martes, septiembre 27, 2005

Lady Di

No conocí nunca a la princesa Diana ni vi su boda del siglo con el Príncipe Carlos; pero sí recuerdo cuando conoció a la Madre Teresa de Calcuta y cuando aparecía con traje de Armani a una recepción y aquello era un avispero de flashes. Luego, cuando murió en aquel accidente automovilístico (accidente que más del 80% de los británicos considera que fue un asesinato bien planeado) sentí un poco de tristeza al ver el coche destrozado, las llantas dobladas sin fuerza, ese rumor de cristales y al fondo los latigazos rojos de las ambulancias y la policia francesa.
Hoy, leo en el periódico que un allegado a la Casa Real ha dicho que se ordenó el embalsamamiento de la princesa (técnicamenta ya no lo era) para ocultar los rastros del embarazo de Lady Di producto de su relación con su pareja en turno Dodi Al Fayed.
Hasta aquí la nota de espectáculos.
Lo que me parece aterrador es el hecho que ahora, buscando más pesquisas de una historia muerta, los renombrados Jerry Conlongue y Ron Beckett, especialistas en momias pongan sus sus servicios con el fin de investigar el cadáver de la princesa y encontrar en los restos momificados, en las mejillas no primaverales, en los ojos no existentes, en ese cabello rubio ahora desaliñado, muerto, los rastros de un embarazo no publicitado pero siempre presentido. Es terrible entonces hurgar en la muerte cuando aún la muerte tiene los rastros de una persona que anduvo en pasarelas y los grandes castillos. Y es también, la mejor manera de decir que ni la muerte tiene permiso para estar en paz.

viernes, septiembre 23, 2005

Leavander

A los hombres nos gusta el box. Nos gusta ver cómo dos hombres estan dispuestos a subir al ring y mediante una danza de músculos y jabs se acaba al oponente. Nos gusta por que inclusive en el hombre contemporáneo que sabe de Matisse y el viaje a la luna sigue existiendo ese grito descomunal de rabia y ansiedad de dar un buen golpe. Porque sigue existiendo en nosotros, por más que lo intentemos ocultar, esa necesidad de a veces, decirle al otro: Yo soy el más fuerte.
Y el box es el mejor deporte para eso. El box es la forma civilizada de la crueldad más que del ludismo. Cuando ves a un hombre en un ring tirar jabs y rectas algo en la sangre te llama porque te llama y hace que te levantes del asiento, aprietes las quijadas o cierres los puños. Los boxeadores pelean por ti. Tú eres parte del boxeador. Las reglas se respetan. Es un deporte como todos los demás. Vean un combate, no uno soso donde los boxeadores se abrazan a cada rato. Vean un intercambio de puños, un desfile interminable de golpes, esa máquina bien aceitada, esos pistones que entran, salen, muelen, nublan los ojos, abren las cejas, deforman el rostro del otro luchador y que este, en lugar de irse a la esquina, se lance al frente y dé, nuble, abra, deforme el rostro del otro al menos por un fracción de segundo. Vean eso y sabrán. Pueden horrorizarse pero también puede simplemente dar un paso hacia adelante. Si lo hacen, ya están dentro.
¿Cuantos golpes puede recibir un hombre y sostenerse en pie? ¿Cincuenta? ¿Cien? ¿Doscientos? ¿Con cuántos combates se logra llegar a una vejez con inteligencia y no con una enfermedad mental como la que carcome la memoria y la voz del campeón Mohamed Alí? Y las arenas se llenan, la prensa persigue a los luchadores, el box cambia vidas, los campeones son recordados porque muestran inteligencia, valentía, aguante y crueldad. El campeón es como el niño ese al que le temías en la salida. Era entrón, no se dolía de los golpes futuros como tanto cobarde que anda por ahi. En el fondo hay una verdad universal. Hay un momento, por terrible que sea, donde es imposible entenderse con la palabra. Ese es el guión de nuestra historia, el guión de los imperios fracasados, de los héroes de antaño. Ese es en un punto la gran rebeldía del hombre contemporáneo que ya no puede: la violencia, como en la película de Un día de furia.
El box es nuestro actual forma del culto a la contundencia y velocidad. Sigue siendo primitivo pero nos sigue gustando porque seguimos siendo el mismo hombre que no entendía las estrellas, ni la luna, ni el sol, ni el ir y venir de la marea, el mismo hombre que en la oscuridad de las cavernas escuchaba el aullido del lobo y se apretaba sudoroso, babeante, alerta, a sus compañeros. Ese mismo hombre para quien el lenguaje era algo inexplicable pero ya sabía defenderse con sus puños.
Estos días ha muerto Levander Jonson, campeón mundial de peso ligero de la Federación Internacional de Boxeo. Perdió el título ante el pugilista mexicano "Matador" Chavez. ¿Cuantos golpes puede recibir un hombre y sostenerse en pie? Levander recibió más de 400 golpes. Y no se sostuvo. Al finalizar la pelea ambos peleadores se abrazaron. Al morir Levander horas después la familia eximió a "Matador" Chavez de la muerte del luchador. "Matador" Chavez ha dicho que cada que suba al ring peleará por el recuerdo de Levander. Es aquí donde en la rudeza del box aparece el hombre de hoy. ¿Desaparecerá el box? No. Porque para desaparecerlo habría que eliminar ese grano de violencia que nos agiganta y que también nos define.
También somos recordados por la violencia que ejercemos en nuestra vida como por nuestro amor. Salud Levander. Todo mundo dirá que peleaste bien. Y en el fondo todos agradecemos a los que combaten dignamente.

