martes, noviembre 29, 2005

Dicen...

Sale hoy en el diario Reforma que Madrazo compró otro departamento lujoso, ahora en Santa Fe. Sale hoy en el diario Reforma que ciertos grupúsculos que otorgan el Premio Juan Rulfo de Guadalajara odian la memoria de Juan Rulfo y premian a autores que atacan esa memoria. Sale hoy en el diario Reforma que la familia de Israel, pareja de baile de Alesandra Rosaldo en el programa de Bailando por un sueño, se gastó más de ochenta mil pesos en llamadas para que el muchacho ganara el concurso y con ello, el sueño de operar de la vista a su abuelita.
A todo esto.
Dice Madrazo que está acostumbrado a que en tiempos de campaña le saquen sus trapitos al sol. Dice Clara Aparicio que se siente relegada porque desde la premiación de Augusto Monterroso la gente de la FIL la relegó. Dicen los doctores que la operación de la abuelita costaría, a lo mucho, cincuenta mil pesos.
Y mientras recibo una carta para firmar por el abuso en el despido del poeta José Ángel Leyva por la ignorancia de la secretaria de Cultura del D.F.: Raquel Sosa.
Este es un mundo impío.
Me pregunto entonces, porqué nadie manda cadenas o cartas para ayudar a la asamblea de los 400 pueblos a que vuelvan a sus tierras a sembrarlas. Pero no. Nadie manda porque no es in quejarse sobre los 400 pueblos. Es in quejarse de la secretaria de cultura y del poeta al que meten en la cárcel por escribir sobre un poema.
Mientras, que nos siga robando Madrazo, que sigan los grupúsculos con su poder y sigan llamando los votantes, gastándose cantidades estratosféricas para que alguien (bendito sueño) le quite las cataratas a su abuela. Mientras que los 400 pueblos sigan quedándose en calzones en las banquetas de Reforma, Insurgentes y General Prim. Mientras, sólo por siempre, que sigan las mujeres de los hombres de los 400 pueblos desnudándose y poniéndose como antiguas víctimas, sobre los escalones del monumento a Cuauhtemoc: desnudas, gordas, sus cabellos canos, cada una con una letra pintada en medio de los senos grandes y caídos. Una letras mas otra hasta formar una palabra: Respuesta.

viernes, noviembre 25, 2005

El blues del gato

Tengo en mi casa un pequeño libro: el blues del gato. Es una edición del Consejo para la Cultura de Nuevo León con la editorial Verdehalago. Su autor es Andrés Montes de Oca.
Durante mucho tiempo Andrés Montes de Oca fue el gran organizador de los talleres literarios en Monterrey. Por su grupo, Gatos de Azotea, desfilaron tantos y tantos que en mayor o menor medida siguen siendo parte del proceso creativo. Tenían, imagino, sus códigos, enojos, y demás pero el único que siempre me atrajo fue que, en cada aniversario luctuoso de Pedro Garfías, Andrés iba con sus talleristas a la tumba del poeta español y le dedicaban una lectura de poesía que en algo calentaban los huesos del poeta.
Poco lo conocí, pero no olvido la noche que presentó su libro en la Capilla Alfonsina de la Universidad. El lugar estaba a reventar y entre Vicente, Manuel, Socorro y yo estábamos al tanto de la organización de ese evento. Todo salió excelente e incluso Andrés se puso una máscara (le encantaba la lucha libre) y actuó algo de su show de El rufles vuelve. Al final agradeció a todo mundo su presencia y a la gente del conarte la publicación del libro y al Centro de Escritores de Nuevo León porque nunca le dieron la beca en poesía.
Hoy a muerto Andrés Montes de Oca Leal. Me entero por la prensa. Me da tristeza porque un mundo donde muere alguien que escribe poesía, pierde mucho. Me da tristeza por los amigos compartidos que hoy lamentan su partida pero espero que sigan las lecturas visitando los panteones. Es la mejor manera de recordar a nuestros poetas y su poesía.
Se escucha la triste canción del gato
su espectro se refleja en el agua que
pasa bajo el puente...
Andrés Montes de Oca
Blues del gato.

