viernes, octubre 28, 2005

Vine a Pedro Páramo porque me dijeron que aquí estaba Juan Rulfo

"Vine a Comala, vine a Comala, vine a Comala", repite Felipe Garrido ante el público que lo escucha en el auditorio de Casa Lamm. "Y no puedo dejar de citar esa inicio que es como una mandala", afirma el autor coahuilense y miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua, " de una de las novelas que son como un hechizo dentro de la literatura Mexicana. Y veo mi libro, su portada de la colección de lecturas mexicanas y veo en las guardas una fecha, noviembre de 1961. Y veo, también, otra fecha, 25 de mayo de 2005. Y encuentro, también, una hora: "tres horas con cuarenta y cinco minutos", en tiempo que me tardé en leer ahora la novela."
Y Felipe habla entonces de como cada relectura de la novela le revela algo nuevo, como la imagen de ese niño que toma centavos y le dice a su abuela "que se resignen otros, yo no estoy para resignaciones". Y quienes estamos sentados y lo escuchamos no podemos hacer otra cosa que sonreír en silencio, con esa sonrisa que da el asentimiento, la complicidad. Vine a Casa Lamm a escuchar la sesión pública de la Academia Mexicana de la Lengua por motivo del 50 aniversario de Pedro Páramo, una novela que llegó para ser repetida y repetida. Duradera. Pétrea, en la literatura mexicana.
En el estrado se encuentran Vicente Quirarte, Alí Chumacero, Arturo Azuela además de Felipe Garrido. "Todo el Rulfo hablaba de su necesidad de terminar pronto", dijo Quirarte, " cuando Rulfo fue nombrado miembro de esta Academia, ocupando el lugar que dejara el maestro Gorostiza y cuando recibió el Premio Nacional de Literatura, sus textos fueron cortos, porque él quería irse, no estar aquí, curiosa forma de responder ante sus dos obras que siempre iban a ser". Y luego Quirarte citó: "intentará dar una puñalada en el corazón, pero antes te pedirá que le muestres donde está tu corazón", para darnos a entender que Rulfo no estaba solo en la literatura, sino también en su amor por la fotografía y por el alpinismo.
Ya antes de Quirarte, Arturo Azuela ha citado a esa mujer de mar que es Susana San Juan, San Juan como el santo que ungió a Jesús , agua, agua de mar que moja los tobillos, que aprieta los hombros, agua de mar que hunde el cuello, que libera a Susana San Juan.
Y antes, mientras todos nos acomodamos para seguir escuchando a Garrido que habla de Eduviges y Teodora o Teodoro que está bajos los huesos de Juan Preciado, antes habló Alí Chumacero.
Y dijo que la obra de Rulfo es una contradicción del alma, del carácter, no de la nación, de no un sentimiento patriótico, sino de los matices, los rasgos, la razón y sin razón de nuestro espíritu. Y citó a Rulfo cuando dijo en una de las pocas entrevistas que otorgó: "Somos criminales de nacimiento" Y luego, al hablar de su tierra y sus letras: "Ahí solo encontré la muerte y junto a ella voces vivas, esas voces se tornaron en el misterio de la palabra escrita".
Dijo Chumacero que la poesía es el reflejo del incendio intuitivo, que la poesía debe corromperse con el fulgor de la prosa y ésta, a su vez, con algunos engaños de la poesía. Para Rulfo, citó Alí, escribir era una fiesta de los sentidos: tocar, oler, probar, oír, sentir.
Vine a Comala, vine a Comala, vine a Comala, repite Felipe Garrido. Y veo la sala, el estrado, los cinco integrantes de las mesas, sus medallas doradas al cuello, sus medallas que los distinguen como miembros de la Academia Mexicana de la Lengua. En las primeras filas están Julieta Fierro, Castañón y otros que no distingo. Me mataron los murmullos, le dice Juan Preciado a Teodoro o Teodora, cuando murió Susana en Comala hubo fiestas. Me cruzaré de brazos, dice Pedro Páramo. Y Susana habla del mar, de ese esposo Fidencio. Hay fantasmas que pueblan el día y vivos que andan en la muerte como fulgores. Sólo hay tres grandes temas, dice Quirarte que dijo Rulfo, la vida, la muerte y el amor.
Felipe Garrido termina su intervención abruptamente, deja caer sus hojas sobre la mesa y todos aplaudimos. ¡Qué fulgor de la prosa, que engaños de la poesía, que fiesta de los sentidos, que mandala esta para repetirla tres veces, que Susana San Juan bañandose en el mar nos ha dejado Juan Rulfo!
Cuando salimos hay un breve brindis de honor y bebemos mientras vemos los altares de muertos con sus calaveras, sal, panes, plátanos, velas y agua. Tengo que volver a leer Pedro Páramo, repetir la mandala y entonces, sólo entonces, como a Juan Preciado, dejar que me maten los murmullos.