martes, septiembre 20, 2005

XXIV

Hoy pensé otra vez en mi muerte. Así, sin proponermelo, me llegó de golpe la imagen de mi cuerpo inerte, vacías las venas, reunido el silencio en mis huesos si es que acaso la sangre y los tendones hablan entre sí al moverse. Vi mis párpados que ya no serán míos, mi vientre hundido en la nada de visceras desaparecidas. Van a hacer conmigo lo que quieran. Si digo, no quiero féretro abierto, seguro estoy alguien dirá: "quiero verlo por última vez" y ante la exclamación de angustia subirán mi tapa y ahí estaré yo placidamente no siendo, placidamente sin ser nunca.
Hoy pensé entonces en esas manos que me moverán de una plancha a la otra, sin cuidado, como un cuerpo más y me dije que si soy tocado por última vez por manos queridas, por ojos que me miren con amor y no sólo como un objeto seré muy bendecido. Tengo que hacerme amigo de un embalsamador o de taxidermista cuanto antes.
Si nos acostumbramos a ser conformistas con las palabras...

¿Qué nos queda?

lunes, septiembre 19, 2005

20 años después

Como se desvela el sol al amanecer así he ido descubriendo las heridas y fracturas que el 19 de septiembre dejó en esta ciudad que amo mucho. Incluso hoy, cuando camino por sus calles y descubro la pétra soledad de edificios abandonados y puestas las banderillas de la destrucción en sus columnas y pisos no dejo de sorprenderme. Revivir el temblor de 1985 es un ejercicio de la mirada y del corazón porque es imposible no sorprenderte ante las historias que aún flotan en el aire; como el de aquella mujer embarazada que terminó bajo los escombros y a quien le abrieron el vientre para sacar a su hijo o el del hombre del Súper Leche que perdió esposa e hijos en los movimientos telúricos.
Vivir veinte años después el terremoto de 1985 en la ciudad de México es también andar con una sensación de fragilidad en la calle, los elevadores y al momento de abrir los ojos en la mañana y recordar que hoy es 19 de septiembre. Es ver las imágenes donde una ciudad se ha vuelto irreconocible, es pasar frente al Centro Médico Nacional y recordar siempre la historia de esos bebés que fueron rescatados de entre las vigas y los techos desplomados. Veinte años después el dolor y la consternación siguen siendo los mismos, sigue siendo la misma actitud de reserva y miedo, de silencio honroso, por todos los que perdieron la vida, por la grama del parque del Seguro Social en la esquina de Cuauhtemoc y Viaductos que se llenó de sacos blancos. Veinte años después sigue siendo un momento de inclinar la mirada cuando te cuentan de gente que vio cómo se colapsaba el Edificio Nuevo León en Tlatelolco y quedaban sobre la avenida como un montón de fichas.
Así, como un amanecer que se revela poco a poco, he ido conociendo las historias e imaginando esas filas de gente que deambulaban por la ciudad sin saber a dónde ir; he logrado oír el sonido de las sirenas que ululantes, corrían a todas partes de la ciudad como glóbulos rojos en arterias colapsadas. Y me han dicho: aquí se cayó un hotel, yo perdí a mi hermano, un amigo perdió familia y todo, a mi madre la rescataron del Metro Pino Suárez sobre el que cayó el edificio del Infonavit.
