miércoles, octubre 29, 2008

En suma, no se debe de confiar en nadie. Haces mal si confías. Cada día entiendo más, la existencia de los abogados.

martes, octubre 28, 2008

martes, octubre 07, 2008

Alguien tiene que perder


(La portada no se ve con los colores originales de la edición)
En Alguien tiene que perder, de César Gándara, se narran las dos caras de una misma moneda: la búsqueda del éxito con sus consecuencias imprevisibles. En la primera historia: La senda de David, se nos presenta una fábula contemporánea: el hombre que decide volverse escritor después de leer El Quijote. David Reynosa, de quien no sabemos su nombre antes de emprender tal aventura, es un triste ingeniero industrial que cambia su vida y el destino hasta cierto punto cómodo de su familia, hacia uno más cáustico y trágico.
Reynosa empieza a leer todo lo que puede y apunta en un diario de tapas negras sus ideas sobre lo que es escribir y las historias que algún día contará. La ciudad, pequeña e incómoda para el desarrollo del arte, ofrece pocas posibilidades de éxito, pero Reynosa se logra entrometer en los vericuentos de la cultura regiomontana. Conoce a un librero que lo ayuda con libros y guía lectora, asiste a un taller de un tipo rengo y borracho, pero sabio y finalmente escribe su primer novela que pronto es rechazada por editoriales de la ciudad de México.
El éxito, esa macarela huidiza, se presenta en la vida de Reynosa gracias a una divertida confusión. Los nombre de los protagonistas de su primera novela, se parecen mucho a los de una acaudalada familia regiomontana. La familia se entera de tan infeliz comparación y agota la edición. Pronto, Su madre lo sabía, se vuelve icono de culto, se le busca en las librerías, no se le encuentra. La vida de un escritor siempre está rodeada por un hálito del escándalo y la leyenda. David Reynosa no se escapa a ello. Tras el éxito alcanzado de maneras inesperadas, Reynosa se convierte en un reconocido escritor. Levanta una Fábrica literaria que sólo le servirá para conocer a la amante, amiga de su hija, esposa de su lector incondicional en la Universidad, con quien empezará a cavar su infortunio. El amorío sale a la luz. El éxito finalmente hunde su cabeza y deja un rabo desgraciado e infeliz.
A Reynosa se le cierran las puertas. Pierde su familia, el placer del adulterio, la amistad del único que lo apoyaba. Solo, termina rentando una pequeña casa en una zona de departamentos paupérrimos de la ciudad. Sólo entonces, vuelve a encontrarse a su viejo maestro, al rengo y alcohólico Gerardo Chimal. Éste le recuerda todo aquello que buscó al inicio del sueño de querer convertirse en escritor y le revela la máxima que, sin saber, Reynosa buscaba: el ridículo desde el que se escribe la obra literaria. Así da con las primeras frases de la obra que finalmente lo hará escritor, como si todo lo anterior hubiera sido un ensayo: “En un lugar de la mancha urbana, de cuyo nombre no quiero acordarme..”
La segunda historia de Alguien tiene que perder narra la vida de Eusebio, un inmigrante venezolano en la ciudad de Barcelona, a la par de Chico, un inmigrante mexicano en la misma ciudad. Ambas historias tienen un punto en común, el trato que los dos personajes tienen con Jimena, una mesera que presume de una acalorada e interesante vida intelectual. Agobiados por el peso de ser extranjeros, los dos personajes deambulan y tratan de sobrevivir como meseros, buscando una manera de hacer de Barcelona su hogar, su casa, aunque saben que la verdadera quedó muy lejos y esta Barcelona que una vez les iluminó los sueños, con la promesa de una vida mejor, ahora se los quita, dejándolos fríos y desesperados. Al final, Eusebio toma una decisión violenta e inesperada que lo devolverá a su patria y Chico decide también romper sus lazos y retornar el desierto de Sonora.
Si algo une, entonces, ambas obras, es la sensación de que vivimos engañados por nuestros sueños. ¿Son ellos los que nos hacen mejores personas o los que nos llevan al hartazgo de nuestra vida cotidiana? Al leer el libro queda la pregunta abierta. Al leer a estos personajes sojuzgados por la aparente victoria no queda más que la premisa final de que en esta vida, siempre, alguien tiene que perder. No siempre, no generalmente pierde uno, pero sin duda, acumulamos más derrotas en la vida que triunfos.
César Gándara. (Guaymas, Sonora, 1971). Maestro en Literatura Comparada por la Universidad de Barcelona, es autor de un libro de cuentos y una novela infantil. Varios de sus textos han aparecido en antologías y revistas de México, Sudamérica y España; obra suya ha sido traducida al catalán.

