domingo, octubre 09, 2022

 Me gusta escribir y lo que ello conlleva cuando por terquedad y generosidad empiezas a hacerte de un sitio en el mundo y la comunidad literaria, pero cada cierto tiempo lo odio también. Me dan pereza las cenas de celebridades, la necesidad de encontrarse o conocer a otros escritores, la búsqueda de la nota en prensa. A veces veo con ternura a quienes se empeñan demasiado en eso, en "ser escritores", asistir a veladas, reunirse con otros colegas para domesticar la soledad del gremio o maquinar el futuro, claro, un futuro, donde ellos y ellas triunfan. Tal vez es algo de la edad, creo. Cuando era más joven, cómo deposité el tiempo en estas cosas, seguía blogs de gente que hablaba de literatura, intentaba relacionarme con los demás. Incluso ahora, lo mantengo, aunque mucho más dosificado, pues porque los otros también, pues igual y tienen sus intereses e intenciones. Ya no quiero trabajar con gente que se dé de ínfulas o que, aunque tenga mucho prestigio, nos las haga de fastidio la vida. Anoche, por ejemplo, asistí a una de esas cenas de la comunidad, en la que iban a estar muchos, muchos escritores. En el pasado habría estado feliz y me hubiera querido colar o permanecer hasta que se tocara la última pieza. Pero anoche, no. Recordé, para empezar, que yo no estaba invitado a la velada, pero a última hora había sido necesario ir en representación de alguien más; luego, me tocó ver todo el desfile de vanidades y aunque había dos o tres personas con las que realmente quería charlar, poco a poco me di cuenta que podía irme. Así que me fui tras la entrada. Creo que es un triunfo del yo viejo sobre el yo joven. 

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