martes, octubre 25, 2005

Una mirada a Javier Aguirre.

"Aprendes a vivir con la discrepancia, pero siempre con sueños".
Javier Aguirre.
Javier Aguirre es un tipo estupendo. Desde que era jugador del Atlante y del América, equipo con el que obtuvo el campeonato de liga del 83-84 (cuando los campeonatos tenían aire de titanes), se veía en sus entradas duras y francas, en la parquedad de sus declaraciones, que pertenecía a esa estirpe de hombres serios y trabajadores que también hay en el mundo del futbol. Más tarde, su excelente desempeño dentro de la selección mexicana, durante el campeonato mundial de México 86, le abrió las puertas al extranjero como jugador. El club que lo contrató era uno cuya historia siempre se ha debatido entre la tristeza y el abandono: El Osasuna.
Aguirre partió a tierras ibéricas con su maleta en mano y esa férrea decisión a no ser un jaimacón cualquiera. En los trece partidos que jugó en la plantilla navarra demostró lo mismo que había derrachado en el América campeón y en el equipo nacional: lucha. Sin embargo, esta dureza cobró su cuota cuando, en el treceavo partido, sufrió una fractura que lo alejó un tiempo de las canchas hasta su retiro definitivo.
Qué pasó por la mente del Vasco esos años, sólo él lo sabe. Lo cierto es que el futbol desde las gradas es una nostalgia aborrecida. Pero hay quienes se tumban a esa nostalgia y viven del recuerdo pero hay otros que construyen en esa soledad los cimientos de una nueva vida. Y Aguirre lo hizo. Entró a estudiar como entrenador en las fuerzas del Real Madrid y una vez listo, regresó a México a hacerse cargo del Atlante, equipo en el que había militado.
Con el Atlante le fue ni bien ni mal. Javier Aguirre es un hombre que sabe que, para tener triunfos es necesario pasar agua y vinagre. Más tarde lo contrató el equipo del Pachuca. Pachuca era entonces un equipo anodino, carente de personalidad y sin una historia propia; cuyo mayor mérito era ser el equipo de la ciudad donde había nacido el futbol mexicano. Con Aguirre al mando, la entidad blanquiazul operó un cambio que lo llevó de los puestos de descenso al campeonato en el 2001, mismo que le arrebataron al poderoso equipo del Cruz Azul.
En todo ese tiempo la personalidad de Javier Aguirre se mostró mesurada, digna, objetiva. Subido al carro de la victoria y fiel a sus convicciones, no dudó en tomar las riendas de una vapuleada selección mexicana que estaba en la orilla para asistir a la copa mundial del 2002. Aguirre y su equipo le ganaron a la selección de los Estados Unidos en el Azteca y a partir de ahí enderezaron el rumbo hasta calificar y un año y medio después, esa misma selección, caía ante los gringos en Corea-Japón en los octavos de final.
Tal parece que la carrera y la vida de Javier Aguirre está marcada por muchos comienzos, por avanzar, avizorar el margen de la tierra prometida y empezar desde otro punto para alcanzarla. Javier está hecho a base de derrotas y momentos críticos, como el del año pasado cuando el Osasuna, de estar en puesto de calificación de la UEFA Champions League, pasó a una nada deseable racha de doce partidos sin ganar.
Ganar pero batallar, porque así sabe mejor, tal parece que es la gran apuesta que la vida le ha puesto al técnico mexicano. Después de llegar a Europa sufre una lesión. Después de dejar campeón al Pachuca, sufre con una selección mexicana de la que todos se creen dueños. Después de empatar 1-1 contra Italia y quedar de líder de grupo, es eliminado por el equipo más odiado, va a Europa como entrenador pero a un equipo cuyo plan financiero es de los más pobres de la liga de las estrellas.
Y Javier Aguirre tiene el valor, la valentía, para acabar con los fantasmas, sacar petroleo de donde sea, como dijo hace días Cruyff. Tiene la descarada, sabia y honesta visión para decir que su equipo no está hecho para ser líder de la liga más importante del mundo, sino para pelear el puesto. Aguirre es un hombre que vive en la discrepancia pero sin perder los sueños. Esto es, tal vez, lo que lo hace más humano y más cercano a muchos que, como él, vivimos entre las turbulencias. Es, al final y al cabo, un hombre que ve el futbol como el páramo donde se construye la vida, la vida como el campo donde se crean las leyendas, un león indomable y mexicano que, a base de sueños va marcando un rumbo que a nosotros, los espectadores, nos mantiene asidos a las butacas de nuestros estadios personales.