domingo, octubre 05, 2008

Fuentes no interesa

Ayer venía en el metro. Leía el periódico. La gente me aventó hacia una de las puertas y pude oír a un par de chicos que hablaban. ¿Ya leíste el libro de Enrigue?, le preguntaba, emocionado, un chico a otro. "Si vieras que Hipotermia es una gran librazo." El otro chico asintió pero luego dijo: "no, no, es bueno, sí, pero creo que puede dar cosas mejores." Cerré el periódico, con una sonrisa cómplice. ¿Y ya viste que cambiaron la fecha para el premio nobel?, insistió el primero, de pelo largo, rizado, flaco, camisa con un oso medio electrónico. "Ojalá se lo den a Llosa o a Fuentes." dijo el primero. El segundo bufó con aburrimiento. "Fuentes, Fuentes, ¿no te da hueva Fuentes?" Entonces lo miré. El chico se veía aburrido, fastidiado, como si sólo mencionar a Fuentes o que alguien alababa a Fuentes le produjera una hinchazón en el juanete. El otro se quedó callado. "Bueno, entonces a Magris, o a Adonis o a Phillipe Roth." Entonces el otro apenas si sonrió y dijo: "Podría ser Magris, pero quien sabe, tampoco creo que aún se lo merezca. Bueno, ya me bajo". Se despidió con un gesto adusto y el otro chico se quedó con una media sonrisa. No sé porqué, sentí que estaba ante dos iluminados: uno para quien la literatura es aún una diversión, una posibilidad, una certeza o vaya, un gran pasatiempo y otro para quien la literatura representaba todo lo que estaba ya muerto, sólo una manera de mantener una respiración artificial. El chico que se quedó en el vagón sacó su libro. Era Hipotermia, por supuesto. No le vi ya el rostro, sólo el lomo gris del libro, solo el bailoteo del nombre de Álvaro Enrigue en la portada que se movía por el vaivén del vagón.

jueves, octubre 02, 2008

Reflexiones sobre la CANACA

Alejado de los medios, muy tarde me enteré de este famoso personaje de la CANACA, un hombre que conducía ebrio y que, más tarde, fue aprotellado y muerto, ahora por una conductora ebria que ni una pizca de gracia tenía incluso en la ebriedad.
Por donde se le vea, el video de la CANACA es divertidísimo. Qué cosa cuando explica qué es la CANACA y alza la voz al decir: "de la república mexCAna..." O la otra tan celebrada de: "soy el hijo del papá".
Pero, después de ver varias veces el video, la risa voluntaria e involuntaria va perdiendo su efecto y sólo me queda una macilenta sensación de ahogo. ¿Y si sí es cierto? ¿Y si sí, los policías, le bajaron, tal vez no los cincuenta mil pesos, pero sí unos cinco mil, o mil o lo que fuera? ¿Y si sí hubo abuso de poder? ¿Y si la frustración de la CANACA era real, sólo que tergiversada, anulada, disminuida, ridiculizada por el alcohol y por la risa involuntaria que nos provoca?
Yo tenía un amigo que era policía. Un compañero de la cuadra. A veces nos contaba que lo mejor de los fines de semana era bolsear a los borrachos. "Era como si te dieran un domingo adelantado," recuerdo que me decía. Al pensar en ello vuelvo a la CANACA.
¿Y si sí lo amarraron como puerco? ¿Y si sí le quitaron su dinero? ¿No provoca entonces, en el corazón, una leve sensación de humillación, como siempre, ante el poder: uno ignorante, lerdo, poco instruido, como es el que nos topamos muchas veces ante la ley? (Con sus salvedades, claro).
Insisto: ¿Y si sí lo amarraron como puerco?