jueves, noviembre 30, 2006

Correo

Qué hace uno cuando recibe ese violento correo no deseado que se cuela, hábil, hasta la bandeja de entrada. Siente pequeña frustración, no mucha, poca, la necesaria para mentarle la madre al tipo que se puso a enviar cadenas de amor, de esperanza, de milagros, cadenas con sus hijos secuestrados o boicots presidencialistas. Es imposible que uno se pregunte qué tiene qué ver con la esperanza, el dolor, el amor o el milagro que el otro espera, qué tiene qué ver uno con la risa que el otro intenta arrancarte después de enviar un chiste. ¿Quién nos alejará de esas pequeñas frustraciones de subir el cursor hasta el botón de suprimir?

martes, noviembre 28, 2006

La poesía o el Encuentro Iberoamericano de la ciudad de México

Mijail me dijo que debía de escribir algo sobre el Encuentro Iberoamérico de Poesía en la ciudad de México. Y lo voy a hacer aunque sólo pude ir a dos mesas de lectura. Carmen Verde, la poeta venezolana leyó poemas un tanto místicos pero antes de ella pude escuchar a una gran poeta peruano, Hildebrando. No recuerdo precisamente sus palabras pero eran cálidas, sonoras, luminosas, igual que un arbol que cae y no es sólo un árbol que cae sino un río y ese río no es sólo un río sino algo más. Francisco Hernández leyó unos poemas breves muy divertidos y uno de sus poemas que más me gusta donde dice que hay que desbastar al poema hasta dejar como un alfiler que duela.
La capilla de Corpus Cristhi, donde fue el evento, lució a reventar. La poesía congrega, me dijo Mario Bohorquez, el director del encuentro, había que traer de nuevo a los grandes poetas sudamericanos a que hablaran con nosotros, con la gente. Zurita, el poeta chileno, habló de la gran tragedia de su generación en sus poemas. Zurita llenó con su voz los fantasmas, los galpones de cemento, los cerros. Su voz se volvía cavernosa al hablar de la muerte, mansa al hablar de esos cerros, de esa juventud perdida.
Ojalá en México, la peosía saliera de las librerías y de los cafés, ojalá en México los poetas salieran a la calle a regalar sus palabras a toda esa gente que no sabe de genocidios en Chile, de guerras civiles, del avance de la izquierda. A veces la poesia, creo, fracasa porque quiere ser demasiado poesía en sí misma, demasiado bien escrita, demasiado bien sonora, demasiado bien críticamente aceptada. Yo me quedé pensando al irme en la voz y las palabras de los poetas tan pensadas, tan pulidas, esos alfileres de los que habla Hernández, ese árbol que cae entre los hombres y no es sólo un árbol, ni es un río, sino otra cosa.
Muy bien el Encuentro Iberoamericano de poesía en la ciudad de México. Espero que el otro año asalten los mismo peotas el metro de la ciudad de México, el metrobus camino a Doctor Galvez, los centros penitenciarios.

jueves, noviembre 23, 2006

Avaricia

Siempre he querido escribir sobre el vendedor de periódicos del metro Zapata. El vendedor de periódicos del metro Zapata tiene su lugar abajo, cerca de los torniquetes de salida. A veces lo atiende una mujer, a veces lo veo devorando trozos de pizza de esas que cuestan a quince pesos ya con el refresco incluido. El vendedor de periódicos pone sus diarios en unos atriles y coloca las portadas de todas las secciones, las fotografías maravillosas o infumables y mientras los vende, cuenta las monedas, mira a la gente, se rasca la naríz, se tira un pedo escupe a un lado. No sé, cosas que hacen todos los vendedores de periódicos y quienes no venden los periódicos. Lo que me sorprende de este hombre, es que tapa todas las letras de las notas con cartoncitos color café. Oculta toda la información para que nadie se detenga a leer las notas. No le gusta que nadie lea el periódico. Que lo compre, pero que nadie lo lea ahí. Por eso tapa las notas. Su puesto es un mosaico de fotografías, encabezados y cuadritos color marrón. Pienso en todo el tiempo que le lleva sentarse a gozar de su avaricia para cortar los cuadritos de la forma exacta para que no escape ninguna palabra. Y luego se sienta a vender, a comer, a mirar abúlico a la gente y no sé si venda periódicos pero yo nunca, lo tengo claro, le he comprado.