Y yo escucho. Solamente escucho y guardo las palabras y las pienso y las repaso en silencio cuando veo la majestuosa composición de edificios de cristal en el Paseo de la Reforma, cuando veo la cúpula dorada del Palacio de Bellas Artesy comparo esa primera vez que vi el edificio Nuevo León en la calle. Se había partido en dos a la altura del quinto piso y el resto se fue para abajo como quien hunde una mano sobre una caja de leche. Era tan amplia la tragedia, me cuenta Gladys, que me sentía mal porque yo no había perdido ni hijos, ni casa, ni escuela.
Así, han pasado veinte años. Hoy, en el zócalo el presidente Vicente Fox y Encinas, el jefe de gobierno del Distrito Federal hicieron un minuto de luto por los fallecidos en el temblor. Ululaban las sirenas y al fondo de la imagen de la televisión se veía la ciudad de México en su andar cotidiando, repuesta en muchos aspectos. Tocaban los cornetas la marcha de duelo y se veía al fondo la ciudad de México con sus semáforos del verde al rojo y la bruma sobre los cerros. Así he ido descubriendo el 19 de septiembre. Primero con azoro, después con tristeza y finalmente con fragilidad y es un amanecer del que no quiero saberlo todo, porque imagino, sería como ese despertar el 20 de septiembre de 1985 cuando al abrir los ojos se descubría el cielo raso y a los lados, ese olor a muerte, a los lados, esas vigas como mondadientes, esas calles destruidas que ahora son otra vez.

sábado, septiembre 17, 2005

Gente de Coyoacán

Me encanta toda esa gente que va a Coyoacán. Gente con aire cool, que sienten cool y llevan las manos con pulseras, dijes de demonios o santos, gente que anda vestidas de verdes y dice palabras como Nueva York, Londres, Berlín; gente que tiene ese aire superior de quien sabe quién es Raskolnikov, Hullembeq o Cheever; gente de mochilitas descoloridas en la espalda y que toman churros calientes o cervezas y tienen una mirada separatista de lo bueno, lo malo, lo inn, lo out. Gente, gente, que viaja y sabe de comodidad en aviones y hablan de sus amigos que son creadores y de la última exposición en la Casa de Francia y gente, gente de Coyoacán que habla de films de autores de arte y se besan después en las esquinas y se besan secretamente en los resquicios de los baños oscurecidos por la nada. Esa gente de Coyoacán que anda feliz por el mundo con sus labios perforados con aretes y hablan de chicas y chicos que son chidos como ellos, de primera línea, gente gente de Coyoacán que dice que otros son fresas, vacíos y luego se vuelven a besar deliciosamente con esa sensación de que la juventud, ellos, son los inn del mundo mientras lanzan risas sin ámpula donde se ven sus huaraches de moda, las rastas bien cuidadas, el aire dulce de la canción de rock que sì les gusta. A esa gente de Coyoacán y sus cafés, esa gente de Coyoacán que no se acabe nunca.

