viernes, julio 27, 2007

Paso tanto tiempo en esta casa
convivo siempre con la misma gente
y vuelvo a pasar tiempo en esta casa.
A veces, creo,
algo o alguien
me dice.
¡Vive!
¡Vive!
¡Vive!

lunes, julio 23, 2007

Ayer domingo llovía por la tarde. El aire se hallaba frío, en la calle semivacía sólo asomaba un viejo afuera de su edificio. Era una lluvia menuda, delgada, poco insistente y sólo miraba cómo se adhería a los coches y al pavimento, como si de pronto los coches y el pavimento, en realidad, se estuvieran despelando. Y todo eso lo miraba desde la puerta de mi edificio. O trabajaba en casa y le acababa de preparar un té de mango con naranja, uno de esos tes listos para hacer y Mía estaba escondida bajo la cama después de su operación y Nadja intentaba darse calor bajo el sillón. Y entonces pensé que ese momento, era un momento cinematográfico o un momento carveriano, donde el personaje principal descubre, en esa aparente normalidad, cierta belleza que sólo le es digno revelar ante él.
Y miré, miré la calle, la luz difusa, la lluvia, olí el té de mango con naranja, sentí los puntos meltiolatados en el vientre de Mía y me lancé a la lluvia a comprar algo. No supe qué, pero sentí que por un momento, en esa compra, estaba la cereza de ese momento que intuí mío, digno de ser revelado sólo a mí. Y avancé cruzado de brazos a causa del frío y al llegar a la tienda vacilé entre los estantes.
Y lo compré.
Era, definitivamente, la cosa más maravillosa para una tarde como esa.

sábado, julio 21, 2007

Tú eres Pedro

De niño, me gustaba mucho conocer las historias bíblicas. Sobre todo, todo aquello que no estaba dentro de los límites duros e irreprochables de la biblia, sino con esta historia secreta, pagana, herética. Sobre todo, me gustaba la vida de Pedro, no el Pedro santificado por la iglesia, sino aquél hombre sencillo, o que intuía sencillo, a quien de la nada (o más bien por muchas cosas), le cayó una gran responsabilidad para salvar vidas.
Sí, yo era fan de Pedro.
Tal vez por eso su muerte me parecía insólita, mística, ejemplar. Como saben, Pedro murió en la cruz, pero con la cruz invertida, porque no merecía morir como su señor.
A veces imaginaba a Pedro con el pelo hacia el suelo, con todo el peso del cuerpo sobre los hombros, sosteníendose peligrosamente mientras esperaba la muerte.
Más tarde leí las palabras proféticas de Jesús para él: "cuando eras joven, te ceñías, e ibas a donde querías; mas cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras."
Así le pasó a Pedro.
Pero, guardando toda distancia entre este hombre (personaje, realidad, apostol, pescador), siempre que leo esta sentencia en la biblia, no pienso en lo lejanas que son, en el momento en el que fueron dichas o grabadas, sino pienso en mi pequeña vida y la veracidad de ellas. Ahora soy joven. Voy a donde quiero. Como donde quiero.Tengo mis amigos, la gente que me detesta; pero, ¿quién sabe qué seré de viejo? ¿quién sabe quién me aguantará con mi senecetud? ¿quién blasfemará de mi vejez porque es cansado cuidarme, mimarme, atenderme? ¿quién me acompañará en aquella soledad, en ese llorar y crujir de dientes silencioso?
Y entonces me digo, a pesar de mi a veces optimismo irracional, que ojalá cuando este viejo, cuando sea aborrecido por mi vejez, tenga alguien el cariño para no llevarme a donde quieren, para no ceñirme con lo que no quiera, para al menos, mucho o poco, me permita no convertirme en Pedro.