martes, noviembre 21, 2006

Ataque con gas lacrimógeno

La policía federal detonó bombas de gas lacrimógeno en la esquina de Bucareli y General Prim y, desde el lugar donde me encontraba, vi cómo el humo blanco y disperso se hacía grande, se comía el aire cercano hasta parecer una pared confusa entre ir hacia el cielo o a los lados. La gente comenzó a correr huyendo del humo y no tardó mucho para que sintiera también el escozor en la garganta y los ojos. Comencé a lagrimear y me tapé la boca pero aún así sentía que el humo entraba a mi garganta: “Compañeros, no caigan en la provocación” decían por los altavoces pero la gente no oía en su intento por huir del gas que avanza silencioso y blanco hasta nosotros. Me refugié en la puerta de una tienda de partes de motocicleta y volví a leer los cartelones que colgaban de las verjas de la Secretaría de Gobernación: “Ulises, recibe la gratitud de los Acatecos”, “Organizaciones del Frente de Oaxaca”. “A favor de Ulises.” Y no, no me había equivocado al leer.
Los manifestantes se encontraban a favor de Ulises Ruiz, el vilipendiado gobernador de Oaxaca. Por los altavoces el líder seguía pidiendo calma a los manifestantes quienes se agolpaba en la otra esquina de la calle, temerosos aún del gas que flotaba en el aire y que el viento atraía con lentitud. Un par de hombres vomitaban en la acera y tenía los rostros rojizos, una señora decía: somos los que trabajamos así y nos pagan. Atrás de ellos se encontraban los autobuses y vendedores de cacahuates. En la esquina de Bucareli y General Prim ya casi no había humo pero vi entonces un carrito de venta de frutas y pepinos en medio, abandonado. Comencé a avanzar hacia la esquina y mientras lo hacía el gas me volvía a picar. Aún había demasiado en el aire. Del otro lado de donde lo habían soltado otro grupo de manifestantes corría en dirección hacia Chapultepec. Alguna gente de la prensa con la boca cubierta con bufandas y las cámaras en alto, cual pendones o lanzas, avanzaba hacia las vallas que la policía había acomodado apenas se dispersó la gente. Todos los uniformados miraban con paciencia tras ella y cubiertos con máscaras antigases.
Y sí, la gente venía a apoyar al gobernador Ulises Ruiz. Pensé que eran acarreados y cuando los oí mentar a la APPO, decir que estaban acabando con el patrimonio de la Humanidad y que aún así los premiaban dándoles dinero para sus organizaciones fantasma no supe qué pensar. Es difícil en nuestro tiempo y en cualquier tiempo llegar a la verdad. La verdad se nos esconde siempre, por eso es muy valiosa cuando alguien sale a buscarla, a hallarla en los subterráneos donde acampa. ¿Quién tendrá el futuro la verdad sobre las vejaciones en Oaxaca? ¿A quién hay que creerle? Dice Alberto Caracalo que no existe una idea objetiva y que todas nuestras ideas son exterminadoras. Tal vez tenga mucha razón. El gas se había dispersado y ya no me ardían los ojos ni me molestaba la garganta cuando me acerqué hasta las vallas de la PFP y vi en los ojos vacíos de una policía todo el exterminio del que puede ser capaz el hombre. Y atrás de mí volvía la gente a alzar pequeñas manos de papel para pedir paz y atrás venían los sombrerudos, los hombres con chamarras de piel de borrego, los manifestantes sin rostro ni ideología a apostarse por la idea en turno.