jueves, septiembre 15, 2005

XXIII

Hoy he visto bien al chicozapote
su piel delgada la pulpa trémula
con su savia milenaria.
Hoy he visto bien el chicozapote
y lo veo en la palma de mi mano
dulce el sabor granuloso después
de una mordida, esa marca
de mis dientes
mi saliva.
Luego, te he visto a ti
tu mirada que se extiende
sobre mi cuerpo como una piel delgada.
Y he querido morderte
he querido morderte

martes, septiembre 13, 2005

XXII

Incluso, creo, puede haber algo de belleza en la desnuda unión de barras de metal en un edificio en construcción y en el girar lento de una grúa que por la tarde, sube a un piso inacabado placas de mármol que han de cubrir el acero. Incluso, creo, puede haber algo de pensamiento en las chispas que saltan de la barra de soldar y algo de salvaje en el grito solitario que un hombre le lanza a otro hombre en un piso a desnivel mientras el rumor de las plantas eléctricas, el jadeo espartano de un camión de volteo se conjugan en un paisaje de acero limpio y tornillos nuevos. He incluso, puede haber algo de sorprendente en alguien que vea la construcción del edificio, y que su corazón, apenas una migaja de sangre y barro, se sorprenda; apenas una griba su mirada por donde desfila la sensación del progreso.

viernes, septiembre 09, 2005

Hay días

que es mejor no leer los periódicos: hay tanta basura. Tenemos un periodismo tan chafa y amarillento que le dedica páginas a la cada vez más purulenta y harta discusión del excelente futbolisto, pésimo líder de opinión que es Hugo Sanchez contra Lavolpe. Tenemos un periodismo tan chafo que dedica páginas a repetir que Jolette dice que tampoco es conductora (desde un buen sabemos que tampoco es cantante). ¿Pues entonces qué eres muchacha? Días de gringos de la Guardia Nacional que sacan a la gente de sus casas en Nueva Orleans a punto de pistola. Días de cadáveres que tapan coladeras en Periférico Sur. Días del gordo Alfaro que con una sonrisita a medias escucha a un tipo que se defiende de críticas del conductor. Días así. Calientes. Doblados como una barra. Días de ayuno y borrachos que vomitan en la puerta de cantinas. Al menos hoy no se ha caído ningún avión y no ha dicho Al Qaeda que el desplome de las torres gemelas fue obra de Alá.
Sólo ayer, mientras caminaba, me metí a una agencia del ministerio público del Distrito Federal. Esas caras, esa mirada desesperada, esa fría indiferencia de los empleados, la mano morena de un policia sobre la culata de la pistola, la húmeda penumbra que salía al fondo de la agencia, ese aire enrarecido, detenido sobre las computadoras viejas, el tecleo veloz, monocorde, el aroma a torta de pierna, el piso manchado de pisadas que se iban siguiendo escalonandose liadas imbrincadas hasta sillas verde pasto donde descasaban mujeres de vientres gordos y hombres de bigotes descuidados y papadas, me habían hecho pensar que había cosas más importantes que criticar un escrito o separar el mundo entre los buenos y los malos, los que sí piensan como yo y los que no piensan como yo. Que había cosas más importantes que ir a una presentación en Bellas Artes o comprar un paraguas o hablar sobre el impacto emocional en la nueva película de Reygadas. ¿Pero qué eran esas cosas más importantes? Y es difícil responder porque a final de cuentas las cosas más importantes también son subjetivas. Y como me dijo el director del diario Record: hay que gente compra el periódico precisamente para esa información.
Pero hoy definitivamente estoy harto de ese periodismo chafa que tenemos en nuestro país, de esa larga cabeza amarilla, de esos rostros en primera portada que sólo dicen mírenme, no sé hacer otra cosa que ser mirada; que dicen, escúchenme, no sé otra cosa que tirar críticas a diestra y siniestra. Mírenme. Mírenme.