jueves, julio 19, 2007

La reina del regeton

Curva con Recta tiene, por estas semanas, su gran concurso para sacar a la nueva reina del regetón. El programa tiene éxito. De todas las colonias bravas, de las orillas de la ciudad, de los regios que no están contemplados en el FORUM de las Culturas, han llegado más de trescientas jovencitas para disputar tan honroso premio. Las eliminatorias no son nada complicadas. En tandas de seis u ocho participantes, las chicas exhiben lo mejor de sus quiebres fantásticos de caderas y el sangoloteo impudoroso pero cachondón. Se mueven como bailarinas exóticas, quiebran las miradas de quienes intentan seguir el rápido movimiento de sus caderas. Son muchas: todas con shorcitos, todas con los cabellos oxigenados, cargadas de aretes, con tops que aprietan más lo que deberían.
Las cámaras toman el subir y bajar de las nalgas, el movimiento de las piernas separadas, los labios que se aprietan para mandar besos mientras un jurado (nadie sabe cómo es que llegaron a ser jurados) las califica en cuestión de segundos. También mandan saludos. Saludos a la Fome, saludos a la Niño Artillero, saludos a la raza de Escobedo, a la clica de Tres Caminos, a la banda felona de Unidad Piloto. Curva con Recta muestra a ese Monterrey oscuro, a los de Garralupe, a ese Monterrey que atiborra las periféricas, que come en el pollo Jon, que echa la casa por la ventana en quinceñeras de mal gusto, en pasteles inesperados, en los regios que sólo se ponen traje para una evento inesperado y se les nota que el traje les incomoda, los sofoca, los hace sentir ridículos: un Monterrey silvestre acaso, dulcemente silvestre.
Lo que llama la atención es la edad tan variopinta de las concursantes. Algunas son tan jóvenes que su cuerpo todavía parece el de una niña, en cambio otras se ven de carnes excedidas, seguro con cesáreas tímidas bajo la ropa apretada. Este concurso le da voz a ese Monterrey que grita, que tiende a estar escondido, a vivir en la periferia. Y mientras escribo esto veo el programa sin saber qué ven los jueces para descartar a ganadoras potenciales, para darles sitio en las finales a flacas.
"Mamá chula, chula, tú eres la que me da la cura y me iré a Tapachula", dice la letra de una de las canciones que salen en el programa. Mientras las chicas siguen bailando: se agitan mientras sus rostros intentan simular placer, orgasmos, mientras sus rostros toman gestos de "ven, tómame, mírame, deséame". No sólo lo dicen ellos: es todo un Monterrey que dice: veanme, mírenme, deséenme.
Antes de que termine este post lo diré: ya tengo mi favorita para ser la reina del regetón.

miércoles, julio 18, 2007

La noveldad

La "novedad" en la literatura siempre ha provocado excelentes experimentos narrativos y también, poéticos: elaboradas estructuras, juegos en cambios verbales, encabalgamientos refinados, ausencia de metros y rimas. En suma, la búsqueda de la "novedad" en la literatura siempre ha dado plusvalías insospechadas. Sin embargo, reducir la literatura o la escritura o el alma, si es que la literatura tiene un alma, -yo creo que sí-, a un simple ejercicio de novedad es también obligarla a andar siempre con poses de restiramiento quirúrgico, como esas señoras viejas que intentan verse jóvenes a la fuerza.
La escritura precisa de moldes inesperados para cada autor, pero no es sólo la novedad en cuanto a estructuras lo que hace a un escritor permanecer en el marco de sus contemporáneos: sino su visión del mundo (hecho harto dicho e incluso lugar común, pero no por ello poco verídico). La novedad es también, incluso, un aspecto de eyaculación juvenil, de "noveldad", cosa de muchachos. Antes de los treinta años todos queremos cambiar la faz de la literatura, escribir como nadie más lo ha hecho y una larga serie de bla, bla, bla. El intento es loable, la crítica sistemática de todo lo que no es novedad, creo, sí. Insisto, antes de los treinta (o de los cuarenta o de los cincuenta, ¿todo depende de a qué edad nos demos cuenta en realidad del yugo terrible que pesa sobre cada escritor), todos queemos cambiar la faz de la literatura. Después, miramos a los lados, nos distraemos, conjeturamos otras salidas, vemos otro tipo de gentes y de literatura. Es entonces, cuando dejaremos de cambiar el destino de la literatura y cuando, mansamente, entonces, la literatura (la escritura) empezará a dejar su sello sobre nosotros, a darnos, con sus viejas herramientas, la novedad que siempre buscamos. Y nunca, creo, si el ejercicio sale bien o es bien encauzado, esa novedad se verá reflejada en los textos, sino en la vida propia, íntima, violenta o desahuiciada que tengamos.

jueves, julio 12, 2007

De César Silva Andrade

Poeta ecuatoriano, vivió como poeta, murió como poeta. Ofrezco este pequeño fragmento de su obra.