viernes, noviembre 17, 2006

Hombre pájaro

Y corrió la noticia de que algunas tardes era posible ver al hombre pájaro planear muy cerca de uno de los cañones del cerro. Se decía que tenía alas inmensas con las que podía abrazar a más de nueve hombres y que en sus garras podía cargar los cuerpos indefensos de varios recién nacidos. Algunos dijeron que debían de batir las cuevas y vigilar las salientes. A lo mejor, con algo de empeño y suerte, se podría capturar al hombre pájaro y llevarlo a algún museo o disecarlo y vender sus alas a la ciencia o tal vez ponerlo en algún circo. Y de todas las frases que comenzaron a correr la única que hizo mella fue en don Justino, el cirquero. Y se frotó las manos al pensar en ese poderoso hombre pájaro, mas fiero que cinco leones, con más garbo que cualquier caballo amaestrado. Y se frotó las manos. Él iría por ese formidable animal. ¿Pero, era animal? Sólo tuvo esa vacilación pero después volvió a mirar el cielo. No importaba, si el hombre pájaro estaba allá, iría por él así y hablara un lenguaje de hombre, así y se le llenaran los ojos de lágrimas al contemplar la luna: sería cazado.

jueves, noviembre 16, 2006

A mí me gusta hablar de gente que no sabe que existió Borges.

Texto leído en la FILIJ 2006

Últimamente, no escribo. Esa debería de ser una primera verdad. También en no escribir está escribir mucho, demasiado. Se escribe constantemente cuando no escribes sólo que no hay papel que lo demuestre. Se escribe al ver a la gente, al asomarte a los puestos callejeros, al leer los anuncios panorámicos, las frases en las tiendas: frases económicas, sin importancia para ninguna literatura como: Carnes Mendoza: se arreglan composturas: se venden cabezas con dirección, se renta cuartos para señoritas solas, etcétera.

Lo cierto es que incluso de esas frases aburridas, en algún momento, no se sabe cuándo, saldrá una historia: ¿pero, en qué consiste una historia? En imaginar que un personaje hace algo. Y hay otros personajes que lo impiden. Una historia puede ser tan real como algo que le pasa a alguien cuando va por las tortillas y saca su bicicleta o partir de una exageración de algo, por ejemplo, de un niño que de tanto rascarse las orejas ya no pudo sacar su dedo y se pasó el resto de su vida con el dedo en el oído y no podía oír nada. Pero del otro lado oía excelente, tanto que podía escuchar el trino de un pájaro a lo lejos y las voces de la gente dentro de sus casas y si aguzaba el oído libre y lo aguzaba muy bien, podía oír las palabras de la gente en los aviones a chorro. Y todo eso lo llevó después a tener que resolver un problema. Y ahí es donde empieza la historia en realidad, aunque ya se lleve más de cinco cuartillas o más.

Y claro, en algún momento, ese personaje, ese niño, tendrá que ir por calles donde hay carnicerías Mendoza, donde regalan cabezas con dirección y se rentan cuartos para señoritas solas.

Pero últimamente no he escrito. Porque es bien cierto que, para escribir, primero hay que leer y vivir. Y hay que leer todo lo que caiga en nuestras manos: desde la revista sensacional de Mercados, hasta la publicación semanal de Lucha Libre pero también, los verdaderos libros: los cuentos de Hans Cristian Andersen, los cuentos de Roald Dahl y los de Francisco Hinojosa, la novela de Juan Rulfo o las historias juveniles de Orlando Ortiz y ver cómo los otros hablan del mundo. Porque los libros, más que hablar de gente que hace o deshace, más que hablar del niño con el dedo trabado en la oreja, habla del mundo. ¿Y quién ha visto el mundo más allá de sus propias narices? Los escritores, los cineastas, etcétera.
Yo no conocía Tebas, una ciudad egipcia del año 2255 antes de Cristo hasta que leí una novela de un autor egipcio donde habla de cómo un antiguo faraón recuperó la ciudad que estaba en manos de un ejército enemigo. Y gracias a este autor pude ver las escalinatas doradas de los templos, los jardines reales con pequeños canales de agua fresca, los barcos con velas plateadas en el puerto y las bandejas con dulces hechos en base al azúcar y dátiles, dulces casi doradas y empalagosos. Y tan sólo hace unos días, gracias a un autor argentino, pude conocer finalmente la ciudad de Acre, una fortaleza cristiana en Palestina durante el tiempo de las cruzadas. Y pude oler el pan recién horneado, ver las filas de esclavos negros camino a los barcos, el desfile orgulloso de los caballeros con sus estandartes blancos y cruzados encima de poderosos caballos cobrizos, pardos o negros.

