miércoles, mayo 28, 2025

Al fin uno entiendo las culeradas que ha hecho. Y no descansa, pero al menos ya las puedes ver y eso es ganancia. Perdón.

martes, mayo 13, 2025

Después de muchos días, el sábado me volvió a dar un ataque de ansiedad. Después de que mis hermanas y hermanos se fueron y volví también a la casa, me empecé a sentir triste, aislado. Me recosté en la cama. Ya había caído la noche y me quedé mirando el techo de lámina. Y entonces pensé en ti. Y ese pensar en ti se me empezó a hundir en el pecho como una lava fría. Y pensé en la vida que ya no tendré a tu lado y después pensé en la vida que tampoco ya no tendré en mi vieja casa. Y recordé a la terapeuta, cuando le decía: pero es que ya quiero estar bien con ella, ya quiero poder abrazar todo lo que me ofrece, pero no puede. Y entonces me dijo: es que estás a la mitad del camino. Y quien está a la mitad del camino sólo tiene eso: la esperanza de llegar, pero también la decisión de a) no querer volver atrás y b) querer dejar la puerta abierta para dejar lo de antes no como una huida, sino como una decisión. Pero estás en medio. Pero el sábado, de pronto, me di cuenta que estaba (estoy), justo en esa parte donde el mar no termina, donde el desierto no ofrece más que dunas. He dejado mi punto de referencia en el pasado y, a donde iba, a ese sitio al que iba contigo, desapareció, como un espejismo que te invita sólo a moverte de donde no hay más agua. Empecé a sentir la típica opresión en el pecho que antecede a la ansiedad y la angustia. Repasé nuestros momentos juntos, las discusiones, los en realidad momentos bellos que tuvimos y la ansiedad me atrapó con sus fauces salivosas, pero antes de empezar a victimizarme, recordé que fue una decisión que también yo tomé: la de irme. Y me puse en pie. Y empecé a trabajar en darle orden a todos mis papeles, que no son pocos. Y aparecieron cartas, documentos, contratos, recuerdos, que me reforzaron que aunque soy el de los últimos seis meses, no sólo soy ese. ¡He sido tantos más! En fin. Venimos a aprender y a gozar los pocos momentos cuando nos encontramos al fin con los otros. Y yo te encontré. Y me encontré en ti. Y luego nos fuimos. El chiste es saber qué hacer con esos recuerdos. No para mal. Sino para bien. Para el futuro. Una versión de ese otro que hemos sido. Que debe sumar al que viene.

viernes, mayo 02, 2025

Mi abuelo construía bicicletas de formas caprichosas. Iba de puesto en puesto, de tiradero de metales en tiradero, aprovechaba las oportunidades en talleres de bicicletas para pepenar, comprar en rebaja o rescatar manubrios, asientos, cuadros, mazas, cadenas y frenos a los que luego les daba formas caprichosas. Nunca empataba una cosa con la otra, pero esas bicicletas funcionaban para lo que se requerían. Así, de su imaginación germinaron otros recuerdos: la de mis primos y yo en busca de la bicicleta perfecta: no la que compraríamos sino la que él hiciera. Las sacaba a cuenta gotas, pero cada cierto tiempo nos entregaba una. Él me intentó enseñar a andar en la primera que tuve: una de cuadro de competencia, con manubrio de bici de entrega de pan y asiento de repartidor de periódicos. Me soltó en la calle y, como era demasiado grande para mí, no tardé en perder el equilibrio y caer. Me hice un chichón inmenso. En la cama, dolido, mientras me ponían vaporub, vi a mi abuelo en la entrada de la casa, apenado por el tremendo golpe que me había dado. Se notaba contrito y se regañaba por habersele hecho fácil soltarme así, y yo con las piernas tan cortas. A más cosas jugué con mis primos con esas bicicletas inesperadas y felices, a las que les puse el apodo, muchos, pero muchos años después, de las Franky, porque nunca sabías cómo iban a hacer. Ojalá aún quedara alguna, pero todas desaparecieron. Yo creo que están también con él, en ese cielo que forman los recuerdos y a los que podemos, de vez en cuando transportarnos, si la memoria es buena o si, como en este caso, escribimos sobre eso.