viernes, octubre 21, 2005

Fue en Granada

"Los que tienen miedo son tontos", dice Ali Lmrabet, periodista marroquí que estuvo encarcelado 231 días por injurias al rey Mohamed VI. Los que tienen poder, son quienes tienen miedo, pienso al leer la nota. La historia de las persecuciones es profusa y milenaria. Y va dejando mártires en todas las tierras y en todas las islas.
Los escritores perseguidos por opinar, por mostrar al mundo parte de las injusticias que ven, es tan larga y tan vasta como un hígado purulento a punto de reventar, como una res encontrada en medio del desierto y expandida como una bolsa de carne putrefacta. Los que tienen miedo son tontos, dice Ali Lmrabet junto con Sara Whaytt, directora del Comité para escritores encarcelados del PEN Club Internacional.
Y me imagino entonces a Lmrabet escondido en su celda, con el estómago seco por la huelga de hambre, pensando una y otra vez, molesto, deprimido, mientras miraba las paredes oscuras, mientras sentía el olor de las letrinas cercanas, y pensando en otros escritores encarcelados como él. ¿Sabría de Alexander Nikitin, encarcelado en Rusia, sospechoso de espionaje? ¿Sabría de sus doce años en aquella prisión helada? ¿Sabría Lmrabet de la tarde que fueron por Haroldo Conti durante la dictadura argentina y lo desaparecieron en un río o en el mar? ¿Sabría Lmrabet del pánico en los ojos de Naguib Mahfouz, su boca abierta por el espanto, cuando se salvó del atentado con el cuál querían aplacar su voz? o de la novelista bengalí Taslima Nasrin, exiliada después de decir opiniones contra el Corán.
¿Sabría Naguib Mahfouz el nombre de los escritores que se escondieron en casa de Luis Rosales, una vez caída la república? ¿Sabría Taslima Nasrin el nombre de nuestro poeta que fue llevado por otros y ejecutado en un campo con la mirada puesta en su Bernarda Alva y en las calles de Nueva York, con sus tuberías atiborradas de huesos de pollo y de caballos?
Los escritores son asesinados. Los llevan, los esconden, les dan un tiro en la nuca. Queman sus palabras. En Vietnam, Turquía, China e Indonesia, en países africanos y en Colombia, donde mueren más periodistas que guerrilleros, los escritores son asesinados. O son condenados, escupidos, declarados culpables por atentar contra la ideología petrificada de los estados.
¿Es el mismo nivel de afrenta decir, como Orhan Pamuk, ganador del Premio de la Paz de los Libreros Alemanes de este año, que no tiene espíritu turco porque Turquía asesinó a toda una población de Armenios, a cambiar la letra del himno nacional mexicano dentro de un poema? ¿Son ambos motivos de cárcel y escarnio?
Sólo este 2005 ha habido 28 escritores asesinados por decir lo que piensan y más de 700 se encuentran en cárceles a punto de ser llevados a juicio. Tener miedo es de tontos, dice Ali Lmrabet.
La palabra es un látigo. La palabra es una cuña. La palabra en la boca de los escritores sirve para revelar al mundo la estupidez de los gobiernos humanos y la decadencia propia. Y también para mostrar el amor y la solidaridad humana y la belleza del mundo. Es un gran don que lleva a la horca. La palabra en manos del escritor es como una granada, un cuchillo humeante. Y por eso los gobiernos los persiguen, los matan. Cuerpos de escritores en todo el mundo se esconden bajo las costillas de caballos muertos, bajo las piedras de los parques, en el fondo de las autopistas.
Y por ellos hay que seguir escribiendo así un día nos lleven por un camino, nos suelten en las veredas y mientras vayamos caminando oigamos el corte del cartucho y no pensar en ese ruido, en esa blasfemia, sino en que en vida, pudimos ver la luna, el amor y cantamos a ella, que en vida pudimos ver el dolor, la injusticia y a los miserables, y los mostramos plenos, a la luz de todos.

