino la tarde de los escritores. Todos andaban por todas partes, se reunían, charlaban, presentaban libros. Todos en la vida literaria entonces, creo. Así hay tardes, creo. Dondo todo es deslumbre, ese papel de estaño del que habla Pessoa en su poema de tabaquería, no Pessoa, sino su heterónimo de Alvaro de Campos:

"¡En tantos manicomios hay tantos locos con tantas certezas!
Yo, que no tengo ninguna ¿puedo estar en lo cierto?
No, en mí no creo."

O como dice más adelante, en el mismo poema.

"...Pero yo pienso y al arrancar el papel de plata, que es de estaño,
Echo por tierra todo, mi vida misma.)"

Una tarde plata podrían algunos decir. O también, una tarde de estaño en la que vamos echando por tierra todo en la vida literaria, incluso la vida misma.

miércoles, abril 26, 2006

Leer a Carlos Velazquez de Cuatro Caminos a Hidalgo

Calor. Un hombre cabecea a mi lado y a veces roza mi hombro. El metro va lleno. Mil cabezas dentro. O más, ¿Quién sabe? Llevo en las manos una revista mientras el tren sale de la estación y se inyecta en el túnel. La Cabeza del Moro. Zacatecas. La abro sin interés de ninguna página, como si fuera ese juego de pregúntale al libro y cae en la página 26. Buck Mulligan, La Biblia Vaquera. A chinga, ese título ya me lo sé.
La primera vez que oí hablar de la Biblia Vaquera fue gracias a Carlos Velazquez. Cómo olvidar esa pequeña sesión en Morelia cuando Croswhite nos dijo a los becarios que escogiéramos qué leer en la sesión plenaria, cuando presentaríamos nuestros textos ante el resto de los becarios del FONCA. Julieta, Espartaco, Liliana y yo nos retraímos al instante. (Ernesto Murguía, el otro becario, andaba ya lejos del país). Carlos Velazquez con su usual sentimiento profundo por el escenario dio un paso al frente y decidió recibir los tiros por nosotros. Más bien: un fusilamiento.
Ahí escuché entonces, por primera vez, de la Biblia Vaquera. La segunda ocasión fue porque la Biblia Vaquera había ganado un premio de literatura y la tercera cuando Daniel Espartaco me dijo que sí, sí existía en realidad la tan mentada biblia.
Allá pues entonces las ideas de Carlos Velazquez mientras lo leo en el metro, entrando a la estación Popotla.
Conocer la narrativa de Carlos Velazquez es acometer un pasón, una raya, meterse un pericazo. Hay en su obra un gusto por la confusión, por lo estética del caos. Carlos Velazquez gusta de mostrarnos en sus textos, no sólo la historia, sino todo un sinfín de datos, temas, de pintar la narración con mundos que se antojan lejanos, con referencias a rockeros, cambios de sentido. Yelero, escritor, amante de la música. Hay en su narrativa una sencillez no para mostrarse, sino para entender las causas y pasiones más bajas, más naturales. Carlos juega con las palabras, los sentidos, los semas dentro del párrafo. Cito.
"Mi apoderado, pendiente de que tuviéramos un buen cartel, efectista, nos consiguió una
lucha estelar, la última como mosqueteros, pues sabía que debía abandonar la formación
clásica de powertrío: bajo, batería y guitarra, para lanzarme como solista.
Mi primera presentación en apartado fue en el Palacio de los Deportes. El espectador de
lucha no es distinto al cinéfilo o al que asiste al ballet. Están hambrientos por mentarle la
madre al árbitro, por bañar de orines al abanderado. Entonces comencé a sufrir el síndrome
de abstinencia. Era un mano a mano contra el Gran Markus. En la oscuridad de mi vestidor,
poseído y desnudo sacrifiqué un single de Mecano..."
Juego de sentidos hay en el cuento La Biblia Vaquera. La historia es simple hasta cierto punto. Un luchador que hereda la rivalidad de su padre luchador, contra el Santo. Ahora, el hijo tendrá que volverse luchador para enfrentar al Hijo del Santo. Se apoya en su lucha con una Biblia Vaquera y ofrendas a Yemanyá, ofrendas en forma de música. Una historia con un fon tranquilo pero una forma dislocada por los juegos verbales, las referencias extraliterarias, los yuxtaposición de significados.
Entre las múltiples referencias de Carlos Velazquez hay musicales, evangélicas, de picaderos en San Pedro, del desierto y la cultura popular, pop. Lo mismo el Avispón Verde que Mayita, lo mismo los burritos de Don Carlos que los Ángeles negros y Wendolee, la cantante de Torreón de efímera fama en la primera generación de La Academia pueblan los textos de Velazquez.
Siempre lo escucho quejarse de Torreón. En Torreón no pasa nada, Toño Gramos Blues, me dice. El Blues, la nada de Torreón, sin embargo aparecen siempre en sus textos. Un mundo de confusión hay en su escritura. No es fácil adentrarse a los ritmos de Velazquez como no es fácil, al bajar del metro en la estación Hidalgo, encontrar un camino entre la gente, los puestos, el olor de las panaderías. Pero, al igual que en los textos de Carlos Velazquez, hay en esa confusión, en ese eclectismo, un destello de lo bello, lo humano, lo visceral que no podemos dejar de ver como la chica de las nalgas electrizantes que camina frente a uno, o el ciego que va con su bocina cantando una canción de cri-crí.
Juego de lo grupal, reminicencias al todo hay en la obra de Carlos Velazquez. Leerlo es comprender y disfrutar el juego del lenguaje, es atisbar denro del caos, dentro de ese torbellino del lenguaje a esa mujer guapa que está del otro lado del andén y te mira y te guiña un ojo y quedas seducido.