¡Esta es la comarca soñada por los malechores blancos!
¡Mi corazón presintió sus navíos, como cáscaras
roídas por los vagabundos del Océano!
¡Pájaros de las grandes aguas, sobre maderos perdidos,
flotando a la deriva de la sabiduría,
sobre cruces y cortezas vinieron!
¡Por el mar que se nutre de hojas transparente
y profundos pastos atados a las heces del abismo!
¡En medio del maizal, temblé al oírlos reír en la lejanía del aire!
¡venían fibrosos de sed y de lujuria!
¡Tenían dentera de hambre,
mandíbulas para las hazañas,
testiculos de machos cabríos para penetrar selvas vírgenes
y cambiar los ojos de las mujeres por gemas agonizantes!

Tomado de Catedral salvaje

Acerca de la teoría

Imagino que el matrimonio no tiene qué ver con el día de la boda, sino con lo otro, con las revisiones. Igual que en los cuentos, imagino, el matrimonio precisa de posteriores revisiones, de cambios inesperados en la tension, adjetivos puntuales, cortes de historia, gozosos momentos de inspiración, pero también ese hartazgo momentáneo del cuento trabado, confuso en anécdota y metáforas para luego encontrar de nuevo su lanza, su flecha dorada que termina por dar en el blanco. Imagino que es ese goce, pero también, como el cuento, la fidelidad a un personaje que se nos entraña como un buen golpe o una sutil caricia. Espero que eso sea: hay muchas cosas fallidas en la literatura y en la vida: pero creo, cuando se intenta comprender la vida del otro, para amarlo o para describirlo, es cuando, sí, la inspiración está rutilante y gozosa en la pluma y en los labios.

lunes, julio 09, 2007

Hoy me acordé de Anarik. Era una muchacha de tez blanca, pelo rubio y manejaba un coche deportivo del año del caldo. Anarik estudiaba en Ciencias de la Comunicación y nunca supe si yo era o no era su amigo. Alguna vez la ayudé y después ella me pidió ayuda para escribir unas cartas de feliz navidad. Yo esperé la mía pero nunca llegó.
Me caía muy bien Anarik. Era una época donde yo no sabía quién era yo, así que andaba buscando mi reflejo en muchas personas. Me gustaba cómo sonaba ese nombre: Anarik. Ahora no sé qué se habrá hecho, pero me acordé fugazmente de ella mientras intentaba cruzar la calle de Sullivan. Y pensé por un momento en tanta gente que deja uno de lado, imposible por seguirle el paso. Me acordé de Alfonso, de Nora, de Mayra, de José Luis, del otro José Luis, de una chica que era burócrata, de un pastor de una iglesia de quien me hice amigo durante un viaje. Tanta gente que deja uno sólo para quedarse con los imprescindibles.

sábado, julio 07, 2007

A propósito del post anterior, recuerdo que alguien me dijo que el optimismo es un rasgo de debilidad. Me dicen que, lo de hoy, es hablar del fin del mundo, de las corrupción de las cosas, del siempre nuevo ostracismo de la bondad. Me dicen que lo de hoy, es rasgarse las vestiduras y palpar en el aire la llegada de los cuatro jinetes del apocalipsis y contemplar cómo el hombre se destruye, como la hipocrecía no cambia y no sé qué más desgracias cotidianas. Ser pesimista es lo de hoy, es lo in, lo que nunca pasará de moda. Yo escucho eso con cierta solemnidad. Y no sé porqué, pienso entonces en los poetas parnasianos. Qué buenos eran los poetas parnasianos. Deberíamos de leerlos un poco más, a menudo.
Hoy venía contento el metro. Contento porque tengo 30 años, contento porque doy clases para adultos, ligeramente feliz por mi vida. Luego, en el vagón apareció un olor, ácido, penetrante. No tardé en notar de dónde venía. Era un hombre, maduro, astroso, que caminaba con paso tambaleante. Llevaba el pelo corto, casi al rape. Su saco estaba roto. El rostro de la gente cambiaba ante la proximidad del mendigo. Luego el tren llegó a la estación y el hombre bajó. Lo vi cuando el tren reiniciaba la marcha, quedándose como un bote varado. Intento ser un hombre práctico, pero sólo pude pedir, en una breve oración por él, porque le fuera bien, por que tal vez, alguien le diera unas monedas que yo no le di.