jueves, noviembre 24, 2005

Ciudades

-Como tengo ganas -dijo y apuró un trago a la cerveza y se puso de pie. Fui tras él. Desde la ventana se veía la noche y abajo los cafetales era como la borla oscurecida de negros borregos trasquilados.
Dio una fumada y le pregunté.
-¿De qué tienes ganas?
Marcelo volvió el rostro a la habitación. En la mesa quedaba una botella a medio tomar, unos platos con restos de comida, dos catres donde íbamos a dormir y una luz blanca lanzaba sombras en todas direcciones.
-Tengo ganas de ver ciudades rojas -dijo y el desierto que se tiende sobre ellas y las borra.
Vi otra vez el campo pero ya no había cafetales sino una desierto rojo que avanzaba sobre muros de barro, sobre cúpulas que se desmoronaban al paso del viento.

lunes, noviembre 21, 2005

A veces cierro los ojos y al instante todo se despeja. Es tan solo un breve momento donde las cosas se ordenan en el silencio y siento que pierdo la proporción con lo que me rodea; y solo vale esa sensación primordial del pensamiento. Y el pensamiento, la idea, punza como un puñal nuevo, pero también se extiende, como el velo que cubre el rostro de una bailarina. Asi, a veces pienso con los ojos cerrados y la razón incendia desde su origen de llama para ver en sí, el verdadero valor o no de las cosas. La medida exacta de la escritura, la literatura, las caricias, la importancia de la familia y el poder adquisitivo quedan al fondo, con lo inanimado y en el silencio. No hay rumor. No hay ruido. Es un breve instante donde todo es oscuridad y silencio. Es un breve instante donde, aunque soy, estoy muerto.

viernes, noviembre 18, 2005

¿A ver? ¡Repítelo otra vez!

El lenguaje también es juego...

Una cabra ética palética,
palán palamética,
tuvo sus cabritos éticos
paléticos, palán palaméticos.
Si la cabra no hubiera sido éticapalética,
palán palamética, sus cabritos no hubieran
sido éticos paléticos, palán palaméticos.

Otro...

Chango chino chiflado,
que chiflas a tu china changa,
ya no chifles a tu china changa,
chango chino chiflado.

Otro....

Cuando cuentes cuentos
cuenta cuentos cuentos cuentas
cuenta cuantos cuentos cuentas
cuando cuentes cuentos