jueves, abril 20, 2006

Costumbre

Me duele, le dijo la mujer al viejo, me duele que ya no esté aquí.
¿Y hace cuánto se fue?
Lo dejé.
¿Y hace cuanto te fuiste?
No hace mucho.
Entonces el viejo inclinó el rostro.
El dolor de la costumbre pasa rápido,
el del amor siempre quema.
¿Y qué sientes?

Ella no le contestó. Eran prisas las
que la ataban, un resquemor apenas
de cenizas en la tarde.

miércoles, abril 19, 2006

Un desahucio cultural

La casa del escritor Dolores Castro, ubicada en la colonia Doctores en el Distrito Federal fue antes, una casa de citas. Llegaban oficinistas, empleados, trabajadores de limpia y más a tocar a las puertas y como en toda casa de citas que se precie de serlo, se les abría las puertas y bienvenida la felicidad. Me cuenta Sonia Silva y Juan Carlos, los directores de la Casa de la Cultura Dolores Castro, que el colmo y el fin de esa época dorada de lenocinio y fiestas fue cuando los vecinos, cansados de que las mujeres salieran casi en cueros a comprarse cigarros y cervezas, mandaron una denuncia anónima a la AFI.
En noche cruel y espantosa, la AFI copó la entrada de la casa y el callejón por donde huían y que daba a la la avenida de Niños Héroes. Para entrar a ese callejón se entraba por una puerta falsa en un muro. Una huída al más puro estilo richeliano. La casa estaba en las condiciones más espantosas posibles y la labor de Sonia y Carlos la convirtió de casa de citas en La Casa del Escritor Dolores Castro. Pintaron adecuador un auditorio, una galeria, los cuartos donde antes fragosas chicas se iban a la batalla del sexo dio paso a habitaciones para hospedar a escritores del resto del país quienes venían al D.F. por cuestiones de promotoría o más.
Martha Chapa, Tierra Adentro, la misma Dolores Castro, fueron parte fundamental para darle a esa casa un valor, un punto de luz en una colonia carente de actividad cultural: la temible colonia Doctores. Talleres, presentaciones de libros, exposiciones, lecturas se dieron cita en la Casa del Escritor bajo la dirección de Sonia Silva y Juan Carlos, quienes ya habían huído de Monterrey por el nulo apoyo de los vecinos del Barrio Antiguo a su original proyecto de difusión de la cultura.
Lo importante no era en sí el hecho de apoyar la cultura. Muchos la apoyan. Lo importante era, es, a mi juicio, que lo hicieran en un sitio donde nadie se metía. Como aquellos primeros evangelizadores que entraban a las selvas brasileñas, la difusión de la cultura debe de salir de los nichos tradicionales. Me comentaban que una autora, al ver la casa cuando estaba en remodelación, canceló su presentación de libro para mejor irse a un sitio con más atractivo.
La cultura cansa cuando es siempre en lo mismo. ¿Cómo quieren llamar la atención si van a donde su pez es como todos los demás peces?