Pero, insisto, últimamente no he escrito. He leído y también, creo, he vivido. He hecho un par de viajes al mar y a Tlaxcala. Y me sorprendió ver en un convento un púlpito donde dice que ahí inició la fe cristiana en América y en Tampico, me sorprendió ver cómo los grandes barcos se anclaban en el puerto. Y me sorprendió ver a una anciana que esperaba afuera de un edificio, en una zona prohibida del puerto, una mujer ya muy encorvada y después apareció un hombre y una chica y se la llevaron. Y me quedé pensando: ¿cuánto tiempo habría estado esa mujer ahí, afuera de la tienda, hasta que llegaron por ella? ¿Vendía algo? ¿Eran sus familiares quienes la recogieron? Y pensé, aquí puede haber una buena historia. La historia de una agencia que recoge viejitos en la calle hasta que un día, un par de viejos decide huir…

Pero, ¿cómo se escribe una vez que has visto, has leído y has vivido? A base de curiosidad y de preguntarse cosas y de imaginar. En la imaginación todo es posible. Por ejemplo. Podemos escoger a un hombre, cualquiera de esta sala y preguntarnos: ¿qué hará cuando salga? ¿Qué libros puede comprar? Y seguir con la imaginación hasta donde se pueda. Igual y tiene hijos en casa que esperan los libros, igual y vino solo de paseo y en la tarde tomará un autobús para volver a su ciudad: Pachuca, Toluca, etcétera y… si jugamos un poco con ese hombre, podemos imaginar que en realidad vino a robar un famoso libro y vino a esta sala nada más a matar el tiempo o que ese hombre vino aquí a encontrar a una mujer que no había visto desde hace mucho tiempo o que ese hombre es en realidad un guardia de seguridad.

Y así, llevar al personaje a donde sea. No existen los límites. Para escribir pasa lo mismo que con vivir: se tiene que preguntar siempre porqué ocurren las cosas, a dónde nos llevan, si será al zoológico o no. La aventura y las historias están siempre en todas partes. Cada libro es un mundo. En cada historia podemos encontrar desde hombres que capturan espejismos hasta un niño que tienen que subir a Microbuses del tiempo.

Pero bueno, inicié esta pequeña charla diciendo que hace tiempo que no escribo y es cierto. A veces también se tiene que descansar de escribir y vivir, porque, la literatura es un bien preciado pero también es sólo otra de las tantas cosas que hace el hombre pero no por eso se deja de imaginar, de crear, de pensar en múltiples personajes. Claro, existen muchas formas de partir en la escritura: desde las ideas, desde el horror, desde la duda, desde la violencia, desde la imitación, incluso desde el querer hacer algo nuevo, cansado de lo de siempre, pero yo escribo desde lo sencillo, desde gente que no sabe que existe la literatura, o la escritura o el cine o que no sabe que el acorazado Potemkin se hundió hace mucho tiempo o que Borges no es Borgues.
Yo creo que la literatura debe de hablar, desde el principio, de las cosas sencillas de la vida y cómo se van enredando poco a poco. Pero claro, la literatura puede hablar de muchas cosas. Cada escritor es un mundo, tiene una forma distinta de ver la realidad. Todos podemos ser escritores si queremos, en sólo cuestión de preguntarnos qué hay más allá de nuestro mundo y la primera piedra de sus novelas o cuentos, estará ya cimentada.