jueves, octubre 20, 2005

Quisiera estar ahorita
en las Islas Revillagigedo;
ver el planeo del cenzontle
sobre los desfiladeros en isla Socorro
y en el mar sin nombre, a la distancia, un barco
que se aleja.
Y un lado mío, una luz nueva
producto de un sol distinto.

miércoles, octubre 19, 2005

El culto al poeta

Ayer vi nuevamente a Alí Chumacero. Lo encontré con ese aire jovial que tiene a pesar de los años, las canas aplacadas, la mirada aburrida y el vaso con vino al lado. Alí estaba en una mesa rodeado por jóvenes poetas y miraba distraído hacia un estrado donde se presentaba un libro. Vestía su típico traje azul oscuro y bajo él, un sueter también azul. Vi su uña larga como espolón y después de que un orador terminó su discurso todos en la mesa alzaron la copa y dijeron salud.
Una de las poetas en la mesa miraba al maestro, como le decía, y luego volvía el rostro hacia el estrado. Se le veía extasiada por la presencia del maestro en su mesa. Y entonces vi bien y todas las miradas cercanas se dirigían al autor de Páramo de Sueños, a quien ha enterrado a Monterroso, Pita Amor, Lizt Arzubide, José Carlos Becerra y en un peligro, incluso, a alguno de nosotros. La presencia de Alí era demoledora. En su pasividad ejercía una dinámica poderosa. El sitio estaba atiborrado por jovenes poetas, personas que iban a la presentación del libro porque ahí estaban sus primeros trabajos. Se les veía en los ojos en natural nervio y pienso que, al ver la figura paternal y mítica de Chumacero, sentían que ese cobijo, la presencia de tan importante figura, era un buen hado para el futuro.
Y hacia Alí se dirigían las palabras, los susurros. Cuando se terminó el evento, uno a uno, empezaron a pasar al frente a leer fragmentos de poemas los antologados. Leyeron con la boca henchida de nerviosismo y agradecimiento. Uno declamó su fragmento. Otro dudaba qué decir. Leyó incluso un niño, como de doce años, sus poemas. En suma era gente buena que empezaba, que expresaba con su nerviosismo lo importante que era para ellos la noche. Y ahí el poeta, la última gloria viviente.
Y entonces pasó una chica a leer. Dijo que se encontraba ebria pero feliz. Y dijo: he pasado una tarde excelente con unos amigos mexiquenses y con el maestro Alí Chumacero. Y las miradas buscaron la cabeza blanca del poeta, las miradas se inclinaron frente al hombre que estaba ahí con el vaso en mano y agradecía guiñando los ojos, uno de los tics de Chumacero. Para usted, maestro. Y había en el "para usted, maestro", toda una reverencia cargada de viejos ritos, una pompa de imperios perdidos que hablaba de craneos llenos de palabras y un concierto de despedidas en las venas.
Y Alí reía.
Después, cuando la poeta regresó a su mesa besó al maestro, se inclinó hacia él y le dijo: ¿le gustó, maestro? Y el maestro asintió. Sí, sí, dijo. Apenas terminó el evento, de nuevo la poeta levantó a Alí y lo llevó a donde deparaba la líder del grupo. Este es el maestro Alí Chumacero, dijo en voz tan alta que muchos pudimos escucharla. Y todos se levantaron a la reverencia. Alí se fue pero la fiesta siguió. Las botellas iban y venían y yo seguía pensando en ese Alí Chumacero que nos invitó una vez a su casa y dijo que todas esas cosas le molestaban pero que ya no tenía de otra. Nos lo dijo ahí, sentado en su poltrona, con su inmensa biblioteca a sus espaldas. Ya no me queda de otra, dijo, y había en su mirada como los rescoldos de tantas reverencias, en sus oídos el cerumen de tantos: " para usted, maestro".
Ya a la salida, me topé con el niño de 12 años que había leído sus poemas. Estuvieron padres, le dije. El niño hizo un gesto de enfado, se me quedó mirando, de miró de arriba a abajo e hizo un gesto de que a él no le importaba mi opinión. Lo vi ya contagiado por la soberbia que también, a veces, hay en la gente más sencilla. Al instante comprendí que estaba ya instruyendolo en el culto al poeta y me sentí por un momento mal. El niño huyó por una puerta y no volví a verlo. Alí ya no estaba, pero escuché aún, por ahi, un "qué bueno que vino el maestro". Y la noche sabía a estatuas y fanfarrias, a una fila de lacayos que inclinaban la mirada y veían solo los pies del maestro, el arqueológico pie brillante, de charol, del poeta.