martes, noviembre 15, 2005

La clica regiomontana

Los jóvenes escriben. Escribimos. En Monterrey hay personas que escriben. En este momento artículos, poemas, estructuras narrativas y más son pensadas. Existe aglutinamiento y diáspora en la gente que escribe. De Monterrey se van. A Monterrey llegan. Algo, un coto, un código compartido o no permea en las plumas regiomontanas. ¿Existe acaso un mapa literario regiomontano? ¿Existe también un gremio de escritores en Monterrey? ¿Quiénes lo conforman? Hay generaciones. Tatarabuelos como Alfonso Reyes, José Alvarado, Felipe Guerra Castro. Un gran padre universal como Fray Servando Teresa de Mier que antes de morir obligó a todo el aparato presidencial deVicente Guerrero, a asistir a una misa.
Abuelos, tatarabuelos, sin embargo son olvidados. Se acuerdan tan solo de sus viejos consejos sobre evitar ripios, cuidar una prosa pulcra, omitir rimas internas cuando hay mucho más. ¿Existe una república de las letras en el país? Sí. Ya Ricardo Chávez Castañeda y Celso Santajulia han hablado de ella hasta el cansancio en sus dos libros de "La generación de los enterradores". En su libro hablan de Jorge Volpi como el nuevo príncipe de la república y a Fuentes como el moribundo senescal que no llegó a ser rey porque antes, a la par de él, estuvo alguien como Octavio Paz.
A la república la hacen sus individuos, sus maras, sus clicas, las familias. La historia de la república se da no sólo por los libros sino también por sus confrontaciones. Cómo olvidar las ocurrencias de Monsivais, palabras en boca de Paz o tantas otras. Solo, recientemente, en Letras Libres asistimos a una pequeña escaramuza entre Rafael Lemus contra todo lo que huela a norte y su respectiva contestación de Eduardo Antonio Parra. Escaramuza más confrontación menos, es parte de la república.
Pero... ¿qué aporta Monterrey y el ente nuevoleonés a la república de las Letras? Como en los viejos reinos italianos del siglo XV, aporta una familia, un lugar de combate. Aporta pandilleros de la palabra, mesurados alquimistas de la palabra, imaginistas de primer orden como hay en toda familia. Ese tío sabio, ese tío ebrio, ese primo que es campeón de baloncesto en la escuela. Monterrey aporta una clica, una legión furiosa o no, pasiva a veces, avergonzada ante la clica coahuilense que tiene desde Torri a Herbert mucho qué dar.
Las clicas, bien se sabe, se forman por una familia consanguinea y no. Tiene sus reglas de aceptación, sus iniciados, sus códigos secretos. Antes que nada: odia al centro. Ve con recelo a todo lo que huela al d.f. pero sabes que tendrá que llegar un día algo del d.f. Una publicación, un premio. Habla del norte porque en el norte estamos o al menos pon a tus personajes aquí. Como en toda clica, con que se acepte la primer postura basta.
Y cada clica tiene sus líderes, sus grupos, sus generaciones. Desde Jorge Cantú de la Garza, uno de esos abuelos hasta Adelaida Caballero, la clica vive sus puntos de desbancamiento, sus luchas internas que no se ven hacia el exterior pero existen. A nadie le interesa la clica pero todos estàn al pendiente de qué ocurre en ella. Se tiene la obligación de enseñar a los más jóvenes. Los más jóvenes tienen la obligación de reverenciar a sus maestros. Patricia Laurent, Dulce María González, Hector Alvarado, Hugo Valdés, David Toscana, Joaquín Hurtado, Eduardo Parra, Felipe Montes, sólo por mencionar algunos, son los maestros. Los vatos más pesados de la clica. Los que ya llevan lona recorrida y se han dado sus madrazos contra otros.
Pero no olvidemos. Hay familia y tíos y tías que usan la palabra, sobrinos que no quieren llevar el apellido, un grupo que siempre anda armando pleito, otro que es pasivo, dementes y cuerdos. Tenemos primos mayores como Ofelia Pérez Sepúlveda, José Eugenio Sánchez y también carnales que vienen naciendo apenas y que están en talleres con maestros desconocidos o apenas empiezan a escribir. Es una unidad la clica regiomontana que escribe y escribe. Como en todos, hay algunos que siempre hacen un frente y van al frente y se dan con botellazos contra los otros y también, porqué no, hay riñas internas que se subsanan o miembros de la clica que un tiempo jalaron parejo pero ahora andan en sus rollos. Pero en el fondo hay una sensación de pertenencia, de que todos tiene el mismo tatuaje de la palabra en la piel.
Así avanzan. Así retroceden y así, a veces, simplemente no se mueven. Es la clica que a veces está en la abulia y a veces sale a recorrer otros terrenos y defender lo suyo sea forums de la cultura, encuentros de escritores o becas de fondos estatales. Una cosa es como peleen, como esgriman la palabra o tomen bloques de adjetivos para desmadrar otras prosas. La clica regiomontana se mueve a sus anchas. Todos son y no son miembros de ellas. Son adoptados aunque no lo quieran.
Y son tan solo una parte, una familia con sus abuelos, tíos y pandillas feroces que nutren a la república de las letras.
Y escriben. Bien, mal, medianamente, no importa, escriben. Y eso, siempre es bienvenido.

lunes, noviembre 14, 2005

Pequeño acto de amor

Ella y yo. Nos asustan los bichos. Anoche apareció uno, inmenso, a un lado de la cama. Ella saltó. Yo veía al insecto gordo y negro, anchas sus patas, duro y brillante su caparazón. Sus antenas brincaban en el aire. Sus alas, cuando las extendía sonaban como vidrios que chocan unos contra otros. Ella gritó y yo tenía mucho miedo. Insectos, son la peor cosa el mundo. Pero, yo amo a mi mujer. Así que de un salto salí a la cocina. Tomé un vaso de plástico y volví. Temía que el insecto saltara de un momento a otro, o volara o se me subiera a la camisa. Imaginaba sus patas adherirse, duras y puntiagudas a mi ropa. Me acerqué cuanto pude. El insecto agitó las alas y ¡zas!, lo capturé. se movió, quiso alzar el vuelo, chocó contra las paredes de plástico del vaso. Ella me miró, entre asustada y orgullosa. Salí con la bestia que se movía con violencia dentro del vaso y lo solté en el jardín. Tan simple que es el amor, pensé, cuando volví a casa y la mire sonriente, feliz y preguntándome qué había pasado con el animal. Acabé con él, dije orgulloso, sin contarle de mi miedo. Tan simple que es el amor, como sacar un insecto y darle a ella otra vez, la satisfacción de la tranquilidad.

jueves, noviembre 10, 2005

XXVIII

Aqui y ahora
ven
y lameme
y aprieta
mis tobillos
y hunde tu
lengua en mi
oído
Aqui y ahora
ven
y desviste
mis párpados
sujeta mis labios
encadena
mis palabras
que van a ti
Hoy no quiero
saber nada de
la muerte.