martes, noviembre 14, 2006

Escribir desde la felicidad

Escribir desde la felicidad es uno de esos momentos extraños y breves en la vida del escritor. Es aún más difícil corregir desde la felicidad y más difícil aún, que sean tus amigos quienes te ayuden a llevar a buen puerto un texto. Por eso a veces muchos talleres de novela y cuento fracasan porque no es el compañerismo lo que los anima, sino una carnicería feroz, un demostrar qué tanto sabes, un imponer tu estética sobre la de los demás. Ser guía es el resultado de muchas lecturas pero también de mucha intuición.
Si partimos de la idea de que la noción de un texto se construye y reconstruye con el tiempo, los asistentes al taller literario no deberían de ser unos carniceros. Si un texto es producto del movimiento del espíritu, de la visión de la realidad o la perturbación en el creador de la misma realidad, tan bella como un hombre que mira esperanzado un atardecer, tan violenta como una niña asesinada y violada en cualquier parte del mundo, lo mínimo que se podría hacer en un taller sería partir del respeto hacia el texto.
Pero es difícil. No resulta fácil encontrar en el mundo buenos compañeros de taller. Son contadas las ocasiones cuando compañerismo y amor por la literatura del otro se conjugan. Por eso, después, existe tanta esterilidad creativa, tanta novela que no pasa de la primera página. Y ademas, también está la terquedad propia del autor. No te enamores mucho de tus palabras, dicen por ahí, pero resulta a veces difícil desenamorarte. Así no se crece, es cierto, pero una opinión que no parte del amor a la obra es difícil que sea escuchada.
Hay un viejo consejo que dice, cuando una pareja se aman, se hablan en voz queda, porque sus almas están cerca y, cuando una pareja se odia, tienen que gritarse todo, porque en realidad el alma está escondida, lejana y no quiere oír. Lo mismo pasa con las críticas: hay algunas que en lugar de hacer crecer, hieren, otras que de la mano te llevan por senderos luminosos para cambiar. Llega un momento dentro del taller de narrativa, en el cual ya no se trabaja con los gerundios, las estructuras narrativas y las atmósferas, sino con los sentimientos que motivaron tal o cual texto.
Si ese momento se salva, se logra identificar, es posible que demos luz a alguien. Porque la escritura, lo mismo que el resto de las artes, parten de los sentidos y sólo mediante esa visión pueden ser recuperadas, lo mismo que un enfermera que arrulla al paciente antes de ponerla la inyección. Es en la forma, en la manera como se trata el texto del otro donde se encuentra la sutil diferencia entre ser esa enfermera cuyas manos tibias te preparan para la inyección, para curarte, para sanar al texto, que en la mirada fría del hombre que dispara al caballo al que se le han roto las patas.
La letra con sangre entra, dice el dicho, pero la letra que es inducida con amor también. ¿Pero amor en la literatura? Puede parecer un tema cursi pero en el fondo de todo existe, aunque sea por un rapto, el amor que se le tienen a los personajes. también con amor se les mata y se les tira al fuego porque no salieron bien a la primera, ni a la segunda, ni a la tercera. Novelas amadas se encuentran en el fondo de los escritorios, libros esperados con ansia y que consumieron años de nuestras vidas son pasto para el olvido. Y a veces, tallerear con amor los textos puede hacer que sean menos las obras que ocupan las sillas patibularias, los inviernos tan temidos.

viernes, noviembre 10, 2006

Algún día iremos
a ese lugar
donde habita
nuestra nostalgia
llenas las manos
de lodo, de sarro
los ojos
prístina la ilusión
de las cosas
de las cuales
no sabemos
ni su nombre
ni su hora.

