viernes, octubre 13, 2006

Fantasmas

Leo Fantasmas de Paul Auster. Hace mucho que no leía nada. La narración avanza con lentitud, zisgzagueante, densa, equilibrando el mundo interior de Azul quien espía a Negro, un hombre que la mayor parte del día escribe y lee Walden. En un momento, la lectura me recuerda otra: Una partida de ajedrez de Zweig. Recuerdo la habilidad mental del personaje de Zweig para realizar partidas y aperturas con la imaginación frente al burdo intelecto, casi rupestre del campeón mundial, Czentovic, contra el que se enfrentará en alta mar, en una partida final. Mientras leo Fantasmas y las elucubraciones de Azul recuerdo en específico esa escena en la cual el hombre que reta al campeón está por perder los estribos, a punto de caer al desfiladero de la anarquía sensorial, digamos y una mano se posa en su hombro. Es tan sólo una mano el que lo hace sentar bien los pies, aligerar el trauma de aquellos días que estuvo preso en un hotel con hombres de las SS en todas partes. Una mano tan sólo en el hombro. A veces incluso los escritores, quienes se suponen manejan una avalancha de ideas y sentimientos, necesitan esa mano en el hombro para aclarar las ideas. ¿Y cuál es esa mano? A veces la lectura, a veces el amor, a veces también, saber que la escritura no importa: es un fantasma que está ahí escribiendo frente a la mirada azulada de otro.