viernes, julio 06, 2007

Al

No recuerdo sus nombres pero se presentaron conmigo el pasado mes de mayo, en el sala del Palacio de correos en Monterrey. Eran tres hombres y habían ido a la presentación de mi libro, invitados ya no recuerdo por quién. Pero se presentaron con mucha seguridad y me invitaron a su taller de cuento en el restaurante Al, en la calzada Madero. Los oía hablar sobre sus cuentos con algo de prisa, porque algunos familiares se iban y otros llegaban y si bien del otro lado de la sala mis amigos bebían y comían, yo estaba con estos tres escritores adultos. "Venga, ande, venga al taller, será un gusto que vaya un día de estos". Me excusé alegando obvias razones de residencia, pero al final uno de ellos me entregó sus cuentos, eran apenas copias, de hojas escritas a máquina, como esos libros que venden a veces nóveles escritores en la plaza de Coyoacán.
La dedicatoria dice:
"Vayan estos poemas para Antonio Ramos con especial afecto del autor Martín Bermejo, 'El rey de los vagabundos'.
Guardé las copias y hoy que escombro en mis papeles aparecen con su radiante felicidad. Hay también un teléfono. En mi próxima visita a Monterrey les hablaré, no sé por qué, pero les hablaré. Descubro, al final, un poema a Monterrey. Es escueto y no emitiré juicio sobre él. Lo transcribo como un pequeño gesto de gratitud por esa invitación.
"La ciudad llora conmigo
la ciudad goza conmigo
la ciudad es lluvia de todos los mundos
y estas calles y avenidas de Monterrey
-acuíferas en personajes y sucesos-
son un constante peregrinar de mis sentidos."
Salud.

lunes, julio 02, 2007

En algún momento me parece absurdo contar las cuartillas que he escrito. ¿Vale la pena decir un número: 100, 200, 300 o 500 cuartillas escritas hasta los 30 años? ¿Ahí reside algo digno? Esto pienso al ver las doscientas cuartillas de mi novela de las batallas. Puro papel. Ojalá tambien tenga mis obsesiones.

domingo, julio 01, 2007

Todo por ti: Melani

La señora está con sus dos hijas en la fila del cajero del Waldos. La señora lleva cuatro yogurts en la mano. Chaparra, con un vientre voluminoso y una mirada de quien lo ha perdido todo, la mujer aguarda justo tras de mí. Sus hijas juegan con una guitarra de plástico y la más pequeña mueve paquetes de dulces de sus lugares.
-deja en paz eso, Estéfani -grita la mujer ante la indiferencia de la niña mayor.
-Melani, ya deja de joder o te voy a dar de golpes.
Y la niña pequeña no dice nada, ignora el regaño.
Qué ganas de golpear a esta niña, dice entre dientes la mujer.
Yo imagino a la mujer cuando tuvo a las pequeñas e imagino que tal vez, viendo su futuro, deseó algo mejor para ellas y al desearlo pensó en los nombres, nombres bonitos, nombres que no significaran tal vez la derrota o un estado de pobreza. Y les puso Estéfani a una, Mélani a la otra y me pregunto si en sus actas de nacimiento los nombres están bien escritos cuando la mujer, en un ataque de furia, toma a la más pequeña -Melani- de los cabellos de la frente y la jala hacia el piso, lanzándola contra el suelo.
La niña llora, suelta un berrido y todos en la fila nos conmocionamos lentamente por la violencia, pero todos nos callamos, no sea que tambien seamos de alguna manera Melanis o Estéfanis.
-Ya oiste, Estéfani -dice la mujer a la niña mayor- si lo rompen hay que pagarlo, por algo les digo.
En tanto nosotros pagamos nuestras chucherías y nos vamos. Mélani y Estéfani se quedan con su madre: se quedan con sus nombres pomposos, otras Melanis y Estéfanis que tal vez, nunca serán.

Harem out

Enfrente del Celtics, en la Condesa, hay un antro-disco-bar, que se llama Harem. ¿Qué de bueno hay en el Harem para que se llene los fines de semana? ¿Será el trato nefasto que dan los trogloditas en la entrada? ¿Será el 20% de propina que se cobran a lo chino por el servicio? ¿Será la cuenta de 800 pesos por cuatro vodkas, tres cervezas y un tequila? ¿O será el gusto de estar en un antro de moda donde gastarse la quicena para después presumir durante 15 días que estuviste en el Harem?
No, no es nada de eso: es la ignorancia lo mejor del harem: la ignoracia de cualquier noctámbulo que no sabe que, en la Condesa, sin duda, hay mejores lugares que éste.