lunes, noviembre 06, 2006

México Press

En el Museo Franz Mayer se expone, por estos días y creo que hasta diciembre, la exposición de World Press con las mejores fotografías de la prensa sobre desastres naturales, política y deportes. En un viacrucis impresionante el espectador podrá ver la imagen de un grupo de migrantes africanos que ven a lo lejos las luces de un puerto. Podrá ver a una mujer acostada en una cama frente al ataúd de su marido, un soldado muerto en la guerra con Irak. Podrá ver el giro impresionante de un caballo de rejoneo al evitar el embiste de un toro de lidia. También podrá ver la silueta delfínica de un nadador al momento de zambullirse en el agua y la cabeza cercenada de un mara sobre el piso.
La principal aportación de World Press estimo, es mostrarnos la crueldad del hombre y también la desesperanza del hombre. Es imposible que, al salir, uno se sienta aliviado. O tal vez mira la calle con otra perspectiva después de ver los cuerpos hinchados por la putrefracción en Banda Ache o a un hombre que tiene la mirada perdida cuando su hijo le dice que se va a otro país. Son fotografías perturbadoras y bellas al mismo tiempo.
Al final me pregunto, deberían World Press de hacer una exposición con las fotografías de este sexenio que, me perdonen muchos, termina con una balanza delicada en contra. En México Press deberíamos ver a Martha Sahagún al momento de injuriar al diputado del pri que lleva la investigación contra los Bribiesca, deberíamos de ver a AMLO al momento de negar con la cabeza cuando vio a Ponce jugando con dinero del gobierno en Las Vegas, deberíamos de ver una fotografía aérea de la marcha contra la violencia y después cortes a los callejones del centro histórico donde se puede conseguir una mujer con veinte pesos. Después, una mirada a los campos mexicanos desiertosa, al desastre en Cancún y un contra punto con alguna fiesta importante en Santa Fe o las grandes refinerías. Para aliviar un poco, deberíamos de mostrar las fotos de "la Chule" al mostrar el vientre donde va a nacer el hijo de Luis Miguel y porqué no, algunas fotos de goles del América en el Azteca y de goles al América en C.U. el Jalisco, en el Tres de Marzo, el Tecnológico, etcétera, etcétera. Incluiríamos a Brozo y un foto del big brother con Kawagi haciendo pesas.
México Press también tendría sus categorías. Historias. Políticos. Masacres. Deportes. Imagino que las astas con las cabezas de los hombres asesinados en el norte sería una buena toma, lo mismo que los caminos destruidos en Oaxaca. En actividades políticas, deberíamos de poner al consul de México en Francia que se gastó miles de pesos en un par de almohadas y a Bejarano cuando recibía el dinero de Ahumada y después a Bejarano escribiendo poemas en su celda. En Historias, sólo con seguir a un migrante o un día en la vida de un policia del Distrito Federal bastaría.
Podríamos terminar la exposición, a estas alturas macabra, con fotos de la familia presidencial, con la foto de aquella mujer enferma, vieja, en silla de ruedas y agobiada entre la multitud que asistió al mitin de Obrador del pasado 16 de septiembre y luego a senadores y panistas al momento de subirse el sueldo. Como punto final, deberíamos de poner las fotos de Oaxaca. Cerraría mi exposición de México Press con la imagen del fotógrafo norteamericano muerto, mientras es izado de brazos y piernas rumbo a la ambulancia y al lado, a Ulises Ruiz desayunando unos chilaquiles y con un jugote de naranja al lado.
México Press sería un éxito de taquilla, estoy seguro, aunque al final saldríamos tambaleantes y con ganas de huir al extranjero, felizmente huir.

sábado, noviembre 04, 2006

"Todo hombre tiene un lugar en su vida del que siente nostalgia, al que siempre tiende y al que debe llegar si desea sentirse en paz"

Stifer, Piedras de Colores.