martes, octubre 18, 2005

Destrucción

A veces he querido verte sólo como un objeto. Tomar tus brazos, morder tus piernas; dominar con la mirada tus pensamientos, retraerlos, inclinarlos frente a mi como las espigas de un sueño. Y desvanecerte al ritmo de mis manos, de la fuerza de mis manos, se convierte en un hormigueo.
Sí, he querido destruirte. Hundir las cúpulas de tus iglesias, llenar de lodo las calzadas de tu ciudad, invadir como una mancha tu ciudad, doblegar tus defensas, acabar con los piqueros que rodean tu plaza fuerte. Y destruirte bajo mi deseo. Y así, ya, con tu cuerpo indefenso, definido como una mancha, desbastado, romo, comenzar otra vez la maquinaria de guerra hasta que no quede ni aliento ni cansancio ni mirada que levante el cielo.
Un cementerio de brazos, vejiga, hígados, tráqueas, páncreas, morosidad de intestinos, silencio turbio de clítoris. Y así, destruida, comenzar a formarte dentro de mi. para que sólo dentro de mi me detengas, me inmovilices, disperses los fantasmas de mi sangre. Para que así dentro de mi me digas las cosas que yo no quiero y me recuerdes que soy, en tus manos, un objeto que te sigue a donde sea. Un pedazo de barro destruido que en ti se construye.