domingo, septiembre 04, 2005

Requiem por el Centro Mexicano de Escritores


No he querido saber pero me enterado hoy que el Centro Mexicano de Escritores oficialmente ha dejado de existir. Si una llama de esperanza había para sostenerlo, ésta ha desaparecido. No he querido saber pero ahora sé, que tal y como dijo Ninett Torres, el Centro marcó para muchos un antes y un después. Ahí varios conocieron a sus esposos y esposas, ahí formaron familias y otros en esa mesa guinda en cuyas cabeceras se sentaban Carlos Montemayor y Alí Chumacero hoy, antes Margarite Sheed y otros, crecieron a la fronda de esa esperanza que te daba saber que ahí... no en ese mesa, no en esos libreros, no en ese café que te aguardaba caliente todos los miércoles; pero sí en ese espíritu, en esa libertad, se podían, sí tú trabajabas lo suficiente, lograr el apoyo de paternas figuras como Juan Rulfo, Juan José Arreola, Jaime Sabines, Ricardo Garibay y Rosario Castellanos quienes miraban por tus hombros dando gestos graves de asentimiento por algo bien escrito o gestos graves de desaprobación por textos mal escritos.
El Centro Mexicano de Escritores ha desaparecido y siento que con él se rompe la última raíz del tiempo de los titanes, de los grandes creadores que sol y fuego, a tierras nostras y páramos de sueños, lograban hacer con su escritura la creación de un mito. Hoy la casa ha sido confiscada (solicitada) por la Secretaría de Salud y nada queda más en esos muros de esperanza. Porque en el fondo, toda beca para escribir te da esperanza en una mejor novela, en un mejor cuento.
Pienso entonces en mi vuelo al d.f. y la primer comida del Centro Mexicano de Escritores en un restaurante por avenida Miguel Ángel de Quevedo y me sale, aunque no sé cuales sean los rasgos y las necesidades de un requiem literario, decir una endecha humilde acaso, sincera sin lugar a dudas, por esas mesas y esos amigos que hice en mi año de becario. Repaso los nombres: Nora, Mario, Daniel, Manuel, Socorro quienes junto conmigo se sentaban todos los miércoles en esa mesa en esa casa en esa calle en esa colonia de Villa de Cortés que tenía en sus aceras jacarandas que en tiempo de flores el viento le arrancaba sus pétalos lilas y los iba a escombrar, a veces, a las puertas de esas verjas negras, de esos muros en cuya pared estaba la placa que decía: Centro Mexicano de Escritores y becas Juan José Arreola, cuando el nombre y el mito del autor de Confabulario (libro escrito con la beca) se habían extendido con sus raíces de imaginación y sorpresa entre los lectores mexicanos, acaso entre la crítica.
No... no sé cómo se debe de hacer un requiem literario por una institución amenazada y amenazante, justa e injusta al mismo tiempo... pero como dice Juan Rulfo en ese libro, en ese cuento que escribió con el apoyo de la beca del Centro Mexicano de Escritores y que parafraseo ahorita, cuando traigo los dedos rápidos y la sensación a flor de piel: "es difícil crecer cuando se sabe que eso de donde unon salió, de donde uno se hizo, está muerto y más que muerto por alguien que aún anda por la vida acobardándose".
Así... ha cerrado. Muchos de tipos de becas hay y serán peleadas pero como dice Ninett Torres hoy en el periódico, más que una beca, el Centro era un antes y un después. Yo miro mi antes y miro mi después. Y digo salud por esa casa y esa institución que me cobijó por un año. Digo salud por los amigos que conocí ahí y también por las borracheras después y por las críticas ahí. No sé cómo hacer un requiem por una institución que también puede tener sus asegunes, sus dolencias y soberbias pero sólo sé decir que gracias. Los jóvenes que quedamos y pasamos por esas paredes somos lo últimos de esa cofradía. El Centro no responde por nosotros y nosotros no respondemos por él pero el cordón está ahí. Un día, como sea, seremos parte de ese muro que Martha Dominguez protegía con celo: el muro de los muertos del centro mexicano. Ahí estaban Rosario Castellanos, Sabines, Bianco, Jorge Cantú de la Garza, José Carlos Becerra. Ahí están esperándonos seamos o no seamos escritores. Salud entonces por ellos, por sus libros. Salud por el Centro Mexicano de Escritores aunque esto intente ser un requiem y se queda tan solo como palabras barridas, acaso pétalos de color lila que el aire no tardará en escombrar entre este mar de letras.