Pero la cultura no vende también. Al menos eso les dijeron a Juan Carlos y Sonia cuando les quitaron la casa y se fue a pique el proyecto de la Casa del Escritor Dolores Castro. La gente no iba, me dicen, veían que era en la colonia Doctores y no iban. Ahora resulta que los libros, si no se presentan en Bellas Artes o en la Condesa, no son libros. Si los autores no van a la Sala Manuel M. Ponce o a Casa Lamm no son autores. Así, la casa se ha ido. El proyecto desapareció ante las redadas de la indiferencia de esa AFI terrible que es el bloff intelectual.
Ahora están preocupados porque, todo lo que invirtieron, no sea utilizado de buenas a primeras, otra vez, por una casa de citas. Sería terrible que, de nuevo, donde había libros y gráfica, donde alguien soñara con escribir, algo, termine de nuevo, no en las chicas que de algo viven, sino en el beneficio de una persona.
Así, la casa de la cultura Dolores Castro ya no existe.
¿Cuántas casas de la Cultura más dejarémos morir?

sábado, abril 15, 2006

Cuestiones de importancia

A la gente debería de importarle más la pirámide en el cerro de La estrella.
A la gente debería de importarle más las marchas en los Estados Unidos por la gente que no quiere ser vista como criminal sólo por el hecho de trabajar.
A la gente debería de importarle más, también, las serias amenazas norteamericanas con bombardeos estratégicos y nucleares contra Irán.
A la gente debería de importarle más la violencia con la que las familias educan a sus hijos;
pero le importan otras cosas.
Le importa que no se cambie el trayecto del viacrucis de Iztapalapa.
Le importan más las marchas en favor de Cuauhtemoc Blanco.
Le importa más el último pleito entre Niurka y Bobby Larios con Cecilia Tijerina.
Le importa más que haya una alberca cercana en estos días de calor.
Y no sé, me digo, si en realidad la guerra y la pareja escándalo importen en verdad.

jueves, abril 13, 2006

Casas históricas

Tehucán, Puebla.

En esta casa vivió el poeta Francisco Ruiz de León, quien escribió el poema épico: México en un laurel.

Me asomo al interior de la casa y es una tienda de venta de helados.

En esta casa vivió el generalísimo y héroe del sitio a la ciudad de Querétaro: don Mariano Escobedo.

Me asomo al interior de la casa y es una tortería.

En esta casa, proveniente de Ecla, estuvo preso don Benito Juárez por las órdenes del tirano y alteza serenísima, Antonio López de Santa Ana.

Me asomo al interio y es un estacionamiento.

¿Es que acaso, en Tehuacán, todas las casas históricas son negocios de vendimia o alquiler?
Atardecer: un rubor en el horizonte.

lunes, abril 10, 2006

Pornografía

Vengo a un café internet.
El hombre a mi lado mira
a la mujer: sus senos,
los muslos, la raya lubricada
del sexo.
Voy a otro café internet.
El muchacho mira la sonrisa
la forma como sale una lengua
briosa
descarnada
los dedos que aprietan
una vulva seca.
Voy a otro café internet.
La misma imagen.