martes, octubre 11, 2005

jueves, octubre 06, 2005

Jugar con el Che

Sólo hay dos formas de vivir la escritura, mediante la vida o mediante los libros, dijo Eraclio Zepeda, yo escogí la vida. Y comenzó a relatar de sus tierra arrugada como una hoja de papel y surcada por el verde. Y nos habló de su mujer Elvia Macías, de quien se enamoró como si chocaran uno contra la otra, y nos dijo de su estancia en China porque agregaba, mientras sus ojos pequeños intentaban abrirse con el brillo del recuerdo, abrirse en las cuencas chatas, sólo había encontrado la manera de escribir de lo que se ha vivido. Y dijo de la División 52 que protegía y de su sentimiendo de orgullo hondeante como una bandera cuando le tocó repeler a los gringos en playa Girón.
Sólo hay que escribir de lo que se vive, repetía cada instante, no con las palabras, no literalmente, pero Eraclio Zepeda iba como quien desgrana lentamente una mazorca contándonos de coroneles Gallos que enseñan francés sin saber decir una palabra, de Rulfos que enconaban a un crítico contra el otro. O nos hablaba de monoplanos con los cuales la infantería puede tomar por desprevenido a un ejército y de la audacia de Roque Daltón que es condenado a muerte por ir a ver una película de Chaplin y logra escaparse orinando el muro de barro que al momento cae intimidado por chorro tan abundante (con el complicidad de un terremoto, claro).
Sólo hay que escribir desde la vida, nos dijo, de lo que sabemos. ¿Para qué perder el tiempo queriendo escribir como francés si vives en la colonia del Valle?
Y así, mientras nos cuenta de Miguel Angel Asturias que iba a dejarle comida a un zopilote en una zoologico en Helsinki o de Neruda que tenía un amigo doctor que curaba con poesía, Eraclio, sentado a la cab,ecera de la mesa, nos cuenta de aquella tarde en Cuba, los días previos a la invasión. Andaba con un compañero mexicano, Carlos Curado, pintor. Van a Santiago a mandar un telegrama a México. Van con sus armas al hombro, las cartucheras brillantes como centavos cuando pasan frente a un campo de fútbol. Unos niños les gritan: Ey, vengan para armar el cuadro. Y se pone Eraclio de portero, Curado de defensa e incia el partido. De pronto, aparece un jipi. Baja un cubano y les dice, susurrante casi: oigan, aqui mi amigo dentro del jipi quiere saber si puede jugar futbol. Eraclio, Carlos, los niños, dicen: "Venga".
Y baja el Che
Y baja el Che con su uniforme imperfecto, con su ventolin en la mano.
Y baja el Che y se pone de portero.
Ahí sentí, ahora lo siento, dice Eraclio mientras afuera llueve y todos asentimos, que en ese momento tuve mi cita con la historia. El Che cada que atajaba un balón le daba un sorbo a su ventolín, un sorbo frío que le helaba las narices, pienso ahora. La charla termina cuando nos dice cómo es que mataron a Roque Dalton, tan a la mala y es como ver en cuerpo al lado. Escribir con la vida, nos dice. Con los libros también se puede, como Borges, pero nadie se puede imaginar a Borges bailando un tango. Cuando se va se quedan sus historias, se queda el Che mientras avanza por en medio del campo y se coloca bajo la portería, fija la mirada, fija como si estuviera frente a un pelotón de fusilamiento.
Esos viejos creadores que ya no cambiarán el mundo; esos viejos creadores que andan de coctel en coctel, satisfechos con su curriculum, con sus palabras, su traje impecable, satisfechos de ser los mejores en un mundo que no cambiaron. Esos viejos creadores son un muñón, un apéndice, la cicatriz que se difumina en la piel, la huella que oculta las aguas, un desecho ya que poco a poco el tiempo habrá de extirpar.