miércoles, noviembre 01, 2006

Al oído

Es bien fácil hablar de puterías, llenarse la boca con palabras como cogida, putas, semen, métemela, lamidas, vaginas poderosas y otras partes del cuerpo. Es bien fácil escribir, escandalizar con fluidos y posiciones sexuales pero qué difícil es en realidad decir una buena metáfora, colocar una imagen donde debe de ir, poner en la boca de alguien una verdad que sea compartida por muchas personas, que la gente la lea y diga, claro, claro, yo había pensando casi casi lo mismo, pero si claro, yo ya lo sabía, y al final quedarse con esa certeza de que en el otro había algo de él o ella, que compartimos más que un pequeño mundo de lecherías o supermercados, de bibliotecas o salas de belleza.
Pero cada cosa con lo suyo. A veces sí es necesario que te digan palabras sucias al oído.

La marcha

Con ellos van las vendedoras de cacahuates y gomitas, con ellos van filas de uniformados que reciben los gritos de algunas señoras, gritos de aliento, de burla al decir: "los azules, valientes, apoyan el contingente." Todos marchan por los carriles de una avenida Reforma ya tan acostumbrada a las marchas, los gritos, los muera el gobierno. Y van con las consignas contra Ulises Ruiz a toda asta. Van parejas con ellos, van chicas solas que se ponen rojas de la verguenza al cantar una mentada de madre contra el gobernador oaxaqueño.
Y yo camino con ellos en sentido inverso. Sus gritos se elevana sobre la tranquilidad de la avenida y el sonido de los autos y transportes de pasajeros en el otro sentido de Reforma. Un poco antes del monumento a Colón viene un grupo de estudiantes con banderas del partido comunista y me pregunto porqué sigue enarboladas cuando han caído ya en casi todo el mundo. Pero las banderas rojas con la hoz y el martillo amarillos, entrelazados, ondean febriles entre la gente. Avanzan a ritmo parejo por Reforma.
Me detengo frente a un edificio y noto los vidrios rotos del segundo y el quinto piso. Alguien ha lanzado piedras para expresarse. El dueño vocifera que hay tanto delincuente y no los agarran. Pasea de un lado a otro de la entrada principal y se enoja cuando un empleado termina por romper la ventana y los vidrios caen con estruendo sobre una carpa. Los marchistas ven las ventanas rotas y sonríen tímidamente o apuntan. Uno de los achichincles del dueño ordena que apaguen las luces naranjas del restaurante en el primer piso mientras el dueño toma el celular y grita, ordena que quiere a todo el personal reunido inmediatamente en el salón 204. Sólo sonrío cuando escucho por un altavoz de la marcha que la appo no es violenta, que la appo respeta.
Y la gente sigue pasando. La columna de gente se engrosa con las vivas a Oaxaca y las mentadas de madres a Ulises Ruiz. Van todos con banderas, con dibujos donde se ridiculiza a Ruiz y se exige la salida inmediata de la PFP de las calles de Oaxaca. Van también vendedores de elotes y niños y grupos de muchachos que gritan mueras al gobierno. Cada calle se llena de gritos similares.
Y no dejan de pasar. La gente los observa, los carros en el otro lado de la avenida esperan impacientes. La noche cae sobre la ciudad y de un lado de Reforma todo es luces y del otro, el dirección a Los Pinos sólo es gente, camionetas, autobuses que proclaman libertad, banderolas del partido comunista, seguidores de la Convención Nacional Demócrata que reparten volantes, niños en los hombros de sus padres. Los policias también avanzan con ellos en blindadas y hermosas camionetas. Es un contingente de casi doce patrullas pero a la mitad viene una suburban negra con vidrios polarizados protegida además con policias a pie.
La marcha, la marcha. Nunca terminarán las marchas, su justa o injusta necesidad. Cuando salgo de ella miro hacia el cruce de Reforma con Cuauhtemoc y sólo se ve más y más gente que en la oscuridad no da fin al grueso contingente. Aquí no hay tanquetas pero escucho cuando un último hombre con la mirada apacible, con una bandera blanca dice: "queremos libertad".