Me piden que te escriba porque así, cuando pase el tiempo, si es que las cosas se solucionan, sepas que nunca dejé de pensar en ti. Me dicen eso y escucho y me digo que, de alguna u otra forma, lo he hecho todo este tiempo. Pero también pienso que te molestaría mucho leer estas páginas, que dirías, este tipo no tiene justificación, pero como ya lo piensas, ¿qué más puedo hacer? Lo cierto es que escribir hace bien. Permite que el tiempo fluya a una velocidad distinta. Me gustan esos procesos terapéuticos en donde hacen que la gente escriba. ¿Y qué escribe? Lo que está más cercano a su corazón, lo que está en él. Es decir, que la escritura es más genuina conforme más cerca está del corazón. La honestidad, le dicen, al acto creador. Incluso ahora, no sé si en otro acto de ego o de soberbia, pienso en la pobreza del escritor o escritora que no se involucra con su texto desde un punto personal. Otras personas me dicen, un día vas a escribir una novela de todo esto y pienso que sí, pero que será a cuenta gotas, escondida aquí, escondida allá, para que solo yo sepa, y tal vez tú, que es lo que nos perteneció. Pero ahora mismo no pienso en eso. Sólo en la reincidencia. Que esto debe terminar ya. No aguantaría otro semestre cometiendo el mismo patrón. Al menos escribo. Consciente de mis culpas, consciente de las que no son mías. Y escribo. Escribo. Antes de que olvide esto y deje de tener esta importancia y se coloque como todos los demás recuerdos, en una lista de scrolling.
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