Cuanta soledad hay en los
monitores
cuantas camas vacías
en la noche.

domingo, abril 09, 2006

Una de Cuauhtemoc

Para saber porqué Cuauhtemoc Blanco importa tanto a los mexicanos simplemente hay que remitirse las películas de Pedro Infante. El jugador del América e ídolo de muchos, odiado por otros tantos, es la reencarnación viva del compadrito que sí la hizo, de todo aquel que, aparentemente sin hacerla, la hizo. Cuauhtemoc hace una cuauhtemiña ante el pueblo cada que aparece rodeado de una Galilea Montijo o Liliana Lugo en alguna portada de revistas. Cuauhtemoc Blanco hace una cuauhtemiña cuando se tiende como la vítcima de un proceso maldito para no llevarlo a la selección mayor de Futbol.
¿Por qué Cuauhtemoc Blanco es el ídolo de las multitudes? Por que sabe mover la fibra del pueblo, esa masa amplia donde las ideologías se pierden y sólo queda lo básico: tener mucho dinero, ser gran futbolista y salir rodeado por mujerzotas, estilo las que pueblan los Sensacionales de Mercado o el Así soy y qué. Para el jugador del América, es como un metáfora el decir: "Es que éra bien cabrón". Mueve con esa frase muchas fibras de todos los que han o hemos sido unos bien cabrones. Logra empatía.
Su cualidad como jugador, sus cambios de juego, la forma como se ha trepado a muchas bicicletas para meter goles, sus celebraciones de perritos o de águilas calvas, son parte del personaje: un gran jugador de futbol, un tipo extraído de los barrios bajos (Pepe el Toro tendría problemas frente a él, Cantinflas no, él pertenece a otro panteón): un personaje que es del pueblo. Y al pueblo, a los medios, eso es lo que llama.
Llega un momento en el que, óbice de todos los momentos, Cuauhtemoc ha dejado de ser sólo un jugador de futbol para convertirse en nuestro pípila, en el sacrificado, también en aquel que a pesar de llevar el anillo durante una larga travesía por la Tierra Media, habrá de fracasar ante la fuerza de los otros. Cuauhtemoc Blanco es ya un héroe, el martir que toda selección necesita para justificar sus fracasos o no. No debería Cuau de estar triste en estos momentos. Si la selección mexicana fracasa en el Mundial de Alemania (Y fracasará, porque lo dicta la historia, porque hay panes que se inflan mucho y luego se caen, con Cuauhtemocs o no en los ingredientes), el jugador de América será ese hubiera que tanto nos gusta como ruta alterna a los mexicanos. Ese hubiera que ha sido ya Colosio, muerto en Lomas Taurinas. Ese hubiera que habría sido el poeta José Carlos Becerra o el narrador Parménides García Saldaña si no se hubieran muerto tan pronto. Ese hubiera que es Rockdrigo al morir en los temblores de 1985.
Ese hubiera que todos somos siempre.
No, Cuau, cariñosamente te escribo, no deberías de estar triste ni enojado. Como personaje ya cumpliste bien tu primer función: lograr empatía con la masa. Acabas de ser, ante los ojos de todos, enjuicido y mal enjuiciado. Y, espérate, en tres meses la frase más sonada será: si hubiera ido Cuauhtemoc Blanco habríamos pasado. Para entonces tú ya serás otro santo más en nuestra larga lista de los personajes del hubieras, los verdaderamente capacitados para cambiar el destino de lo que nunca cambiará.