Las nuevas revoluciones

Paris está en llamas. Paris ha dejado de estar en llamas. Todas las noches desde hace doce días, un grupo de jóvenes, oscura la piel, cansado el espíritu de ser perseguido, salen a las calles de la ciudad e incendian coches, escuelas, camiones repartidores. Aquello es una danza del odio que se expresa solo mediante el fuego. Tal vez porque el fuego lo purifica todo y ellos necesitan purificar el aire de tanto racismo y pocas oportunidades. "Nosotros no nos hemos ganado el derecho de ser llamados franceses", dice uno de los incendiarios. "Para nosotros no hay trabajo ni esperanza".
Eso dice el joven de la piel oscura, como agua que ha bebido mucho lodo.
Las revueltas siguen. El fuego hermana los hierros, el cuero de los asientos, invade las instalaciones eléctricas, repta y lame las columnas, cae hambriento sobre los techos de las escuelas, se revuelca sobre los tableros de los coches y salta, purificador, hacia la calle. El fuego huele a rencor. Sabe a victoria al menos por estas doce noches que comienzan a alargarse.
Paris nos ha dado todo, pienso. Nos dio, no la revolución francesa, pero sí las ideas para que germinara la igualdad en los hombres. Paris nos dio a Lavoiser, a Diderot, a Voltaire, D´Alambert y también a Robespierre. Ahora nos da el fuego. Nos da la primicia de que, las siguientes guerras serán hacia el interior de los países, no una guerra vicil de hermanos contra hermanos, sino una guerra civil entre originarios e inmigrantes que conviven en las tomadas calles.
En un mundo donde la mitad muere de hambre y la otra mitad tiene en sus tiendas montones de molocotones, naranjas, plátanos, charolas de carnes frías, licuados embotellados de fresa, plátano y chococale es imposible evitar la migración. La migración es ya, el gran problema de los pueblos.
He oído decenas y decenas de veces el gran racismo de los catalanes, la forma como en España tratan a los latinoamericanos con un racismo a pequeña escala. Y pienso entonces en el fuego, en los chicos inmigrantes que, en un acto a todas luces reprobable, salen a la noche con sus manos como un extensión de la lumbre.
La migración es parte de todos los días, el racismo también; pero hay o debe de haber un momento donde se establezca un listado de necesidades y de acomodo. Pero es imposible ejercerlo porque las sociedades son una gran masa de pocas convenciones y muchas diferencias, donde el diálogo a veces, es imposible. Y ocurre entonces lo de estas doce noches en Paris. Y si Paris no sabe como integrar a sus inmigrantes, no lo podrá hacer nadie. España menos que nadie.

lunes, noviembre 07, 2005

Asesinos literarios

Hablando de asesinos literarios habría que incluir a Octavio Paz, Julio Cortázar y Jorge Luis Borges. ¿Cuántos no han o hemos querido escribir como ellos y al final, no escribimos o escriben como nadie más? Y esa voz latente queda oculta por la imitación y la mimetización de ideas, de los fragmentos de esos autores, excelentes para la lectura, pero asesinos indirectos por naturaleza. También hay más asesinos: Quiroga y su decálogo del cuento, Proust y "En busca del tiempo perdido", incluso Mario Benedetti con su "No te salves" y con "Táctica y Estrategia".
Sí, los autores a veces, exhalan en sus palabras un tufo de carniceros que sólo quienes escriben pueden oler o sólo quienes escriben pueden ser atraídos.
Sangre, palabras.
Carne, estructura.
Piel, adjetivos.
Hay muchas clases de asesinos: quienes matan, sin darse cuenta, son los peores. Cuantos ahorita, quieren escribir un cuento como Borges, sorprender como Cortázar, escribir con la pureza del lenguaje de Octavio Paz. ¿Y cuántos maestros en talleres, cuantos escritores con gafete de talleristas los impulsan a la hoguera en la que ellos también perecieron? La voz es lo más difícil de crear. Hay muchos que la pierden en la primer lectura o en las relecturas.