sábado, septiembre 03, 2005

Temporada de becas

Me dice un amigo con cierta amargura:
— Ya salieron las becas del FONCA.
—¿Y?
—No me la dieron.
Curioso, voy y compro el periódico para ver a quién sí se la dieron (o la obtuvieron, o se la ganaron, o la merecieron) y leo los nombres. Al menos a dos amigos y una amiga sí se las dieron.
—¿A quién conoces? —me pregunta este amigo.
—A dos tres —y le digo los nombres.
—Temporada de becas —le digo—. Estas como cazador con la escopeta pum pum pum disparando a todo lo que se mueva.
—Pero es que sí le tenía fe a este proyecto. Estaba contento con este proyecto, según yo era claro, conciso; pero ya ves pinche Toñillo, esto de las becas es un azar.
Y pienso entonces en tanta y tanta gente que como mi amigo hoy sábado y ayer viernes hicieron llamadas para saber si habían sido seleccionados en la Fundación para las Letras Mexicanas o en el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes y que, al no salir, sintieron que eso era un revés, un momento congelado donde todas las palabras se les desinflaban y las historias que andaban ahí en la oscuridad se quedarán en la oscuridad. Y pienso entonces que las becas son como insecticidas; si no te matan porque no te las dan te hacen más fuerte. Son como parte de esa selección natural. Al dártelas no te hacen mejores (lo digo hoy que me preguntaba porqué no me habían depositado el dinero del FONCA, beca que se termina ya pronto), te hacen mejores cuando, al no dártelas, tú sigues escribiendo y lees y sabes que siempre habrá otro año y porqué no, es un tiempo increíble lleno de magia para encontrar otras historias.
—Pinches jurados —agrega mi amigo entre triste y burlón.
—Pues ahí será para la otra —le digo.
Las becas son siempre para la otra. Los libros, sin embargo, son para siempre. Eso no implica que esté contento por mis dos amigos y mi amiga que sí fueron becarios. Eso no implica que me de cosa por mis amigos y amigas que no fueron seleccionados.

Pero los libros, recuerden, esos son verdaderamente los imprescindibles.

viernes, septiembre 02, 2005

El viejo

Ayer, mientras comía, miré por la ventana hacia el paseo peatonal donde iban y venían oficinitas, mujeres en traje sastre, estudiantes con mochilas al hombro y turistas. Enfrente, casi al lado de una jardinera apareció un hombre grande, canoso, pelo escaso por una calvicie que ya había segado su cabeza. Una panza grande sobresalía entre las fronteras de su camisa abierta. Llevaba una mochila al hombro. Se detuvo junto a un bote de basura, de esos verdes, aéreos. Luego comenzó a hurgar y vi cómo encontró una charola de comida abierta. El viejo miró a todos lados, caminó alrededor del bote de basura limpíandose las manos en el pantalón. Su camisa abierta dejaba ver el vientre gordo, pesado. Luego el viejo metió las manos y sacó la charola, la abrió, sonrió y después, como esperando que nadie se diera cuenta tomó un tenedor del suelo. Lo limpió varias veces con su camisa, lo pasó por la pernera y luego comenzó a comer de la charola. Metía el tenedor, mordía, volvía a meter el tenedor, volvía a morder con la boca llena de aquello. Luego soltó la charola y volvió a buscar en el bote pero no encontró nada.
Cuando yo terminé de comer, emparedado de subway italiano con coca-light y galleta de macadamia, me acerqué al bote y vi la charola. Restos de frijoles y papas había ahí. Y entonces vi bien el tenedor. Le faltaban tres dientes y uno, cíclopeo, afilado, aún tenía rastros de frijoles. Después vi al señor que volvía. Pasó frente a mi pronunciando palabras inteligibles, el vuelo de su camisa azul, la mochila pesada al hombro. Y yo aún tenía el sabor de la galleta de macadamia pero ahí estaba el tenedor de un solo diente, adherido, silencioso, en el suelo. Era sólo un tenedor de plástico de un diente.