miércoles, octubre 05, 2005

Origenes

A veces me pregunto dónde está el mal ¿Dónde reside? ¿En qué parte de la cerviz del hombre se aloja? No un mal arquetípico ni un mal de caricatura o de película norteamericana donde el hombre malvado es casi siempre una ridiculización que tiene como fin conquistar el mundo, solucionar con más destrucción la destrucción que otros hacen en su espíritu. ¿De qué parte o hacia donde se mueve el deseo que nos hace ajercer la maldad, entendida como una alteración al orden de la naturaleza? ¿De qué parte o en qué ritmo uno se va haciendo a la idea de tomar lo que no le corresponde, de insultar al otro, de levantar su mano contra otra mano, de dar indiferencia cuando otros te dan confianza o afecto?
Estamos aquí con él amontonándose en las venas, mediocres en tomarlo o no tomarlo: como mediocres al decidir no hacer el bien. Siendo malos de juguete cuando no hablamos en la oficina, cuando decimos por encima del hombro que sutano o mengano es un pendejo, una oportunista, siendo malos de poca visión cuando engañamos a nuestras esposas, cuando nos dejamos seducir por la cosa fácil del hurto. Somos muchos y malamente malos, incipientes acaso.
Pero en el fondo, somos principiantes nada más: principiantes que después se quedan asombrados ante la verdadera maldad del mundo; principiantes que ocultan los ojos, cierran los oídos ante noticias como los asesinatos seriales, el abuso de menores, la trata de blancas; principiantes que dicen que "sí" en su minúscula maldad ante noticias como mujeres asesinadas en Juárez, que decímos que "sí" y borramos mails masivos donde se nos pide que si sabemos datos de una niña que fue robada en el estacionamiento de Wal-Mart Tepeyac, demos aviso tal y tales teléfonos.
O como dijo alguien muy cercano cuando ocurrió el secuestro de Romano: " a ese lo van a matar". Y dijo a ese lo van a matar con toda la tranquilidad del mundo mientras se comía un pan holandés y apuraba un trago a su chocolate. Y entonces yo dije: "si.." lentamente y al momento me impactó mi pequeña y mediocre maldad gozándose con la afirmación y tuve que detenerme y decir: "No, claro que no. A Romano lo van a recuperar vivo". Y ella agregó, dándole otra mordida a su pan:"Ya verás que sí lo matan".
Y es entonces cuando me pregunto dónde habita ese mal que todos podemos ejercer, entendido el mal como un desorden al orden natural de las cosas. Un orden que dice que solo la vida decide cuando deja de ser, que solo el deseo debe de durar lo que dure, un orden que dice que sólo la risa debe de ser como una catársis, un órden que diga que sólo somos uno, principio y fin como decía Kafka.
Y no lo sé. ¿En dónde reside? Bajo qué brazos se acurruca, quién le ha enseñado a mostrarse en todos los grados y en todas las partes desde la nación que se levanta contra la otra hasta la parte ínfima donde se llevan chismes de un lado a otro que detiene proyectos, cancelan agendas. Y desde toda mi capacidad de hacer daño lo escribo. Desde todo el deseo que alguna vez he sostenido y abanderado de golpear, escupir, maldecir, llenarme de ira, sacudirme a gritos y más escribo. Al final somos también seres con corazas de espinas. Y cuando nos juntamos herimos. Porque esa es nuestra tradición. Nos han enseñando a defendernos, a ver también la maldad que nos quiere chingar, la maldad o el deseo del otro de sacar ventaja (naturalmente) pienso ¿de dónde viene?
Y repaso entonces otra vez en la idea de nuestra maldad mediocre que se asusta cuando los que abrazan sin prejuicios sus actos “no-naturales” salen a las calles y destrozan cabezas con sus escopetas, o lanzan su veneno a diestra y siniestra y mienten, hurtan, secuestran, violan, asesinan.
Es necesario entonces ver de dónde sale. En el corazón mismo crece, en las conexiones de nuestro cerebro ¿qué glándula se altera al momento que decimos: me gustaría matar lentamente a este huey?. O “quisiera que ese se de un buen putazo”. O “ojalá descubran que anda con tres viejas”. ¿Y qué glandula se altera cuando hacemos el bien? ¿Qué neuronas y células despiertan ambas fuerzas creadoras que desaparecen con la muerte? Y aunque me pregunto y me pregunto no por ello no dejo de sentir una paz extraña, íntima, cuando me uno al coro de los que apuntan, escupen y golpean, siendole honesto también a mi maldad.
El Alzheimer me aterra.

lunes, octubre 03, 2005

La mirada de Lola

Lola no es Lola. Lola es Nadia Baram. Nadia Baram es fotógrafa aunque la etiqueta sea sólo eso, una forma de definir lo que Nadia Baram hace con la gente, con la luz y la disposición de las cosas al momento de ser retratadas, capturadas, mordidas por el lente de la cámara. Fotografiar es un acto que se reduce al talento del instante. No puedes esperar y pensar la foto días y días, llevarla al taller con tus amigos y luego volver a hacer clic. La fotografía es el arte de saber encontrar en una mirada, un parpadeo, el germen de una historia, la delación de un crimen futuro, el momento congelado en el que todas las cosas se vuelven a construir o comiezan a destruirse.
La mirada de Nadia Baram captura, en ese fragil momento del instante, todos los detalles, predispone los objetos, acomoda fondos donde lo mismo se puede encontrar el paso huracanado de una turba a un globo que, indecente, se pasea al fondo de una fiesta de quinceaños o boda.
A Baram le gusta lo exótico, lo cintilleante, las sonrisas de hombre musculosos, el guiño implacable de la soledad en las cosas. En sus mujeres y hombres Nadia ve a los otros con una luz propia que ilumina y juzga, mostrándonos un abanico de soledades, cuerpos vacíos y niñas que llevan pancartas religiosas. Hay en sus fotografías un germen de la soledad, un ápice donde se balancea la gran historia.
Basta una mirada para convertirse en adicto. Basta entonces, al ver el trabajo fotográfico de Nadia, un leve estremecimiento, acaso sólo una pregunta que nos lleve a saber más de esa gente, para darnos cuenta que la fotografía también cumple, en el caso de Baram, las funciones de una trampa donde quedamos pegados, juzgados, felizmente complacidos.