domingo, noviembre 06, 2005

XXIV

Me metí en amores que no eran míos
besé labios donde aunque quedaba
el sabor de los otros
Ciertas manos atraje hacia con
la certeza de encontrar en ellas
el callo de otras caricias.
Y no me importó.
Nunca supe el nombre de los otros,
la radiografía de ese amor muerto
que a golpes iban manchando
con mis otros besos, mis otras
caricias.
Y al final sólo encontré en todas
ellas, el mismo vacío que yo les
otorgaba, esa necedad de llenar
la nada con la nada
de vaciar el vacío en una caja abierta.
¿Amor? Esa palabra estaba muerta.

viernes, noviembre 04, 2005

Un libro de Dagerman

Julia subió al metro y encontró al hombre apoyado en la puerta contraria. Vestía pantalón de mezclilla, camisa blanca y llevaba en la muñeca de la mano una cadena de oro. Había sólo un lugar y se sentó, cansada. Los nervios eran un revoltijo de cansancio que comenzó a deshacerse a base de punciones leves que fueron aflojándole el cuerpo. Por la ventanilla sólo se veía el muro oscuro del túnel y cuando alzó la vista encontró la mirada del hombre puesta sobre ella, como si quisiera reconocerla. Alerta, acomodó el libro en la mano sobre el regazo y se puso derecha, y sintió cómo el rubor le invadía el rostro.
No era un hombre adulto sino más bien un muchacho. Le calculó unos veinticinco años aunque el rostro tenía ciertos rasgos de adultez. Volvió el rostro a la ventana cuando el hombre la observó y apretó bien el libro contra el regazo. El túnel seguía oscuro y por la ventana se reflejaba el interior del vagón: la gente, los respaldos verdes de los asientos y también al hombre
Después de pasar una estación alzó la vista y descubrió al hombre ahora de pie frente a ella. La cadena en la muñeca resplandeció y Julia buscó el rostro del hombre y fijó la atención al vuelo en las cejas, en los labios rosados y una incipiente barba. A veces sentía la mirada de él y sólo podía responder con una opresión que le iba ahuecando el pecho, si una bala de cañón comenzara a expanderse en los pulmones, quitándole espacio para el aire.
Abrió el libro y buscó la página donde se había quedado. Intentó leer las primeras páginas pero no podía asir las frases que hablaban de una cocina y de un hombre que está junto a una bomba de bencina roja: del hombre que matará al niño. El metro llegó a la siguiente estación y Julia alzó la vista para ver si el hombre se había bajado pero lo encontró acomodado en uno de los asientos, su mirada fija: un puñal que se abría paso ante ella. Quiso atisbar una sonrisa pero cuando despegó la mirada de la ventana el hombre le sonreía.
Las manos le sudaban y el calor bajaba de ellas hasta la portada del libro. Se sentó derecha. Juntó las piernas, puso el libro en forma horizontal mientras la bala de cañón en el pecho iba agrandándose. Julia tragó saliva. En la siguiente estación, antes de que terminara el silbato del cierre de puertas, se levantó de forma abrupta y quiso llegar pero no lo logró. Por la ventanilla de las puertas corredizas logró ver la sonrisa en el hombre. Era descarada y complice.
Bajó en la siguiente estación y el hombre bajó con ella. Julia se abrió paso entre la gente y el hombre atrás de ella. Buscó a un policia pero no encontró a nadie y cuando llegó a las escaleras se quedó paralizada porque el hombre había alzado la mano, como saludándola. ¿Será alguien que me conoce?, se preguntó y la pregunta terminó por detenerla en seco. Vio al hombre acercarse hasta ella, la forma como la sonrisa se iba descomponiendo en una palidez y luego en otro tipo de sonrisa. Y tuvo unas ganas secretas de que, de pronto, ese hombre la buscara porque ella le había gustado. Claro, a veces pasaba y apretó el libro con una curiosidad nueva que venía del lado del amor.
—Perdón, pero es que he estado buscando justo ese libro que lleva. ¿Podría vendermelo? ¿Es suyo?
Y Julia entonces se quedó en silencio mientras una breve sonrisa iba apareciendo, primero una sonrisa contenida, después una tranquilidad donde la bala de cañón se volvió de nada, apenas un casquillo frío que comenzaba a desintegrarse en su sangre.

martes, noviembre 01, 2005

A veces se olvida que escribir es un ejercicio de paciencia: novelas que tardan doce años en aparecer. Sólo los fotógrafos pueden, al aire, captar una obra maestra. Pero con los narradores se exige una paciencia a prueba de carreras literarias.