sábado, abril 08, 2006

Creación dirigida

Una vez que llega la historia es imposible zafarte de ella. Eso me digo mientras vengo en el metro, camino a casa. Pienso en los personajes de mi novela: ese niño que odia a su padre porque éste canta en los funerales. Cuando bajo en el metro Insurgentes, tengo una certeza: no funciona cierta parte en la anécdota. Tan sólo un día atrás estaba seguro que ése era el leitmotiv del personaje, ya en otra parte de la historia. Ahora, mientras subía las escaleras sabía que "no era así".
Hay que tener los ojos bien abiertos para saber que "no es así" algo que consideramos una verdad absoluta. Sucede entonces que los mismos personajes no se sienten así mismos, no son ellos con las capas o dudas que uno les impone. Hay en toda obra literaria unidad orgánica, verosimilitud de la acción. Recuerdo ahorita un final absurdo en un cuento de Carver. Un fotógrafo sin manos pida trabajo a un hombre. Le vende fotos. El hombre acepta el trabajo y el que no tiene manos le toma fotos al hombre en su casa, en la cocina, en el techo. Al final, el homber le pide que fotografíe el arco que forma una piedra al ser lanzada desde lo alto.
Todo en el cuento encaminaba a ese final. Por eso, ahora que pienso en que no es verosímil que mi personaje cante a los muertos por el motivo que tengo en mente, me digo que es una farsa. Uno tiene, como autor, qué escuchar a sus personajes, saber qué nos dicen. No somos nosotros quienes los creamos; ellos nos crean al momento de salir de la pluma, dirigen nuestra ficción. No somos autores en realidad, somos oídores, como una repetidora de un canal que, desde una capital lejana, vomita un programa, un show de deportes o una telenovela.

Curiosidades

Me pregunto entonces: ¿de dónde nace la curiosidad en ese hombre que, al pasar un vendedor de llaveros con lámparitas, decide, sonrisa al frente, alzar la mano en el vagón caluroso, polvoriento, para comprarse un llavero? Y el hombre paga con un billete, sonríe a quién sabe quién, toma su llavero y por un momento, como si quisiera contener el instante, el hálito de lo mágico, alguna certeza, enciende la lamparita. La luz ínfima, delgada como varios cabellos, le pega en el rostro. ¿Es la curiosidad la luz en el hombre o es la voz que antes gritaba: llavero con lámpara, cinco pesos, llévese sus llaveros con lámpara por cinco pesos. Qué simpleza de espíritu el de ese hombre que, por un momento, cifró en una lucecita de cinco pesos una sonrisa en la tarde.

miércoles, abril 05, 2006

Antigûedad

Desde el pasado sale a la luz pública un juego de mesa egipcio. Junto al juego encontraron los especialistas un juego de vasos canopos, especie de urnas funerarias donde se guardaban las visceras del muerto. La tumba pertenece a una pareja de nobles. En un vaso de cerámica se escribió el nombre de la esposa: Khay, junto a una oración de súplica dedica al dios Hapy. Pienso entonces, me digo entonces, cómo habría sido ese dolor del hombre, ese dolor de la mujer al saber próxima la muerte. Me pregunto si hubo amor al escribir la palabra Khay, si esos vasos canopos se llenaron con el espíritu de la mujer. Y pienso también en tí, en tu nombre, en mis manos llenas de tu cuerpo, en mis manos ahítas con tu aliento, tu saliva. ¿Escribirás mi nombre en una vaso de cerámica, cuando muera?

sábado, abril 01, 2006

In memoriam

—Se murió Salvador Elizondo —me dicen.
—También Stanislaw Lem.
—Cada día los mejores se nos van.
—Y quedamos nosotros... chale, ya me deprimí.
—Son zapatos muy grandes para llenar, zapatos que se tardan en llenar, treinta, cuarenta años.
—Quién sabe si nos alcance la vida para tanto.
—Quién sabe si tendremos zapatos mañana.

Salvador Elizondo acaba de irse, pero por su escritura, es decir por la sutil grafia de un gran espíritu fino por bien afilado, permanece y perdurará. Y gracias a esa escritura, el espíritu de Salvador Elizondo está y estará contemplado y pensando y mentalmente escribiendo el mundo desde su mirador: su veranda, y desde sus páginas y para nuestra agradecida lectura.

José de la Colina, extracto del texto leído por el autor en el homenaje
de cuerpo presente que se le rindió a Salvador Elizondo en el Palacio
de Bellas Artes.
Yo lo siento con mucha claridad: cada vez sé mejor que cada vez ignoro más.
Stanislaw Lem