jueves, septiembre 01, 2005

Autogestión

Leo hoy en El Porvenir una entrevista donde Sonia Silva , directora del Café Lefod y de la próxima casa del escritor en el Distrito Federal, alude a los escritores paternalistas que buscan el apoyo del gobierno para crear. Leo, después, e esa misma nota la referencia a una entrevista con Óscar David López, reciente Premio Latinoamericano de la Juventud 2005 en al edición de México, donde afirma que lo mejor de la literatura nuevoleonesa está haciéndose entre los jóvenes y gente no tan allegada a las instituciones culturales.
Ambos tienen razón. En ambos hay una dosis de verdad que puede calar a quien se sienta aludido pero al mismo tiempo me preguntaría qué agua quieren acarrear hacia qué molino. Y es en el fondo, una sensación de poner el dedo en la llaga, pero en una llaga muy muy vieja, una llaga que ha sido apuntada, estirada, supurada, curada, criticada y que sin por ello ha desaparecido.
El ejercicio de escribir, dicen, necesita de una autogestión. Uno no debería de escribir, en el fondo, para lograr ni premios, ni becas, (aunque caigan) sino por el mero placer de hacerlo. Esperar o crear proyectos con el apoyo del gobierno no te hace ni mejor ni peor escritor. Esperar y crear proyectos sin el apoyo del gobierno tampoco te hace mejor ni peor escritor. En ambos simplemente se trata de ser, en parte, con simpleza, congruente con lo que deseas hacer. Unos son inmaduros y necesitan de la ayuda de todos. Otros son maduros y se avientan sólos al camino. Es parte del proceso de cada quién.
¿Cómo llego a Roma? le preguntaron a un hombre. Pues hay dos caminos, respondió, cada mes pasan los comerciantes con una guardia de la legión que los protege y ayuda y se van juntos o bien, si tiene prisa, se puede ir usted por las montañas donde hay leones, ríos que nunca se sabe si están desbordados o no, pero va a llegar, con suerte, más pronto a Roma.
Roma, esa imágen utópica es la escritura. En el fondo, todo viaje hacia Roma es íntimo y secreto. Se pelea contra lecturas, contra verbos que deben de salir y personajes que son planos. Cada quien decide la forma como va a pelear. Ni los blancos son buenos ni los negros son malos o viceversa. Sólo hay un acto, una necesidad y una forma de ver la vida y eso, no es criticable. Pienso que no hay nada puro en el mundo porque el hombre no es puro. Vivimos siempre con una sensación oculta, un secreto perverso que se esconde y no por ello se es malo.
¿Cuántos proyectos saldrán a la luz con el dinero del gobierno? ¿Cuántos se harán con el dinero de cada uno y el tesón de cada uno? No importa, creo, porque todos son bienvenidos como la Casa del Escritor en el D.f., como tantos y tantos jóvenes que escriben sin el apoyo del gobierno. La discusión real es que necesitamos más que eso.
Hay también hambre. Hay violencia y todos los días una mujer es abofeteada y humillada, todos los días un hombre también escupido por otros. ¿Hacia dónde debe ir la cultura y la educación?